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Me gusta polemizar, porque me desafía, me interpela, me genera la necesidad de razonar, reflexionar, argumentar…en fin, me hace sentir que uso la razón, la primera virtud y esencia que heredamos del Creador. Pero para tal cosa es necesario definir claramente el objeto de la misma. Si no, corremos el riesgo de hacer monólogos paralelos en vez de polémica, tal como entiendo que pasa con mis interlocutores epistolares en la última edición de Búsqueda (Nº 1.674).
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Laura Álvarez dice que mi carta intenta “hacer callar a quien piensa distinto, intentando desacreditar al interlocutor”. Nada más lejos de mi intención, no lo dije y no creo que tal cosa se desprenda de mi pensamiento; siempre tuve presente aquello de que “…estoy totalmente en contra de lo que Ud. dice, pero estaría dispuesto a dejarme matar para que lo pueda seguir diciendo…”. Contrario sensu, me importa anotar que si se habla de intolerancia, la Iglesia Católica debería ser muy cautelosa en sus opiniones y excomuniones, debido a un pasado muy pesado, que no son “acusaciones perimidas”. Lamentablemente, son hechos históricos ciertos.
A mí me resulta penoso que una mujer ensaye defensa sin argumentos de una institución que mantiene un anacrónico machismo, persistiendo en una flagrante discriminación de género (una de las variantes de la intolerancia) solo porque hace unos cuantos siglos, a algunos obispos se les ocurrió decretarlo. ¿Cuándo va a surgir algún movimiento interno en la Iglesia Católica que reivindique los derechos de las mujeres, en vez de promover como “virtud” la aceptación de los designios de la jerarquía, la simple sumisión al dogma? A lo máximo que puede aspirar una mujer hoy dentro de la estructura de la Iglesia es a llevarle el desayuno al Papa. Pero, en fin: cada uno cree en lo que quiere creer.
Néstor Rebella me anota una serie de “pantallazos” de lo bueno que hizo y hace la Iglesia. Me importa decirle que coincido con él y que comparto su preocupación; que conozco esas obras e instituciones y que en algunas de ellas participé o trabajé: en el Centro Santa Rita, cerca del Padre Cacho y en el Movimiento de los Focolares. Y ya que estamos, agrego además al Movimiento Tacurú (Salesianos), Pro Mejores Viviendas (Parroquia Stella Maris), Mevir (Alberto Gallinal), instituciones generadas con enorme trabajo por hombres y mujeres verdaderamente comprometidos con el mensaje de Cristo. Que no es el de Ratzinger.
Mi carta apuntaba a la intolerancia y sobre cómo el poder temporal de la Iglesia la cultivó y la llevó a extremos escandalosos. Nada que ver con la buena nueva de Jesús, con un Francisco de Asís, con un Don Bosco, con un Juan XXIII.
Por eso, me siento cada vez más cristiano…y cada vez menos católico.