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Recientemente se han producido hechos políticos que llamaron la atención publica: en España, la derecha gana y Rajoy vence a Zapatero; después es la izquierda la que triunfa en Francia y Hollande sustituye a Sarkozy. En Alemania, Merkel tiene dificultades que parecen aumentar con lo que ocurre en Francia. Más cerca, en Argentina, Cristina nacionaliza YPF y expulsa a los españoles de Repsol, mientras aquí mismo el gobierno uruguayo invita a inversores extranjeros a participar. En Paraguay un golpe saca a Lago, que aparece como el obstáculo que los demás tenían para hacer entrar a Venezuela al Mercosur. Pareciera que todo se entreverara, que los pueblos viven obsesionados por los cambios y los propios dirigentes dicen una cosa y después hacen otra. Y cuando niños y adolescentes consultan a personas mayores por esos mismos hechos, que han visto en los medios de comunicación, a veces las respuestas no suelen ser claras. Y preguntan dónde está la verdad, qué es lo mejor para los pueblos.
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La gente parece no tener clara la diferencia entre “socialismo” y “capitalismo”, “izquierda” y “derecha”. Estos últimos términos son utilizados por los izquierdistas para señalar que ellos son los que defienden al pueblo, mientras “la derecha” lo hace con todo poder extranjero. Mientras tanto, “la derecha” dice que pone las miras en la generación de la riqueza y para ello apoya a los inversores, mientras “la izquierda” prioriza el reparto de la misma. Y uno piensa que estos términos usados políticamente con mala fe deberían estar perimidos. Las medidas que adoptan gobiernos “de izquierda” en un país no difieren mucho de las que adopta uno “de derecha” en otro cercano. Pareciera que, simplemente, no existieran otras opciones.
Para entender esto, habría que repasar la historia. Desde que el ser humano descubrió que podía crear sus propios sistemas, necesitó normas que le permitieran convivir en ellos. Con los avances tecnológicos se produjo el desarrollo de las civilizaciones. La Revolución Industrial trajo el capitalismo y el capital necesitó libertades para desarrollarse y multiplicarse, por lo que la democracia republicana fue el sistema político más adecuado. Pero esto aumentó las diferencias económicas entre quienes suministraban los insumos de las organizaciones (empresarios, el capital; obreros y funcionarios, la mano de obra), lo que hizo que algunos pensadores intentaran buscar mejores soluciones a través del Estado; así nació como alternativa el socialismo. La diferencia fundamental entre ambos sistemas socioeconómicos estaba en quién producía la riqueza: el capitalismo la dejaba en manos de privados, mientras el socialismo se la encargaba a la sociedad a través del Estado. Con el correr del tiempo, las luchas sindicales fueron socializando al capitalismo de la primera época, mientras el socialismo también evolucionaba hacia el centro (estado de bienestar, socialdemocracia) aunque en el otro extremo adoptó una forma totalitaria de concentración del poder: el Partido Comunista Soviético. Con el tiempo, en la posguerra, el mundo del siglo XX se dividió en dos, dirigidos por las superpotencias de la época. La aparición de una nueva tecnología, la informática, iba introduciendo cambios que terminaron por crear una enorme brecha entre los países occidentales y la URSS y, según el propio Gorbachov, tornaron a esta incapaz de competir con Occidente. Por eso, mientras los países occidentales liberalizaban sus mercados (pasando de la socialdemocracia al neoliberalismo), en el este europeo se derrumbaban muros y levantaban cortinas mostrando una realidad de extrema pobreza totalmente opuesta a lo que plantearan las propagandas marxistas de Occidente, desplazándose hacia la socialdemocracia.
Si neoliberalismo y socialdemocracia fueron los sistemas de fines del siglo XX, ¿qué es lo que ha pasado desde entonces? La sociedad que trae la revolución de la tecnología informática procesará en sus sistemas fundamentalmente información y si se cortan los caminos a esta, dirigentes con malas intenciones pueden aprovecharse, si son de las llamadas “extremas derechas”, e instalar una dictadura del conocimiento, o si provienen de las “extremas izquierdas”, al priorizar al individuo frente a los sistemas, conducir a estos a un estado de anarquía total. ¿Cómo evitarlo? En estas primeras décadas del siglo se está viendo la “crisis del capitalismo”. Alguien dijo: el capitalismo está destinado a desaparecer, el socialismo es incapaz de sustituirlo. Que todo tiene su ciclo no hay duda; tarde o temprano ocurrirá lo primero. Mientras los Estados recortan su presupuesto, la discusión ha sido, y es, fundamentalmente, cuál es su alcance. ¿Qué debe suministrar el Estado? ¿Nada? ¿Solo controlar o regular a los privados? ¿Servicios, como educación y salud? ¿Transporte, comunicaciones? ¿Todo? Es el dilema de esta época de transición. El presidente Mujica admitió que las elecciones internas de la izquierda demostraron que existen quienes quieren mejorar al capitalismo y los que sueñan con instalar el socialismo. Pero hoy día, donde el Estado compite con los privados, resulta enormemente más caro y si se encarga de todo, no hay sociedad que lo resista. Soñar que nadie trabaje para otro, que no exista quien se aproveche del trabajo ajeno, parece una utopía. Porque las organizaciones deben tener su estructura interna. Unos deben hacer los trabajos, otros proyectar y programarlos, otros supervisar y dirigir la organización toda. Cada uno debe cumplir su función. Para lograr el sueño de aquellos que desean instalar el socialismo, habría que cambiar muchas cosas. Por ejemplo, ir al “hombre empresario” que vende su trabajo a una organización para cumplir con las funciones que se necesitan y antes cumplían los trabajadores de la empresa. Pero hay tareas que un ser humano no puede realizar solo y se necesita esta “tercerización”, que tanto criticaban los izquierdistas, a través de organizaciones más pequeñas. Y el hombre necesita ser dueño de sus cosas y si se le quita al ser humano el sueño, trabajando para el Estado u otro particular, de luchar por algo propio, se llega a una sociedad sin estímulos. Si se deja todo en manos de la sociedad, para vivir en una comunidad mundial en la que todos son dueños de todo y nadie lo es de nada, se necesita una organización que la administre. Y esto crea una “clase privilegiada” que desvirtúa la utopía de la sociedad sin clases.
¿Cómo será el sistema socioeconómico de la sociedad tecnológica? No se sabe. Sin embargo, algunos hechos nos van tirando una punta: hoy día la Internet da ciertas posibilidades como el tele-trabajo, la educación a distancia, la compraventa a través suyo, las terminales bancarias, el correo y los archivos electrónicos, los teléfonos celulares, los comandos a distancia, etc., etc. Todo ello utiliza la información como medio para intercomunicar sistemas. Son los comienzos de una era en la que la sociedad mira al hombre más como consumidor que como productor de sus productos. Este tele-consumismo parece sustituir al capitalismo sin pasar por el socialismo. Y si antes era cierto que el capital necesitaba mayores libertades para desarrollarse, hoy la información las necesita aún más para hacernos vivir en una sociedad cada vez más democrática. Y está claro que no se trata de lucha de clases: son los avances de la tecnología los que movilizan las civilizaciones. Esta será la sociedad que vivirá la generación de aquellos jóvenes que nos consultan y hay que hacérselo saber.