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    La invasión apocalíptica de David

    LaChapelle en Montevideo

    La madre le tapa los ojos a su hija. La niña corre por los pasillos y se para frente a la enorme foto que cuelga en la pared del fondo. Hay cuerpos desnudos, muchos cuerpos desnudos. Es una escena apocalíptica cargada de hombres y mujeres desesperados. Sumergidos en agua y en medio del caos. Flotan carteles de marcas famosas, cables caídos de enormes columnas, carros de supermercado, autos, desechos de todo tipo. Una imagen fuerte, removedora, inspirada en el diluvio de Miguel Ángel pero construida en la espalda de la sociedad de consumo. La foto mide unos siete metros de largo por casi dos metros de alto. Impacta, desacomoda, seduce. Sobre todo por los colores, artificiales, saturados, enérgicos, de una belleza imposible de describir. La composición, el tamaño, el tema y la fuerza del color invaden el lugar, como en cada una de las salas donde se exponen los trabajos del fotógrafo y realizador David LaChapelle (Estados Unidos, 1963). Son perfectos, minuciosos, exuberantes, de una estética apabullante.

    La obra fue desplegada en cuatro centros de exposición montevideanos. Se titula Contemporaneidad/Diálogos imaginarios y se la puede visitar en Agadu, Fundación Unión, Espacio de Arte Contemporáneo (EAC) y Centro de Fotografía (CDF). Nunca se vio algo así en Uruguay. Nunca este despliegue ni la enorme cantidad y calidad de obras. La niña alcanza a ver los “pitos” y las “lolas”, los cuerpos musculosos, bien torneados, bronceados de un tono veraniego, las chicas parecen modelos. La mayoría cuerpos jóvenes, lindos, de rostros dulces, atractivos. Pero angustiados, ante el riesgo de la muerte, culpables aunque no sepan por qué. Hay también madres con hijos, algún hombre viejo, la fetiche trans Amanda Lepore, de cara estirada y labios cargados de botox. Los gestos son solidarios. Ante el naufragio, las manos extendidas y el gesto de ayuda, los abrazos y el contacto que revive y ofrece cierta esperanza.

    Hay más de esta serie en la ex cárcel de Miguelete, donde las imágenes de LaChapelle parecen encontrar el lugar justo, el escenario pertinente con el fondo de pasillos detenidos en el tiempo, con esa permanencia de la desolación, con el sello del crimen y el castigo en las rejas herrumbradas de las celdas que no fueron recicladas. El edificio permanece imponente y LaChapelle enciende lo que parece perdido en el tiempo, los gritos desesperados de la humanidad, el dolor impregnado en la oscuridad húmeda.

    “En todas las fotos hay agua”, dice la niña, que ya vio todo y queda perpleja ante la fuerza de la imagen. No es el sexo o la desnudez lo que le llama la atención. Al contrario: es la naturaleza en la expresión del desastre y la destrucción. La infancia es profunda en la pureza de su percepción. Es descarnada y encuentra la precisión en el detalle. Le llama la atención el motivo principal, no lo exterior o la sobrecarga de objetos y figuras. Es esencial. Desacomoda a los adultos. Es que LaChapelle es engañoso. Hace trampas y juega con ellas, las desparrama entre su virtuosismo incomparable. Construye escenas, las carga de objetos y detalles, las llena de imágenes amontonadas, superpuestas, yuxtapuestas como un collage. Incluso de superestrellas en composiciones tan reconocibles como la Piedad o La última cena. En todas, deja un elemento esencial. Lo que en otro artista sería trillado, en LaChapelle zafa y se convierte en un ícono de algo nuevo, diferente, desconcertante. Por algún lado elude la falsedad inicial y logra elevar la mira, superar los obstáculos de la obviedad.

    Si uno se queda en la superficie pierde el sentido de la verdad, el encuentro más interesante. Pero claro, es tan bueno en la construcción de imágenes que fácilmente el espectador deambula por ese apocalipsis de masas y cultura pop extremas, por ese abuso tan a gusto del arte contemporáneo. Eso también es tremendamente disfrutable. La poca gente que recorre la exposición no puede creer lo que está viendo. Entra a un mundo inefable, indescriptible, desorbitado, lleno de plástico y superficie, de piel perfecta y siluetas espectaculares, de imágenes tan estilizadas y trabajadas, tan llenas de maquillaje que choca. Los protagonistas son el color y la delicada calidad de la composición. El mundo del consumo y la televisión, del cine y el glamour está revisitado y reconstruido de forma muy personal. Todo parece artificial y todo a su vez escapa a la artificialidad. Ahí están la belleza y la pureza del artista. Con una imaginación desbordante además.

    En la ex cárcel de Miguelete hay escenas gigantes de naufragios en catedrales y museos. Está la Piedad de Courtney con un Cristo Cobain. El cuerpo en los brazos de la madonna, suelto, liviano, abandonado, con signos de agujas y cortes en los brazos. El escenario es el cuarto de un hotel barato, empapelado, sucio, con botellas y frascos vacíos desparramados. Courtney está vestida de celeste bien claro, rostro y cabellera rubia excesivamente iluminada, la piel suave y clara, la mirada pura y elevada. El contraste es imponente. Porque también es la mujer del músico, la que se drogaba con él, la que acompañó su muerte, la que todos reconocen. Y la de los labios gruesos de botox, como algunas de sus mujeres preferidas, entreveradas entre las jóvenes y angelicales bellezas.

    En el Centro de Fotografía de la Intendencia hay otras series, desplegadas en dos pisos. Un recorrido sustancial y pleno en un espacio fantástico. Hay otra serie religiosa en la que se reconstruyen escenas de la vida de Jesús (Jesus is my Homeboy, de 2003). Jesús en la última cena con amigos del barrio, raperos, negros, latinos, chicas. Jesús que se interpone entre la Policía y una joven prostituta. Jesús que sermonea en las calles de Nueva York, rodeado o sentado en la cocina de un apartamentito pobre con la chica rubia que le lava los pies. Con la sensualidad propia de su estilo y el colorido alucinado y la composición perfecta. LaChapelle domina su arte aunque ponga a Michael Jackson con alas de ángel pisando al diablo. La misma fuerza y perfección, el mismo enfoque obsesivo y coherente. No es marquetinero, es honesto y busca y trabaja y profundiza en sus visiones. Algunas más logradas, otras un poco menos, pero todas de un vuelo inmenso, difícil de atrapar. Hay retratos de figuras de cera desarmadas, hay naturalezas muertas exuberantes.

    En Fundación Unión el artista la emprende con una imperdible serie de imágenes industriales, sin vida, aparentes construcciones de cemento y metal plenas de luz, arrasadoras. Y en Agadu una serie de retratos de Amanda (Símbolos de inmortalidad) según Warhol. Hay también retratos y bocetos de notable contraste con el resto de su obra monumental.

    “Parecen pinturas” es el comentario más escuchado. Es verdad. Los límites se corren todo el tiempo. Parece pinturas, escenas de teatro congeladas, escenografías destruidas, imágenes de una película o un videoarte tratado con alta tecnología para que la trama, la profundidad, la perspectiva y la intensidad dramática queden expuestas en un lugar apasionante. Una pena que haya tan poca gente, el problema de siempre en este país. Merece multitudes. Entusiasma enfrentar esa proeza técnica desde la sensatez y la inspiración. Tendría que ser obligatorio recorrer este obsesivo y seductor mundo de contrastes. Es curioso que este fenómeno discípulo de Andy Warhol, mozo del Studio 54, fotógrafo de moda, que se codea con figuras rutilantes de la escena mundial, mantenga un perfil artístico tan pulcro, siempre sorprendente, limpio de vulgaridades y autorreferencias, riguroso a pesar de la repetición de recursos y el estilo ampuloso y efectista. La visión de LaChapelle es hipnótica, casi mística. Es un camino de salvación.

    Contemporaneidad/Diálogos imaginarios. Muestra de fotografías de David LaChapelle. En Fundación Unión (Plaza Independencia 737, de lunes a viernes de 11 a 19), Agadu (Canelones 1122, de lunes a viernes de 12:30 a 18:30), EAC (Arenal Grande 1929, de miércoles a sábados de 14 a 20, domingos de 11 a 17), CDF (18 de Julio 885, de lunes a viernes de 10 a 19:30 y sábados de 9:30 a 14:30). Hasta fines de agosto.