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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEs difícil que alguien nacido en 1945 o en sus alrededores, como quien escribe, no haya tenido en las salas de cine su pasatiempo favorito: 19 millones de boletos vendidos en Montevideo en 1954.
Fue una base cultural democrática, ya que la diferencia temporal de concurrencia, entre los que accedían a las salas de estreno o los que esperaban en sus barrios, no era mayor a las cuatro semanas.
Lo que importaba era que los filmes y sus estrellas nos formaban a todos.
Va esta introducción, porque Wilson es en mi criterio un excelente filme, que me atornilló a la butaca sin descanso, durante toda la proyección y lo es porque sin oprimir el pedal de una emoción efectista logra en su sobriedad documental, en su meditado montaje, una bienvenida revisión de una figura clave de la previa, el durante y el después del quebranto constitucional de 1973.
A raíz de las sensaciones que me produjo Wilson, recordé a Bruno Coquatrix, responsable entre 1954 y 1979 del templo teatral Parisino, L’Olympia, lanzador y productor, desde entonces, de Edith Piaf, Yves Montand, Gilbert Bécaud, Johnnie Halliday, Charles Aznavour, Adamo, Silvie Vartan, etc., etc., anfitrión en los sesenta de Sinatra, Louis Armstrong, The Beatles y The Rolling Stones.
Ya veterano, Bruno Coquatrix, alcalde de Calvados entre 1971 y 1979, señaló en una entrevista: “Sólo la política es más desafiante y apasionante que el mundo del espectáculo”.
No aclaró la razón del paralelismo, pero es casi obvio, que refería a que la consagración se define en boletos vendidos en teatros, cines, estadios, en el caso de los artistas, o votos en las urnas en el de los políticos, democracia plena de por medio.
En los territorios demarcados, el requisito excluyente es “tocar pueblo”, movilizar emoción y razón, masificando y excediendo el ámbito del voto previsible de sectores de pertenencia “cantada”.
Wilson Ferreira Aldunate, como lo hace revivir el filme, tenía las virtudes de un gran protagonista, un carisma y una galanura indiscutibles y formidables respaldando sus apariciones, un eximio político, que no discurseaba en función de la corrección y prudencia ideológica de electores que en su parquedad burguesa siempre saben lo que votan.
Son por diversos motivos como “superados”, a los cuales no les “entran las balas”, no hay político sagaz que pierda tiempo en ellos y Wilson vaya si lo era.
La notable campaña de 1971, Wilson gana, tuvo una enorme temperatura progresista; terminaba la década de los radicalismos sesentistas, pero de ninguna forma sus efectos y había que ubicar, en el acierto o en el error, una alternativa al arrastre de aquellos, representado en el estreno en la elección del 71 del Frente Amplio, quien terminó recurriendo a la “experversa Ley de Lemas”, para aglutinar agrupaciones y partidos políticos de la más diversa naturaleza, para confrontar con blancos y colorados.
Wilson, con luces y sombras, como todos los mortales, honesto, incorruptible, al estilo del tradicional patriciado político criollo, cultura universalista, dialéctica sustentada en su sólida estructura intelectual y por ende eficaz y potente, tocó pueblo, y lo hizo constituyéndose en un dique de contención de decenas y decenas de miles de votos de jóvenes, medianos y adultos que sin su fulgurante aparición hubieran marcado voto “progre” en el debut del Frente Amplio.
Wilson no fue habilitado en la elección de la reapertura democrática y no llegó con vida a la siguiente.
Más que nunca, su aporte titánico, como fue la instalación de la idea en el 71, de que la sensibilidad social no es exclusiva del Frente Amplio, sigue pendiente de continuidad e instrumentación para el Partido Nacional.
Terminamos con cine y evocamos el título de un filme de Cantinflas: “Ahí está el detalle”.
José María Reyes Delgado
CI 1.006.359 - 7