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    La reforma jubilatoria sin reforma del Estado

    Nº 2190 - 8 al 14 de Setiembre de 2022

    Con el anteproyecto de reforma del sistema jubilatorio, el pato de la boda será (nuevamente) el contribuyente y no el Estado. Luego de un año de trabajo, cientos de horas de reuniones y comisión de notables de por medio, la gran solución que encontraron es, básicamente, aumentar la edad jubilatoria, trabajar más años y pagar más aportes. Ahorrar algunos de los tantos despilfarros en que incurre el Estado uruguayo para volcar esos fondos al sistema jubilatorio nadie (absolutamente nadie) lo ha planteado.

    Es cierto que la expectativa de vida de la población en el mundo viene subiendo y por lo tanto hay que tener recursos para poder vivir cuando uno deje de generar ingresos. Pero también es cierto que el Estado nos quita recursos durante toda nuestra vida y la mayoría de las veces los malgasta. Si tuviéramos menos empresas públicas, menos empleados estatales, menos municipios, menos impuestos, menos burocracia y menos ineficiencias, muy otro sería el panorama.

    Incluso gran parte de lo recaudado por el IRPF bien que podría ir a financiar el sistema previsional, ya que este impuesto comenzó recaudando unos 200 millones de dólares en el 2007 y este año recaudará casi 10 veces más. Además, se suponía que era un impuesto para “los ricos” (“que pague más el que tiene más”) y al final lo termina pagando una maestra de escuela.

    Todo el actual sistema jubilatorio está asentado sobre bases y estímulos erróneos. Por ejemplo, el tener sistemas jubilatorios diferentes para cada actividad o profesión, ya que se basa en que una persona va a realizar toda su vida una misma actividad. Así, tenemos una caja jubilatoria para militares, otra para policías, escribanos, profesionales universitarios, bancarios, comerciantes, rurales, etc. Una gran ineficiencia en costos de administración.

    Otro mal sistema de incentivos era el contemplar los últimos años de aportes para calcular el monto de la jubilación a pagar y aquí había diferentes criterios según cada sistema de aportación. Durante muchos años solo se tenían en cuenta los últimos tres años de aportes, lo cual estimulaba a pagar lo mínimo durante los primeros 27 años y pagar lo más posible los últimos tres. Un niño de 10 años entiende que este sistema está condenado a la quiebra, pero los políticos no lo vieron así. Lo que vieron fue una oportunidad de mostrarse “buenistas” para cosechar votos en el corto plazo, ya que cuando la bomba explotara 20 años después o el político no está más en actividad o encontrará una excusa o un culpable nuevo.

    El sistema de “solidaridad intergeneracional” suena muy lindo, pero quita la responsabilidad de cada uno de generar su propio ahorro. Por eso se crearon las AFAP, pero el sistema híbrido no funcionó como se esperaba. La competencia entre administradoras de fondos previsionales fue bastante fuerte al principio, pero en el juego de quitarle clientes a la competencia los que más ganaban eran los vendedores por cobro de comisiones, hasta que un día las administradoras hicieron un pacto de no agresión, cada una se quedó con su cartera, bajaron la publicidad, despidieron vendedores y produjeron muy buenas utilidades.

    El anteproyecto propone ir a la “convergencia” del sistema previsional, una manera elegante de ir eliminando todas las cajas y confluir en un sistema único, que es lo que debió haberse hecho desde un principio: todo el mundo aportando a su cuenta individual, no importando si era por una actividad comercial, notarial o rural, si esa misma persona desarrollaba varias actividades.

    En definitiva, como no se animan a ponerle una bomba al sistema actual y construir uno desde cero (el uruguayo prefiere una mentira cómoda a una verdad incómoda), este será un nuevo parche que habrá que recauchutar dentro de algunos años.

    El sistema propuesto tampoco parece contemplar demasiado las nuevas formas laborales, donde pesará más el trabajo freelance, el trabajo a distancia, los emprendedores y la robotización de varias actividades que hoy hacen los humanos.

    Tampoco sé mucho cómo han calculado los ingresos por solidaridad intergeneracional (donde los jóvenes activos terminan pagando la jubilación de los veteranos), cuando las parejas tendrán cada vez menos hijos y donde el 60% de los muchachos no terminan los estudios secundarios. Eso llevará a que los pocos jóvenes que aporten al sistema lo harán sobre sueldos magros porque también desarrollaron habilidades magras que el mercado no pagará con buenos salarios.

    Es que a los políticos no les gusta —en general— agarrar el toro por las guampas. Es lo que pasa con la “caja militar”: como los salarios militares siempre fueron malos, buscaron compensarlos con beneficios de todo tipo, entre ellos, jubilaciones de privilegio, lo que lleva a que hoy la “caja militar” (que paga unas 50.000 jubilaciones) reciba apoyo del fisco en una suma similar a la que recibe el BPS (que paga unas 700.000 prestaciones), según declaraciones de dirigentes del Frente Amplio que no han sido cuestionadas.

    Lo bueno de todo esto es que el presidente Luis Lacalle Pou está dispuesto a impulsar algún cambio en el sistema sin medir el costo político (en votos), porque la noticia de trabajar más años no le cae bien a nadie. Pero esto es solo la punta del iceberg, ya que su masa es siempre la misma: el insoportable costo de un Estado impagable.