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    La intolerancia y la Iglesia Católica

    Sr. Director:

    Tengo claro cuál es el tema en debate: la intolerancia disfrazada de tolerancia. Las respuestas a los cuestionamientos puntuales formulados a la larga y rica historia de la Iglesia son muy fáciles de encontrar en diversas fuentes. A mero título de ejemplo, me atrevo a recomendar la lectura de tres libros de entrevistas a Benedicto XVI realizadas por el periodista Peter Seewald: La sal de la Tierra, Dios y el Mundo, y Luz del Mundo. Pretendo, en cambio, reflexionar sobre la intolerancia y voy a hacerlo desde dos vertientes: el testimonio y los cuestionamientos que interpelan nuestra razón.

    En cuanto al testimonio: quien escribe esta carta es una persona que, no muchos años atrás, seguramente habría expresado opiniones similares a las del Sr. Pfeiff. Una persona que, contra todos sus preconceptos, al acercarse a la Iglesia Católica encontró un caudal inagotable de riqueza intelectual, cultural y espiritual. Un encadenamiento de sucesos, de los cuales ahora hablo en términos de gracia y no de casualidad, determinó que me convirtiera en la autora de dos libros: El misionero santo, y Don Jacinto Vera. El misionero de los niños. Su proceso de difusión me llevó a conocer a numerosos obispos, sacerdotes, integrantes del clero regular y laicos comprometidos (y utilizo aquí el género común de la lengua, que simplifica abarcando ambos géneros y sexos, aplicando así las prácticas correctas según las normas de la Real Academia Española). Visité la capital y el interior del país, los barrios más carenciados y aquellos cuyos residentes disfrutan de un alto poder adquisitivo. Por supuesto que nadie es perfecto y no encontré a nadie en la Iglesia que pretendiera serlo. Mentiría si no dijera que por regla general recibí ejemplos de humildad, orientación al servicio, alegría y compromiso con la fe. Algo que es muy poco común en otros ámbitos (administrativos públicos y privados, políticos, empresariales, en Uruguay y en el exterior) en los cuales, por el desempeño de mi actividad profesional, he tenido oportunidad de alternar. Un amigo parafraseó ayer en Facebook una frase que atribuye a Fulton Sheen, y viene al caso: muchos odian lo que creen que es la Iglesia Católica, pero muy pocos odian lo que realmente es la Iglesia Católica.

    En lo referente a los cuestionamientos: “intolerancia”, según el diccionario de la Real Academia Española, significa “falta de tolerancia”, en el sentido de respeto, consideración, deferencia a las ideas, creencias o prácticas de los demás, cuando son diferentes o contrarias a las propias. No cabe ninguna duda que la carta aludida en la presente cae dentro de la definición de intolerancia citada. No se trata simplemente de permitir que el otro hable, sino de respetar sus opiniones. Entiendo que su autor no comparta mi fe o mis ideas, y que propugne las propias, pero descalificarlas o descalificarme junto a quienes comparten mis ideas, no es tolerante. ¿Es tolerancia aludir a las opiniones de alguien con el calificativo de “penoso”? ¿Es tolerante afirmar la falta de sentido crítico de las mujeres católicas, acusándolas de contentarse con “la simple sumisión al dogma”? ¿Es tolerancia afirmar, sin más argumentos, que nuestro Santo Padre Benedicto XVI no está verdaderamente comprometido con el mensaje de Cristo? Y por último, lo que es tal vez lo más grave para alguien que se autodefine como “cada vez más cristiano”, ¿es tolerancia menospreciar las tareas de servicio? Todo el anuncio de la Buena Nueva está permeado por la exhortación a la humildad y al servicio; y en absoluto orientado hacia la voracidad de posiciones de poder. Dice Jesús: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mateo 20, 28). Y, tras lavarles los pies a sus discípulos en la última cena: “Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros” (Juan 13, 14).

    Se afirma que a “lo máximo que puede aspirar una mujer hoy dentro de la estructura de la Iglesia es a llevarle el desayuno al Papa”. No es verdad: conozco a muchas mujeres que desempeñan tareas de gran responsabilidad e importancia dentro de su estructura, incluso en nuestro país. Recurro aquí a una analogía lingüística, que es una de mis áreas de formación académica: los seres humanos tenemos sexo, no género, como tienen las palabras. Una mujer no es el femenino de un hombre; ambos son entidades del mundo diferentes. No necesitamos hacer exactamente lo mismo para tener igual dignidad. Complementariedad, armonía, reconocer los distintos dones está en la esencia de la felicidad humana y del crecimiento de la sociedad. La mujer ocupa un lugar privilegiado en la Iglesia Católica y, además de incontables fuentes documentales, alcanza con ver la importancia de la Virgen María en el culto y en el arte religioso. Es en este tiempo indiscutible el beneficio que esta consideración a lo largo de la historia nos ha brindado a las mujeres occidentales: gozamos de derechos y libertades como en ninguna otra cultura. Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Jesús y Santa Teresita del Niño Jesús, Doctoras de la Iglesia, con su doctrina y enseñanza iluminan a todos los fieles.

    Permítanme volver brevemente al testimonio: la mujer que escribe estas líneas, cuando la carta se publique, estará en el Vaticano, invitada no a servirle el desayuno al Papa (cosa que consideraría un honor), sino a dictar una conferencia sobre los libros que ella escribió, en el aula magna de la Comisión Pontificia para América Latina. Es muy probable que no llegue a reunirme con Benedicto XVI, pero si el encuentro tuviera lugar, en base a mi experiencia personal al interior de la Iglesia Católica, y por lo que he leído de su pensamiento, lo imagino en una actitud propia de quienes disfrutan de servir un café a sus invitados y jamás en la postura de alguien que busca la realización en ser servido.

    Por todo lo expresado, me siento cada vez más cristiana… y también cada vez más católica. Por eso seguiré trabajando, en la medida de mis posibilidades, para que todos, incluidos los católicos, podamos expresar nuestras razones sin recibir a cambio una lista de descalificativos con apariencia de racionalidad imparcial.

    Saluda atentamente,

    Dra. Esc. Laura Álvarez Goyoaga

    CI 1.681.236-8