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    Laicidad y velo islámico (I)

    Señor Director:

    El uso del velo islámico en las instituciones de educación pública ha disparado una saludable controversia en la sociedad uruguaya que ha involucrado a importantes actores políticos y de la educación, acerca de si su utilización constituye o no una violación de la laicidad. Y es bueno que de tanto en tanto se discuta este tema con el respeto y la tolerancia que la sociedad uruguaya ha mostrado en casi un siglo de separación de las Iglesias y el Estado.

    No estamos de acuerdo con la autorización del uso del velo islámico en las escuelas así como tampoco creímos que la cruz cristiana debía ser mantenida en el espacio baricéntrico de Bulevar Artigas y Avenida Italia, hace un cuarto de siglo ni que debía ser acompañada de la estatua del papa Juan Pablo II, colocada hace una década. Pero no se debe inferir, como hemos oído a algunos opinantes, que, si se permitió aquello, no debería prohibirse esto. Argumentan que hacerlo luce como un agravio a la religión islámica. Y precisamente por este tipo de manifestaciones es que creemos que en la defensa de la laicidad no debe haber claudicaciones. La violación que hoy permitamos por una mal entendida tolerancia puede ser usada mañana para violentar ese mismo ámbito de tolerancia, que es una de las principales razones por las que los uruguayos hemos conquistado hace casi un siglo la laicidad.

    La posición laicista, en esta situación específica, ha sido muy bien sostenida por varios actores políticos, entre ellos el dos veces presidente de la República, doctor Julio Sanguinetti, y la vicepresidenta de la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados, doctora Graciela Bianchi. Por lo que no incursionaremos en el tema de fondo. Pero sí creemos imprescindible volver sobre un error recurrente, utilizado para defender la pertinencia del uso del velo que, a esta altura, como solía decir, con la irónica agudeza que lo caracterizaba, Wilson Ferreira Aldunate, cuando los errores eran de tal naturaleza, ya es un “horror”.

    El presidente de la Comisión de Educación y Cultura del Senado, senador José Carlos Cardozo, ha declarado públicamente que “La gente confunde laicidad con laicismo. Laicismo es militar contra una religión, es tener una actitud contra las religiones. La escuela pública nunca la tuvo”. Sus declaraciones coinciden con las manifestaciones, bastante frecuentes en estos tiempos revisionistas, de las más altas autoridades de la Iglesia Católica en el país. Y por enésima vez salimos al cruce para aclararle, al citado legislador y a quien corresponda, que, según el Diccionario de la Real Academia, el laicismo es la “doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto de cualquier organización o confesión religiosa”. Mientras que la laicidad es el “principio de separación de la sociedad civil y de la sociedad religiosa”. Quien confunde los términos no es “la gente” como pretende inferir el señor senador, sino los que le atribuyen al laicismo lo que no es.

    La doctrina del laicismo y el principio de la laicidad, en armoniosa complementación, constituyen una suerte de canto a la libertad, particularmente a la libertad de pensamiento o libertad de conciencia, que es la madre de todas las libertades. Pero también a la igualdad de las personas por encima de cualquier consideración. Y fundamentalmente a la tolerancia, expresada hacia el prójimo y sus verdades, que deben ser consideradas como tanto o más valiosas que las propias. Entrelazados, la doctrina y el principio, constituyen en conjunto la manifestación más clara de la libertad religiosa “en toda su extensión imaginable”, y pretender plantearlos como alternativas antagónicas es caer en lo que Vaz Ferreira llamaba un silogismo de falsa oposición.

    Lo que procura el laicismo, por intermedio de la laicidad, es que lo religioso se mantenga en la órbita privada pero no busca, como pretenden hacerlo creer sus opositores, promover el ateísmo, que niega la existencia de Dios con una similar expresión de dogmatismo como los que pretenden imponer una única verdad en lo religioso. Por el contrario, el laicismo procura asegurar que cada uno de los ciudadanos pueda creer o no creer en lo que le dicte su conciencia en libertad y por ende cultivar su espiritualidad, sin catecismos ni cortapisas, hacia el interior de su espíritu. No embanderarse públicamente con sus distintivos religiosos, si los tiene, es la mejor forma de respetarle al otro, su prójimo, la misma libertad sin presiones.

    Gastón Pioli