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    La sociedad está dominada por la “ideología de la nada”, en la que se imponen “los poderosos” y el “consumismo”, dice el cardenal Sturla

    En el entorno del arzobispo uruguayo llamaron la atención “las ausencias” políticas durante la celebración por su nombramiento y creen que “le están cobrando algunas cosas” que dijo el año pasado

    Daniel Sturla cursaba el profesorado de Historia en el Instituto de Profesores Artigas (IPA) en 1978 cuando anunció que, al año siguiente, iniciaría su camino hacia el sacerdocio. Después de escuchar su decisión, muchos de sus compañeros estaban encantados, en particular aquellos que eran comunistas. Era como si “respetaran” la idea de que “militara por una causa”, por más de que no fuera la de ellos, recuerda el cardenal.

    Pero la época en la que, en el acierto o en el error, los jóvenes creían que cambiarían el mundo y que esa posibilidad estaba a la vuelta de la esquina, llegó a su fin. Y eso a Sturla le preocupa porque “las grandes utopías” fueron sustituidas por el “relativismo”, por la “ideología de la nada”, que deja a las personas, sobre todo a los más pobres, abrazadas al consumo como tabla de salvación.

    Es por esas circunstancias, afirmó el arzobispo de Montevideo, que la Iglesia católica tiene terreno fértil para trabajar y crecer. En Uruguay hay personas que “buscan, que sufren, que andan desorientadas o mintiéndose a sí mismas”, dijo el domingo 15 por la tarde durante una misa.

    Ausencias.

    Sturla viajó a mediados de febrero al Vaticano para asistir a la ceremonia mediante la cual el papa Francisco lo creó cardenal, el segundo uruguayo en alcanzar el “Senado” de la Iglesia católica. El domingo 15 de marzo, pocas semanas después de su regreso, las autoridades eclesiales organizaron un acto en la escalinata de la catedral de Montevideo, en la Plaza Matriz, para celebrar su designación.

    La primera actividad de la tarde consistió en un acto al que concurrieron representantes del gobierno, políticos de la oposición, autoridades de otras religiones, entre otros.

    En el entorno de Sturla llamó la atención que hubiera menos dirigentes políticos en esa actividad, tanto de la oposición como del oficialismo, en comparación con la nutrida concurrencia que se registró un año atrás, el día que asumió como arzobispo. Destacaron, no obstante, la presencia del rector de la Universidad de la República, Roberto Markarian, con quien el arzobispo mantuvo una reunión positiva hace pocos meses. “Las ausencias a nivel político hacen pensar que le están cobrando algunas cosas” que dijo el año pasado, afirmó a Búsqueda un allegado al arzobispo. Opinó además que Sturla “no rehuyó ningún debate sobre temas polémicos” y que en algunos casos eso puede tener sus consecuencias negativas.

    “Me gusta decir que somos una Iglesia pobre y austera. No tenemos recursos, ni somos un lobby poderoso; incluso muchas veces en nuestra historia se ha ‘ninguneado’ nuestro aporte”, afirmó Sturla en su discurso. Y poco después agregó: “Al mismo tiempo somos una Iglesia libre. No tenemos ataduras y hemos aprendido a ser parte de esta sociedad plural donde decimos con sencillez nuestra palabra”.

    Hijas del desencanto.

    Luego de terminar ese acto, el cardenal presidió una misa. En esa oportunidad, aprovechó para hablar de un tema que le preocupa a él y que también ha planteado en varias ocasiones el papa Francisco: la sociedad de consumo.

    “Estamos viviendo una gran oportunidad para el anuncio del Evangelio. Es importante que nos demos cuenta”, dijo. “Las grandes utopías cayeron. El relativismo, en su aparente neutralidad, no es más que la ideología de la nada, donde se terminan imponiendo los poderosos”.

    “Nos queda el consumismo, y el afán de divertirnos. Pero consumir y consumir es un globo que se infla hasta que, al enfrentar una circunstancia difícil de la vida, se nos pincha. Nos quedamos desconcertados, como un niño con el piolín en la mano, mirando cómo se esfumó lo que nos divertía. En definitiva, es el vacío, la oscuridad, la nada”, concluyó.

    Para Sturla, esa situación es grave, aunque es un caldo de cultivo para que la Iglesia trabaje y ayude a los que están “desorientados”.

    Consultado por Búsqueda, sostuvo que el consumismo está en el centro de la vida de muchas personas, pero sobre todo de los jóvenes. Las nuevas generaciones son hijas de aquellos que en las décadas de 1960 y 1970 intentaron cambiar el mundo y fracasaron, opinó. “Son hijas de los desencantados”.

    La caída de las utopías planteada por Sturla estuvo acompañada, según el arzobispo, por el proceso de secularización que vivió Occidente y del que Uruguay no escapó. Por el contrario, el temprano proceso de secularización iniciado a comienzos del siglo XX por el Batllismo puso al país en la vanguardia de la transformación.

    Esa combinación de factores, continuó en su análisis el religioso, repercutió con mayor fuerza entre los más pobres. Y es en ese sector de la población donde Sturla quiere concentrar los esfuerzos de la Iglesia de Montevideo. Esta idea va en línea con el espíritu que Francisco intenta imprimir a su papado.

    Para el cardenal, la falta de un “sentido de la vida” se refleja en Uruguay en la alta tasa de suicidios y en la baja cantidad de nacimientos.

    El domingo, durante la misa, el arzobispo advirtió a los creyentes que pueden caer en la “tentación” de “mirar la historia, y el mundo, como una amenaza”. Pero la respuesta de la Iglesia debe ser otra. Los católicos tienen que “salir al encuentro” de quienes se están mintiendo a sí mismos “en diversos escapismos”, añadió.

    Después de que terminó la celebración frente a la catedral, Sturla dio otra señal de que sigue el ejemplo del Papa, quien suele aprovechar cualquier oportunidad para estar en contacto directo con los fieles. La organización había dispuesto un vallado, custodiado por varios guardias de seguridad, para separar al público de los invitados especiales. Sin embargo, luego de la misa, el cardenal les pidió a tres sacerdotes jóvenes —de buen porte físico— que abrieran el vallado y lo acompañaran porque quería saludar a las personas que estaban en la plaza. Recibió abrazos, besos y se sacó fotos hasta que el último de los fieles se dio por satisfecho y lo dejó ir.