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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl trabajo militar. Corresponde puntualizar inicialmente que los militares integran la institución responsable de garantizar en última instancia el ejercicio de la autoridad del Estado. Ellos deben estar organizados, equipados y entrenados para cumplir la misión constitucional de defender con las armas la soberanía nacional y ser el principal respaldo de la institucionalidad democrática republicana.
En tal sentido, es necesario precisar que la gran debilidad de nuestro estamento militar es la mala organización, de la que no se habla porque es una responsabilidad exclusiva del sistema político, ya que por el Art. 85 numeral 8 de la Constitución de la República le compete a la Asamblea General “fijar anualmente la Fuerza Armada necesaria…”, y es potestad exclusiva del Poder Ejecutivo determinar la estrategia, articular las unidades y establecer el despliegue de los medios de combate disponibles. Esta debilidad se potencia con un equipamiento escaso y obsoleto por la constante falta de recursos económicos, al extremo de que muchos consideran que nuestras Fuerzas Armadas constituyen una innecesaria y onerosa burocracia armada, que solo permite subir el guarismo del empleo integrando a jóvenes no calificados.
Por otra parte, es bastante común en nuestro país que muchas personas de todos los círculos (incluso algunas con notable prestigio), tomen como un hecho cierto que los militares particularmente del Ejército están ociosos en los cuarteles y constituyen una carga innecesaria, por lo cual es conveniente ocuparlos (además de las misiones de paz y la ocasional del Sistema Nacional de Emergencia) en trabajos productivos o en tareas de vigilancia carcelaria, entre otras de oportunidad que nada tienen que ver con su esencia.
Esta exposición reiterada en escenarios impropios y adversos, desmerece aún más lo que va quedando de esta institución artiguista, fundacional, armada y carenciada, que además y por si todo esto fuera poco, algunos desaforados niegan por su pasado y claman por desactivar.
Es necesario establecer claramente que nuestros soldados (hombres y mujeres) son tales, exclusivamente por eso, porque están en los cuarteles y hacen instrucción militar como quehacer prioritario, cotidiano e imprescindible para lograr el mejor entrenamiento, lo que es primordial obligación y responsabilidad del respectivo Comandante de la Fuerza.
Esa llamada genéricamente instrucción militar, es la principal tarea planificada de los hombres y mujeres del Ejército en tiempo de paz, es el trabajo militar que prevalece el deber sobre el derecho y lo institucional a lo personal.
Anualmente, el Comando General del Ejército emite las directivas de instrucción y los respectivos comandos de los distintos institutos, unidades y reparticiones, confeccionan el correspondiente Plan de Instrucción, que determina en forma detallada la ejecución, evaluación y control para la realización teórica y práctica de la misma, atendiendo lógicamente las particularidades de los institutos de enseñanza, unidades de combate y servicios logísticos.
Particularmente en los cuarteles, además de las tareas administrativas y de vigilancia necesarias a la vida diaria de cada unidad, durante el horario de norma establecido se realizan actividades de orden cerrado (instrucción de desfile), educación física militar, y la respectiva instrucción táctica y técnica del arma, que normalmente se cumple de forma diaria en el cuartel, periódica en campaña y anual en maniobras.
Durante el desarrollo de todas las actividades mencionadas en un ambiente reglamentario muy austero y sumamente exigente, se busca que el personal militar actuando siempre encuadrado en las respectivas jerarquías y asumiendo los riesgos implícitos en la función, adquiera los conocimientos, las destrezas y el espíritu del cuerpo a que pertenece.
Pero también se le inculcan como valores esenciales del “ser militar”: la abnegación, el desinterés, el honor, la ecuanimidad, la voluntad, la iniciativa, el carácter, la conducta ejemplar, el compañerismo y el espíritu de sacrificio, necesarios para lograr el paradigma de un soldado combatiente con la ética del servidor de la patria, y con el superior sentimiento de pertenencia a un ejército artiguista fundamentado en la disciplina, la subordinación, el patriotismo y el espíritu militar.
El soldado es una persona formada en la moral estoica, uniformada y armada, que se caracteriza por la abnegación en el cumplimiento del deber y hace su trabajo desde la perspectiva del renunciamiento y el sacrificio; capaz de trascender diariamente y sin reivindicaciones las carencias y la fatiga del servicio sin horario fijo, las privaciones en su familia por un sueldo paupérrimo, el ostensible desprecio de muchos compatriotas que todavía lo culpan por hechos del pasado y el mal disimulado desinterés de la mayoría del sistema político.
Como resultado de la mejor valoración institucional de los compatriotas de otros tiempos, se legisló para establecer que cuando llega la edad del retiro del soldado, el Estado al que sirvió lo favorece considerando requisitos de calificación más generosos que en otras actividades, acorde al principio de salario diferido y con preferencia al retiro obligatorio (como lo hacen casi todos los Estados democráticos cuando determinan la pasividad de sus militares combatientes, que aportan por salarios muy bajos en corto tiempo por la exigencia física de la función), premiando así a estos servidores por una vida de disciplina, subordinación y pobreza. Por otra parte, esa legislación favorable para el retiro, aunque en el horizonte lejano, suele ser uno de los muy pocos incentivos para el ingreso de muchos voluntarios de humilde condición a la institución armada.
Acorde a este panorama descrito, a lo establecido para las retribuciones del personal militar en la reciente ley de Presupuesto, y al propósito de restringir los requisitos de calificación en la ley de pasividades militares (que ya fueron objetados en la interna del Ejército), es lógico suponer que por algún inexplicable motivo se diseña a corto y mediano plazo un doble castigo para los militares: nulo o muy escaso aumento al sueldo deprimido de los activos (a costa de la aberración de reducir la mitad de las vacantes prohibiendo la desactivación de unidades y omitiendo una impostergable reorganización), y absurdas restricciones para los futuros pasivos (como ignorar los años de servicio en la Escuela Militar).
Antes este desesperanzador contexto político planteado y la creciente intransigencia de corporaciones reclamantes que reiteradamente desconocen la jerarquía, corresponde apelar al buen juicio de nuestro liderazgo civil para rectificar acciones y atender las necesidades más urgentes del factor militar, teniendo mayor consideración y reconocimiento al trabajo de estos orientales humildes y postergados, porque nunca debemos olvidar que son ellos los que deben garantizar en última instancia la autoridad del Estado, relegando sus propias miserias para cumplir subordinadamente siempre, pronto, bien y en silencio, con el deber impuesto por el mando, cualquiera que sea. Y no es tarea fácil.
Ningún ciudadano oriental del Uruguay debe ser indiferente al destino de nuestras Fuerzas Armadas, porque más allá de los desaciertos de sus mandos pretéritos, todavía es la única institución pública donde hombres y mujeres humildes viven en la prédica diaria del cumplimiento del deber, y en los valores esenciales del servidor del Estado y de la patria. Y así será, siempre.
General (r) Oscar Pereira