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    La peor pregunta para Brasil: ¿qué duele más? ¿El Maracanazo o esto?

    Río de Janeiro (Gerardo Lissardy, corresponsal para América Latina). El primer gol de Alemania a los 11 minutos de juego fue una sorpresa para los brasileños, que hasta ahí veían con entusiasmo a su selección lanzada al ataque, con un córner y un remate al arco apenas iniciado el partido. El segundo fue un balde de agua fría. El tercero, un mazazo al amor propio. El cuarto, el fin del sueño de ganar en casa la sexta Copa del Mundo. Pero el quinto gol germano en menos de media hora de la semifinal del martes 8 en Belo Horizonte, comenzó a plantear la pregunta más difícil para Brasil: ¿qué es peor, el Maracanazo de 1950 o esta derrota en 2014?

    Existen varios puntos en común entre 1-2 que los brasileños sufrieron hace 64 años frente a Uruguay y la goleada 1-7 que ahora le propinó Alemania. El más evidente es que ambas caídas fueron en partidos mundialistas dentro de Brasil, que hicieron trizas el anhelo de gozar la gloria como anfitriones. Y ambas fueron interpretadas como humillaciones históricas para un país que encuentra en el fútbol su principal pasión y un elemento clave para definir la identidad nacional.

    El verdadero significado que Brasil le dará a la masacre germana solo comenzará a quedar claro con el paso del tiempo, al igual que el país y también Uruguay tardaron en asimilar la real dimensión del Maracanazo. Pero las portadas de los periódicos brasileños ayer miércoles fueron un reflejo del tenor que atribuyen ahora mismo a esta nueva tragedia deportiva. “Vergüenza, vejamen, humillación”, tituló en grandes caracteres el diario carioca “O Globo”. “Selección sufre la peor derrota de la historia”, destacó “Folha de São Paulo” sobre una gran fotografía en negro, en la que solo se destacaba a color una pantalla con el marcador final del estadio Mineirão. 

    También hubo periódicos que evocaron la final perdida en 1950, para recalibrar su importancia. “Felicitaciones”, tituló con grandes caracteres el diario “Extra”, sobre una foto en blanco y negro del gol decisivo del uruguayo Alcides Ghiggia en aquel juego épico. “A los vicecampeones de 1950, que siempre fueron acusados de dar el mayor vejamen al fútbol brasileño. Ayer conocimos lo que es vejamen de verdad”, explicó el periódico de Río de Janeiro, siempre en su primera página. 

    Luego de la goleada alemana habló la hija adoptiva del hombre que los brasileños convirtieron en símbolo de aquella derrota en el estadio de Maracaná, el golero Moacir Barbosa, quien antes de morir dijo en referencia al gol de Ghiggia en su primer palo: “La pena máxima (de cárcel) en Brasil son 30 años, pero yo pago hace 40 por un delito que no cometí”. Instantes después del pitazo final en Belo Horizonte el martes, Teresa Borba dijo en el portal brasileño de noticias UOL: “Barbosa fue vicecampeón. El tenía orgullo de ser vice, ¿entendió? (…) Estoy triste por ser brasileña, pero feliz por el honor a Barbosa. Él debe estar feliz ahora”. 

    La nueva final del mundo en el Maracaná será el domingo a las 16 horas entre Alemania y Argentina, que ayer miércoles eliminó a Holanda en definición por penales. 

    Ayer y hoy

    En términos estrictamente deportivos (es decir, apenas por la matemática de los goles a favor y en contra) es innegable que la caída del martes fue para Brasil bastante peor que el 2-1 de 1950. El 7-1 igualó la mayor diferencia en contra que el país tenía en su historia de partidos oficiales, un 6-0 paradójicamente contra Uruguay en una Copa Sudamericana de 1920. Pero la de Belo Horizonte fue además la derrota más abultada de Brasil en una Copa del Mundo, la mayor goleada a un anfitrión en la historia del torneo, la primera vez que un país recibe siete goles en una semifinal de Mundial. La seleção desconocía oficialmente la derrota como locataria desde 1975. 

    Hay otros datos que ayudan a entender lo asombroso del triunfo alemán. Uno de ellos es que aplastó nada menos que al pentacampeón del mundo, el país que hizo del fútbol un espectáculo de magia y alegría. “En 1950 todavía no éramos ‘el país del fútbol’, ni teníamos todas las conquistas internacionales que tenemos hoy y el fútbol no tenía la importancia simbólica y cultural de ahora”, sostuvo Mauricio Murad, un sociólogo brasileño especializado en fútbol, en diálogo con Búsqueda

    Pero también existen elementos que pueden servir de consuelo a los brasileños en estos días. 

    El primero es que la tragedia de hace 64 años ocurrió en una final. Si bien la caída con Alemania ocurrió en estos tiempos de transmisiones en directo por TV y redes sociales (hubo 35,6 millones de mensajes enviados durante el partido y un récord de 580.601 tuits por minuto cuando los germanos metieron su quinta diana) en el Maracaná se habían congregado unos 200.000 brasileños para el partido del 50, una cifra impensable en estos días: en el Mineirão había el martes menos de un tercio, 58.141 espectadores. 

    Brasil llegó a aquella final como claro favorito, luego de vapulear 7-1 a Suecia y 6-1 a España. Apenas un empate con Uruguay le servía para consagrarse campeón, y cuando los locales abrieron el marcador nadie imaginaba que los celestes lograrían dar vuelta el partido. En cambio, La Canarinha en este Mundial ya había dejado muchas dudas antes del choque con Alemania por su juego o, mejor dicho, por la falta del mismo: un empate sin goles con México en la serie, otro empate a uno con Chile en octavos de final (3-2 por penales) y un ajustado triunfo 2-1 ante Colombia en cuartos.

    Ese partido frente a Colombia fue el mejor de Brasil en la Copa, pero tuvo un alto costo: la lesión de su principal estrella y goleador, Neymar, que sufrió una fractura de vértebra por un rodillazo del colombiano Camilo Zúñiga, y la suspensión de su capitán Thiago Silva por acumulación de tarjetas amarillas. Así las cosas, los anfitriones estaban lejos de tener la fama de invencibles que se habían creado 64 años atrás. 

    De todos modos, la dolorosa lesión de Neymar parecía haber logrado que los brasileños se unieran detrás de su selección y olvidaran todas sus críticas previas al mal desempeño de sus futbolistas y a los costos gigantescos de este Mundial. 

    Pero muchos ya advertían que la sintonía de la sociedad brasileña con su selección era bastante más débil que en otros mundiales, no solo por la falta de un jogo bonito que generase entusiasmo sino también porque muchos de sus referentes emigraron demasiado jóvenes a Europa por contratos multimillonarios, cuando los hinchas locales ni los conocían bien. “La relación del brasileño con la selección cambió mucho”, sostuvo Marcos Guterman, un historiador y autor del libro “El fútbol explica a Brasil”, en una charla con Búsqueda al inicio del Mundial. “La identidad es muy diferente a lo que fue en el 50”, agregó. 

    Murad coincidió en que “en 1950 se identificaba mucho más la victoria y derrota de la selección con una victoria o derrota del país”. Si bien luego de la goleada alemana hubo incidentes puntuales en diferentes ciudades de Brasil, con varios ómnibus incendiados en São Paulo, la bronca de los hinchas parecía dirigida sobre todo contra los futbolistas (que fueron abucheados en el estadio y denostados a lo largo y ancho del país), el técnico Luiz Felipe Scolari y la organización del fútbol brasileño. Pero por el momento nadie en Brasil parece haber señalado la frustración del martes como un símbolo de fracaso colectivo del país, como sí ocurrió en 1950. 

    Los brasileños tienen en estos días suficientes preocupaciones aparte del fútbol, como los precios, la inseguridad y la baja calidad de servicios públicos. Estos problemas y el malestar social por los gastos en estadios levantaron hace un año protestas callejeras masivas en todo el país. Y es probable que ahora vuelvan a centrar la atención, antes de las elecciones de octubre.

    La presidenta Dilma Rousseff, que pedirá un nuevo mandato y se había convertido en una hincha fervorosa de la seleção, mostró su estado de ánimo tras la goleada alemana. “Estoy muy, muy triste con la derrota”, admitió por Twitter. “Pero no nos vamos a dejar quebrar”, añadió. Es ella misma quien deberá entregar la Copa del Mundo al vencedor del domingo en el Maracaná. Y si Argentina es el campeón, la pesadilla continuará para muchos brasileños, en el mismo estadio donde hace un buen tiempo ya descubrieron todo el dolor que el fútbol puede causar a una sociedad.