En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
Aprendiendo a volar no solo tiene la desgracia de recibir este título melindroso con resonancias a libro de autoayuda que no ayuda. También está en una única sala, lo que tal vez no sea un buen signo para su supervivencia en la cartelera montevideana. La ópera prima del realizador holandés Boudewijn Koole se titula originalmente Kauwboy, data de 2012, y previo a su estreno en Montevideo fue premiada en algunos festivales, entre ellos el Bafici y el Festival de Berlín. Antes de rodarla, Koole filmó un documental, un mediometraje y un telefilme.
¡Registrate gratis o inicia sesión!
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
El registro de esta pequeña historia, en la que se narra parte del pasaje de la niñez a la adolescencia de Jojo (Ricky Lens), un niño de 10 años que encuentra un pichón de grajilla, un ave de la familia de los cuervos, y lo adopta como mascota hasta que el pájaro crezca sano y logre volar, es sereno, intimista, y sin más pretensiones que las de ilustrar la aceptación de la pérdida.
Cualquier similitud con Kes, del británico Ken Loach, donde un niño melancólico y ladrón decide un día cuidar a un pequeño halcón, no es ninguna coincidencia. Koole es declarado admirador de Loach, aunque en este filme no hay intención de mostrar las desigualdades de una sociedad fragmentada, desconfiada y con una clase obrera que vive con la sensación de recibir pedradas cada día. Sí hay una historia enmarcada en una familia trabajadora y, además, una representación que busca transmitir naturalidad y espontaneidad en cada momento. Como hay, salvando las geológicas distancias, en el cine de los hermanos Dardenne. Existe una mirada que recuerda a las primeras obras de Lasse Hallström, cuando el sueco todavía no había hundido su filmografía en almíbar, y que se logra colocando la cámara a la altura de los ojos de un niño. El mundo adulto, aquí, se presenta recortado, fraccionado, en astillas.
Jojo, inquieto, introvertido y curioso, vive con su padre, un señor pelado, de barba, que se va temprano a trabajar mientras su hijo se queda en casa y limpia la cocina o pone la ropa a lavar. De la madre se sabe poco, y de a poco. Se sabe, por ejemplo, que es estadounidense, que es cantante de música country, que está de gira, o algo así. En resumen: que no está ahí. Un día, en un hueco de sus rutinas, Jojo encuentra al pichón de grajilla, que cae del nido, intenta regresarlo al nido, no lo logra y decide llevarlo a su casa, hacerse cargo de su crianza. Al principio le suministra migas de pan para comer. Luego se informa sobre la correcta alimentación. Le pone nombre: Jack. Y todo en secreto. Porque para su padre (Loek Peters), las reglas son claras y tienen que respetarse: los animales y las plantas deben estar en el exterior, fuera de la casa. Jack crece sano y fuerte, sus plumas brillan como perlas negras. Jojo se pasea con su mascota al hombro, se siente un crack. En el barrio, lo miran con respeto. Aprende con su mascota, y aprenderá más. Entra un personaje nuevo, un nuevo color, Yenthe (Susan Radder), que mastica chicles azules con los que hace globos como planetas. Yenthe, rubia, más alta y más grande que Jojo, llega para aportar energía extra al equipo de waterpolo donde juega el protagonista. Ella misma es un planeta misterioso.
El director acompaña a Jojo y a su grajilla, cámara en mano, siguiéndolos de cerca, insertando imágenes fijas, emulando, quizás, la forma en la que determinados instantes se graban en la mente del niño. También son imágenes fijas, fotografías, las que arman el retrato de la madre ausente, además de sus canciones, además de las conversaciones telefónicas que el niño mantiene con ella. La relación de Jack y Jojo será determinante para ilustrar los temas que aborda la película: los escudos emocionales que se construyen para evitar el dolor de atravesar el duelo que produce una pérdida, una separación, una muerte, las dificultades que supone crecer, las emociones que despierta el amor, aunque sea imposible de definir. Es cierto: el final no está a la altura de lo que esta experiencia aporta a lo largo de buena parte de su metraje, con un golpe que parece artificial, dada la naturalidad y la fluidez con la que se desarrolla la trama. Sin embargo, no le quita la belleza ni la intensidad al conjunto.
Ronald, el papá de Jojo, es un señor fluctuante y frustrado, propenso a la irritabilidad. Un hombre grande que hace lo que puede y que a menudo se encuentra ante situaciones mínimas que lo desbordan y lo llevan a comportarse como un niño chico. Entonces Jojo actúa como padre de su padre. Boudewijn lo sintetiza con dos o tres planos, o con una imagen que posiblemente quedará grabada en la mente de un niño que en un parpadeo será adulto.
Aprendiendo a volar (Kauwboy). Holanda, 2012. Dirección: Boudewijn Koole. Guion: Boudewijn Koole y Jolein Laarman. Con Ricky Lens, Loek Peters, Cahit Ölmez, Susan Radder y Ricky Koole. Duración: 81 minutos.