N° 1965 - 19 al 25 de Abril de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáCualquiera que haya tenido cierto interés por la actividad política sabe que esta convoca a toda clase de gente. Cualquiera que se haya arrimado a un partido, club político o comité de base, sabe que en estos se reúne gente de distintos niveles socioeconómicos, con distintos niveles de interés (aunque todos con el suficiente), así como con diversas expectativas sobre su participación. De hecho, y pese a estar todos juntos conversando en un mismo cuartito, la respuesta a la pregunta ¿qué es la política? varía mucho entre unos y otros.
Desde que las redes sociales se convirtieron en una versión low cost de esos mismos clubes o comités, es habitual encontrarse en ellas con esas mismas distintas versiones de personas, gestos e intereses. De hecho, con su versión ampliada: ir al comité o al club del barrio implicaba sacar el culo del sillón y caminar unas cuadras para perder (el que haya obtenido algo con sus gestiones dirá ganar) un rato de su existencia en pro de una idea política. En la versión virtual, el culo se quedará pegado al sillón y alcanzará con algún “me gusta”, “me enfada” o “me asombra” para dejar clara la preferencia política de ese instante y sobre ese tema. Una especie de versión light y a la carta de lo que antes era militancia y/o interés por el asunto.
Lo mismo ocurre cuando se decide tomar posición sobre algún tema que, alejado de la dinámica político partidaria local, se refiere a la geopolítica global. Los atentados y las guerras son dos de ellos, los más populares a la hora de dejar clara nuestra indignación. Y siempre, sin excepción, estas batallas son usadas como confirmación de alguna idea previa. Por poner un par de ejemplos arbitrarios: cuando se trata de conservadores, estos suelen considerar a cualquier musulmán un potencial terrorista, un tipo al que en esencia hay que deportar sin mas trámite. Y cuando se trata de un progresista, estará convencido de que el sistema de valores en el que se crio, educó, come y ejerce sus derechos, Occidente, es la fuente única de toda guerra presente y pasada en el universo conocido.
Un caso reciente y bastante claro en este sentido es el de Siria, inmersa en una guerra civil en donde media docena de intereses locales se cruza con media docena de intereses regionales a los que se suma media docena de intereses globales. El conflicto viene desde hace ya varios años, casi ocho. Sin embargo, la reacción de mucha gente no llegó cuando el gobierno sirio gaseó a sus ciudadanos. O cuando alguna facción rebelde asesinó civiles. O cuando varios de los rivales se juntaron para darles mate a los kurdos. En cada uno de esos casos, el argumento de los ciberluchadores fue que a) no se sabía lo que pasa en Siria (lo mismo ocurre cuando el caso es Venezuela) o b) no importa quién mate a quién, en el fondo siempre estarán los malignos occidentales. Solo cuando se anunció un ataque de EE.UU., Reino Unido y Francia, todo se volvió claro y las cibervoces se alinearon contra el enemigo de siempre: Occidente. Que por cierto es el sistema en que todos ellos viven y en donde pueden ejercer el derecho a insultar a Occidente. De hecho, es el sistema que genera las plataformas que les permiten insultarlo sin tener que abandonar la taza de café en su escritorio de guerrero virtual.
Porque, en paralelo, el ciberactivismo también dedica sus esfuerzos a reunir firmas virtuales sobre temas políticos y sociales diversos, de esos que antes necesitaban de una juntadita previa cara a cara entre los interesados en el tema, seguida de una visita al Parlamento, y que ahora se despachan en un click. Y hasta dos, si hace falta.
En estos días en Change.org, una de las web más populares en el rubro en la que se juntan firmas por los temas más diversos, que van desde pedidos de castración de gatitos (nunca faltan los gatitos) en Paysandú hasta detener la construcción de unas torres en Maldonado, pasando por temas de alcance más global, como la condena a tal o cual criminal de guerra.
Las victorias, nos dicen esos sitios (Avaaz es otro de los importantes) se cuentan por cientos y ocurren todos los días. Y es verdad que algunas veces se alcanzan las firmas pedidas y alguna cosa ocurre. Lo que es más difícil es catalogar eso que ocurre como victoria de alguna clase. Sí, es verdad, se alcanzaron las firmas para que X organismo de gobierno haga X cosa. El organismo toma nota de la gestión, agradece y la inmensa mayoría de las veces, cajonea la petición. Como hacía antes, claro. Lo único que ha cambiado es la percepción del ciudadano, no el hecho que este pretendía cambiar. El ciudadano siente que aportó su granito a la causa y, si la cena no le cae del todo mal, esa noche va a dormir mejor que la noche previa. La verdad, no sé si eso califica como victoria. Change y Avaaz aseguran que sí.
Otra cosa es si estas plataformas realmente sirven para generar alguna clase de conciencia sobre los temas que plantean. En ese sentido, quizá sí se pueda decir que cumplen con alguna función sustituta del activismo tradicional. Queda por ver, tal como ocurría con ese activismo tradicional, qué tanto eso logra incomodar a los powers that be que gestionan la política de manera más o menos global.
En mi opinión informal, basada en 10 años de ver el ir y venir de estas campañas en torno a los más diversos temas, creo que funcionan antes que nada como masajeadores del ego individual y que son un excelente ejemplo de los efectos de lo que Gilles Lipovetsky definía en La era del vacío como “el proceso de personalización”: “positivamente, corresponde a la elaboración de una sociedad flexible basada en la información y en la estimulación de las necesidades, el sexo y la asunción de los ‘factores humanos’, en el culto a lo natural, a la cordialidad y al sentido del humor”. Es decir, el activismo virtual entendido como un yogur que en vez de favorecer el tránsito intestinal, favorece al tránsito moral. Ese que va del debate llano en la plaza pública a la superioridad moral de quien no considera válida otra mirada que no sea la que encuentra en el espejo.
Lo único que sigue siendo idéntico a la era prerredes es la reacción instantánea, no meditada y automática de la gente más ideologizada. Gente que está convencida de que todos los problemas del mundo sin excepción pueden ser entendidos y resueltos con dicotomías estilo Guerra Fría. Y todo por el módico precio de la fibra óptica, sin tener que caminar más que hasta la heladera cuando pica el gusanillo.
Personalmente, me cuesta un montón no ver en todo ese cúmulo de peticiones destinadas casi siempre a perderse en el éter, más que invocaciones a alguna clase de dios laico (el Estado, para muchos) realizadas por gente que no se ha tomado ni treinta segundos en intentar entender la realidad siria o kurda. Realidades que son mucho más complejas de lo que su visión dicotómica alcanza a entender y que, en consecuencia, jamás podrá rozar, no digamos ya ayudar a transformar.