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Río de Janeiro (Gerardo Lissardy, corresponsal para Amércia Latina). Uno tras otro, un total de 13 vehículos blindados de la Marina brasileña ingresaron en la madrugada del domingo en las cuatro favelas de Río de Janeiro que componen el complejo de Manguinhos, uno de los lugares más violentos de una ciudad famosa por su violencia. Junto a ellos llegaron cerca de 1.500 policías y militares armados hasta los dientes, apoyados también por helicópteros. Su objetivo era tomar el control de esa comunidad y de Jacarezinho, otra favela conocida por el consumo rampante de crack. Y lo lograron sin tiroteos ni sangre derramada, a pesar de tratarse de lugares que estuvieron controlados durante décadas por narcotraficantes armados y que integraban lo que aquí se conoce como “Franja de Gaza”, por las escenas de guerra y crueldad que podían verse en sus calles.
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Lejos de ser un hecho aislado, ese megaoperativo fue un capítulo más de la política del gobierno estatal de Río para “limpiar” algunas de las comunidades más peligrosas de la ciudad antes de recibir el Mundial de Fútbol 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016. Hasta ahora las autoridades han recuperado el control de una treintena de favelas y su objetivo es llegar a 40 antes del comienzo de la fiesta global del balompié. Como ha ocurrido antes, el plan es instalar en Manguinhos y Jacarezinho, donde viven cerca de 70.000 personas, dos Unidades de Policía Pacificadora (UPP), integradas por efectivos entrenados especialmente para tener un trato de cercanía con los habitantes locales.
La gran diferencia de esta estrategia respecto al pasado es que en los lugares de Río donde la policía ha arrebatado el control territorial a los narcotraficantes permanece in situ, en vez de ingresar y salir a los balazos como lo hacía cuando entraba a buscar drogas o personas requeridas por la Justicia. Pero Río tiene cerca de un millar de favelas y, a medida que avanza, esta política encuentra enormes retos para afianzarse, como explica João Trajano, doctor en ciencia política e investigador y coordinador del Laboratorio de Análisis de la Violencia en la Universidad Estatal de Río de Janeiro (UERJ).
Lo que sigue es una síntesis del diálogo que Búsqueda mantuvo con este experto.
—¿Tiene una importancia especial la ocupación de las favelas de Jacarezinho y Manguinhos?
—Toda ocupación en cualquier comunidad de Río tiene un significado especial, tanto por la naturaleza de la intervención policial que difiere mucho de las formas tradicionales, como por lo que eso puede significar en la redefinición de los padrones de vida social. En este caso de Jacarezinho y Manguinhos son comunidades muy problemáticas, con una historia de conflictos internos que incluso traspasaban sus fronteras. Y por su situación geográfica están muy próximas de la principal vía de entrada a la ciudad, en una especie de corredor de acceso a Río de Janeiro que hace que sea un área muy sensible para la ciudad. Las autoridades de seguridad pública justifican la estrategia por la lógica de la ola: a partir de un determinado punto, que fue la zona sur de Río, ir ocupando áreas contiguas y gradualmente alcanzar otras ciudades.
—¿Pero es un progreso lineal y constante? ¿O hay retrocesos y desafíos nuevos en los lugares que se declaran “pacificados”?
—En la retórica oficial, la tendencia es abordar esto como una estrategia lineal de ocupación y pacificación gradual. Ese es un discurso comprensible desde el punto de vista del actor político que pretende dar legitimidad y eficacia a su política. Personalmente creo que la experiencia es válida. Es la primera estrategia de abordaje policial de la seguridad pública en Río, diferente a la lógica de la guerra. Eso no es poca cosa. Pero es muy arriesgado aceptar la retórica oficial.
—¿Por qué?
—Primero porque tenemos una institución policial en el caso de la Policía Militar que tiene una serie de problemas y en su mayoría todavía es refractaria a ese modelo de actuación. Tenemos un padrón de interacción de las comunidades con las fuerzas policiales marcado por la hostilidad. También hay una resistencia de las comunidades en aceptar a la Policía, por razones obvias. Entonces la retórica oficial es de la linealidad, pero creo que es irreal. Pero los aciertos y errores debemos encararlos con serenidad y firmeza, sin hacer que comprometan el proyecto de una nueva Policía.
—¿Mismo en las favelas que recibieron UPP y registraron bajas importantes en las tasas de homicidios la Policía debe ganarse la confianza de los pobladores locales?
—Seguro. Es un abordaje realista de lo que tenemos en las manos. No se revierte una historia de muchas décadas en poco tiempo y con buena voluntad. Y están también quienes no endosan este proyecto.
—En la favela de Rocinha, la mayor de Brasil y que recibió una UPP el mes pasado, hubo dos policías asesinados desde la ocupación de noviembre y en total se ha registrado una docena de homicidios. ¿Está ahí el mayor desafío a esta política, por su tamaño y ubicación estratégica?
—Estuve en Rocinha en la víspera de la muerte del primer policía, conversando con los policías jóvenes que estaban ahí preparándose para integrar la UPP. Al mismo tiempo que reconocían los desafíos, percibí de ellos una aprensión muy grande de ser transferidos al Complejo de Alemão, que para ellos era algo mucho más difícil y complicado. En las comunidades con mayor densidad demográfica y que ocuparon un lugar estratégico en la economía del crimen organizado armado, vamos a tener desafíos muy pesados. Lo que me causa recelo es que episodios como la muerte de un policía, la ocurrencia de otro homicidio o un conflicto entre pobladores y policías puedan debilitar la apuesta en un modelo de vigilancia diferente al que tenemos, que es el modelo BOPE (Batallón de Operaciones Especiales, representado en la película “Tropa de Elite”). Ese modelo de guerra no es aceptado desde el punto de vista ético, y es ineficaz desde el punto de vista pragmático. Tenemos que apostar a modelos diferentes.
—Todo esto está hecho para mejorar la seguridad de Río antes del Mundial 2014 y los Juegos Olímpicos 2016. ¿Qué va a pasar cuando terminen esos grandes megaeventos? ¿Se mantendrá esta política o se acabará por falta de fondos?
—Esa es la pregunta que se hace dentro de las mismas comunidades ocupadas. Cuando uno va ahí y habla con pobladores, lo que más oye además de críticas es que el proyecto tiene fecha de vencimiento. Va a depender de la capacidad del Estado, de la sociedad civil y de los miembros del área de seguridad pública que quieren una política mejor de lo que ya tuvimos, que hagan prevalecer su perspectiva. Al final la mayor señal de éxito de una UPP va a ser que ella no sea más necesaria. El día que se pueda prescindir de la UPP de Rocinha porque Rocinha ya está protegida de la posibilidad del surgimiento del tráfico o de cualquier tipo de control armado, esa es la victoria. Conseguir eso es un desafío colectivo. Río de Janeiro ha sido muy eficiente a lo largo de los años en proveer seguridad en situaciones de grandes eventos. Se consiguió sacando a las Fuezas Armadas a la calle y apelando a una represión máxima. Estamos buscando una alternativa a eso. Esta metodología es una novedad.
—¿Se puede decir que esta experiencia es exportable a otras partes de América Latina?
—No lo sé, porque todavía no tenemos un programa de Policía de pacificación formulado de modo sistemático. Ese es un proceso que está siendo hecho y formo parte de ese equipo. Todo indica, y hago fuerza para que ocurra, que se puede tornar una experiencia que funcione como referencia. Pero todavía no es el caso.
—Montevideo es una ciudad mucho más tranquila que Río. Sin embargo, la policía uruguaya encuentra cada vez más resistencia para operar en algunos barrios conflictivos de la ciudad y los pobladores locales se quejan de la represión cuando se realiza un operativo. ¿Tiene algo que aprender Montevideo de Río, hoy?
—No sé si propiamente Montevideo, pero sería importante que la Policía no se volviese la agencia de violación de derechos humanos y agresión que fue la Policía brasileña en general y de Río de Janeiro en particular. La situación de Río no tiene paralelismo en América Latina, porque aquí experimentamos el control armado de territorios por el crimen. Y la Policía se volvió una especie de parte de ese todo, porque muchas veces no combate el crimen organizado y es una especie de socia, a través de la corrupción. La dinámica de Montevideo tiene poco que ver con Río de Janeiro, pero el riesgo que es bueno evitar es que en la Policía gane espacio la idea de una fuerza focalizada en el combate, la guerra, el enfrentamiento, y la posibilidad de focos de corrupción. Infelizmente Río tiene mucho más para enseñar sobre lo que no debe pasar que sobre cómo hacer las cosas.