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La cita es en un edificio céntrico, con corredor reluciente y silencio. En el corredor, la portera rodeada de grandes espejos indica que el señor Gómez vive en el piso 6. El mismo “señor Gómez” abre la puerta, un hombre mayor al que nadie le daría la edad que tiene. De mirada franca, aspecto sencillo y bonachón, fornido pero no muy alto, camina con cierta dificultad por achaques de su columna. El apartamento en el que reluce la madera y el buen gusto está poblado de cuadros y algunas esculturas pequeñas. Es un living donde el arte uruguayo marca la cancha. Cerca del balcón que da a la calle, su esposa coloca catálogos en sobres y ordena direcciones y tarjetas.
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Enrique Gómez está a punto de inaugurar su segunda exposición en menos de un mes. Es ya un legendario galerista en Uruguay y España, donde vivió 30 años. Desde y hacia allí, animó la presencia de artistas uruguayos en el mercado internacional. Una vez reinstalado en el país, sigue fiel a su amor por el arte nacional contemporáneo, en especial por algunos artistas reconocidos de los 60 y 70.
“¿Qué le parece ese cuadro?”, pregunta en medio de una charla serena, desde un escritorio señorial. Más o menos. Es un cuadro de gran tamaño que ocupa el centro de atención del lugar. Entre líneas curvas y colores claros, aparece un estilo que no dice mucho. Pero más allá, un cuadro más oscuro, de pequeño porte, llama la atención del periodista. Es muy bueno, con signos desparramados en un plano terroso. Parece una imagen de la pared de una caverna. Es de José Gamarra (Tacuarembó, 1934), uno de los más destacados artistas nacionales contemporáneos.
La semana anterior a la visita de Búsqueda, el señor Gómez acompañó la inauguración de una retrospectiva de Gamarra en Tacuarembó. Una especie de homenaje que le ofrece la ciudad a uno de sus artistas ilustres. Gamarra vive en Francia y viaja cada tanto a Uruguay. La muestra que ofrece el Museo de Artes Plásticas de Tacuarembó cumple con una mirada completa de diferentes épocas, desde su obra de signos y criptografía de los 60, hasta la extremadamente colorida de su etapa actual, con paisajes exuberantes, selvas poderosas con figuras infantiles atravesadas por el dolor de la destrucción, cuadros con helicópteros que amenazan la belleza, máquinas que parecen juguetes pero encierran algo siniestro.
Cumplida su tarea de inaugurar a Gamarra, acompañar al artista y su obra, construir una exposición en su tierra natal y dejarla allá como una tentación para el visitante de la patria gaucha, Gómez responde algunas preguntas, sin ningún indicio de estar cansado. Habla de su Galería U, que albergó a un grupo destacado de artistas. Y del incipiente mercado del arte de los 60, una época en la que no se vendía como ahora y en todo caso, lejos de los precios actuales. Desde su ubicación en el Edificio Ciudadela forjó su nombre y estilo en la movida artística montevideana. “Allí se encontraban los amigos artistas, pintores, músicos, gente de la cultura. A veces para escuchar música y discutir de arte”. Solía inaugurar exposiciones con parejas de danza o con algún violinista destacado. Pero también organizaba algún baile informal. Cuenta la noche que un artista se sentó en una parte de la galería a comer pizza. Un acto que ponía en cuestión todos los debates sobre el arte, desde el soporte hasta la materia, desde la relación con el público hasta su función social. Seguían todavía los ecos del enfrentamiento entre figurativos y abstractos, una discusión que hoy carece de sentido.
Recuerda que unos años antes, en los 50, se juntaban artistas y críticos a discutir al influjo de Jorge Romero Brest, el maestro de la crítica argentina. Era en el viejo edificio de la Facultad de Humanidades, donde se hablaba sobre el fin de la “pintura de caballete”. Esa dinámica se trasladaba a las galerías, exposiciones y tertulias, que todavía permanecían vigentes.
Como en el fútbol, el Uruguay sacaba artistas que la rompían con un pincel en la mano. Se enfrentaban, además, las ideas y los estilos, se entreveraban los ismos. El informalismo con sus pinceladas atropelladas y chorreantes desparramaba su influencia en el Río de la Plata.
Fue una de las galerías que afirmó al nuevo arte uruguayo, lo expuso y contribuyó a sostenerlo en una época de disputas conceptuales. El nombre se lo puso Nelson Ramos, cuando su fundador y gestor tiraba ideas entre los amigos. “Ponele un nombre cortito que impacte”, le dijo Ramos. El galerista volvía de un intento frustrado por ubicar el arte uruguayo en Argentina. Quedó “Galería U”, sello de un lugar que hoy es historia.
Gómez recuerda que por allí pasaron nombres como los de Luis A. Solari (1918-1993), Oscar García Reino (1910-1993), Juan Ventayol (1911-1971), Jorge Páez Vilaró (1922-1994), Raúl Pavlotzky (1918-1998), entre muchos otros.
Gómez no para. En un momento de la charla entra su señora y le pide más tarjetitas. Acaba de asumir el montaje de otra exposición fundamental, más cerca en tiempo y espacio que la de Gamarra. Hay que ir solamente hasta el Parque Rodó, entrar al Museo Nacional de Artes Visuales, atravesar la poderosa exposición de Barradas y subir al primer piso, donde se expone la obra de Juan de Andrés (Cerro Largo, 1941), otro pintor de selección, vinculado al arte constructivo. Un artista que también volvió al país luego de una larga estadía en Europa.
Su obra es impactante, simple, de líneas y construcciones geométricas, de planos en maderas y telas, de bellísimos y cautivantes acoplamientos. Es un arte esencial, que despeja toda superficialidad, toda gloria vana, todo colorido que distraiga. Deja superficies superpuestas, de tamaños complementarios o enfrentados, en tensión, en delicados equilibrios de tonos y formas. Vale la pena.
Gómez está contento con la tarea. No es un hombre efusivo, ya tiene un gran trayecto sobre sus hombros, pero se nota que sabe ubicar las cosas, separar la hojarasca de las experiencias permanentes. Al fin de cuentas, ya colgó muchos cuadros en su vida y contribuyó a abrir innumerables puertas a la imaginación.
El dibujazo
No solo de pintura vivió la Galería U. También el dibujo fue protagonista de la época, una experiencia que cumple 40 años si se toma en cuenta el año 72, cuando la crítica María Luisa Torrens, recientemente fallecida, los bautiza con el título de el dibujazo. Ese fue el año de su presencia más sostenida y firme en el medio, con un importante grupo de artistas como Nelson Ramos (1932-2006), Eduardo Fornasari (1946), Manuel Espínola Gómez (1921-2003), Eugenio Darnet (1929), Hugo Alies (1945), Norman Botrill (1940), Néstor Canessa (1944), Alejandro Casares Mora (1942), Oscar Ferrando (1943), Domingo Ferreira (1940), Haroldo González (1941), Hermenegildo Sábat (1933) y Jorge Satut (1938. Es curioso que el Uruguay de esos años, tan tormentoso, ofrezca una de las generaciones más numerosas e interesantes de dibujantes. Como si el dibujo fuera la posibilidad más adecuada de expresar el desacomodo, la bronca, el destino de una sociedad quebrada. Tal vez la urgencia llevó a la inmediatez creativa, al trazo rápido y a la mirada en blanco y negro, amenazante, denunciante. O quizás fue uno de esos caprichos de la historia, una época de sacudones artísticos, de rupturas y perspectivas novedosas. Lo cierto es que por Galería U y de la mano del galerista Enrique Gómez, también se instaló esta avalancha de dibujantes excepcionales.