Nº 2266 - 29 de Febrero al 6 de Marzo de 2024
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn su columna de la semana pasada, Andrés Danza señalaba la ausencia de propuestas en la recién iniciada campaña y apuntaba que el énfasis de todos los candidatos, tanto del gobierno como de la oposición, estaba puesto en recordar lo que los rivales políticos habían hecho mal. Con lo cual, concluía, la campaña resultaba una especie de concurso de mínimos en donde la promesa mayor era la de no ser tan desastroso como el rival, pero sin jamás aludir a contenidos específicos y novedosos.
En una entrevista radial el historiador José Rilla señalaba dos aspectos interesantes sobre cómo estaba resultando el arranque de campaña desde el lado del Frente Amplio (FA). Por un lado, decía Rilla, el FA había hecho una caracterización equivocada del perfil del gobierno: la idea de un gobierno neoliberal que venía a desmantelar el Estado de bienestar, a recortar derechos de todo tipo, en especial los de la “nueva agenda”, tan enfatizados por el FA. Un gobierno destructivo y sin capacidad de maniobra por tratarse de una coalición joven que se iba a deshilachar con el paso del tiempo. Esa caracterización había construido un hombre de paja al cual era sencillo pegarle pero, al hacerlo siempre sobre ejes inexistentes o difícilmente comprobables, terminaba muchas veces errando en el blanco de la crítica y esta se diluía.
Esa crítica, señalaba Rilla, habría sido mucho más productiva si se hubiera hecho señalando los errores y problemas que de verdad ha tenido el gobierno, que son varios y visibles. Pero, al estar pegándole al hombre de paja, la crítica se perdía en excesos, retórica y wishful thinking. Agregaría que ese es el problema que tiene la “política de las intenciones”: no juzgo tus actos sino la maldad de tus intenciones, que siempre late detrás de los actos. Así, se termina juzgando moralmente al otro por lo que se supone que es en vez de hacerlo por la distancia que existe o no entre sus promesas y sus actos.
Un problema adicional, apuntaba Rilla, es que esa fijación por pegarle a ese hombre de paja parado en el pasado hacía que, incluso en el arranque de la campaña, el FA no lograra articular una propuesta de futuro que fuera distinta de lo que ya hizo. Quizá exista un plan excelente en algún cajón pero como recurso retórico es claro que no se está usando. En realidad, ese problema, el de no lograr articular una visión de futuro sólida, viable, que se plante en el punto en que estamos y desde allí nos proyecte hacia adelante, es parte de la idiosincrasia patria y abarca a todos los partidos y proyectos políticos actualmente existentes.
Es claro que este es un problema también de la coalición de gobierno. Solo así se entiende que Álvaro Delgado afirme que en caso de ser ganador de la próxima elección él se hará cargo de la seguridad, como si no fuera una figura central del presente gobierno y responsable de esa seguridad hoy mismo. En esas formas demagógicas de entender la responsabilidad política, presente y futuro no son entendidos como un continuo necesario sino como compartimentos estancos en los que se puede hacer cualquier cosa en el presente y decir cualquier otra para el futuro. Es decir, querer subordinar la realidad a los cortes temporales del ciclo político.
Así, las promesas sobre el futuro no aparecen estructuradas bajo la forma de un plan que logre dar respuesta a los desafíos que se vienen, sino como promesas que se tiran sin ton ni son. Y eso en el caso de que sean hechas: la mayor parte del tiempo nos resulta más sencillo mirar al pasado como repositorio del cual sacar recetas para el futuro. Ese método, que quizá pueda haber servido hace décadas, no sirve de mucho desde hace 30 años, desde la aceleración tecnológica que se nos vino encima a partir de la implantación de Internet.
En su intervención en la Comisión del Futuro, que funcionó entre 2021 y 2023 en el ámbito parlamentario, Bruno Gili apuntaba cinco desafíos respecto al futuro del mundo del trabajo: “1. Acceso a la educación formal de calidad, 2. equidad en el sistema educativo, 3. cobertura universal de la educación, 4. importancia de la formación continua en los ámbitos de trabajo, y 5. mercado informal como agravante de las desigualdades de ingresos y bienestar”. Los puntos son claros: una educación pública de baja calidad, con dificultades en el acceso, la retención y el egreso, perpetúa la desventaja de los más pobres, que son quienes más necesitan esa calidad para poder recuperar algo el 2 a 0 en contra con el que arrancan el partido.
Y sin embargo, la mayor parte del debate educativo en los últimos tiempos ha girado en torno a la gobernanza del sistema, no respecto a la calidad que este ofrece. La educación viene siendo tratada como un combate por espacios de poder en su gestión y, más allá de la retórica y el cherry picking de cifras que se practica habitualmente, nadie parece estar mirando al futuro, a esos jóvenes pobres (y pobres jóvenes) que no terminan el liceo o lo terminan sin los mínimos aceptables para encarar una vida con perspectivas de desarrollo. Después no vale preguntarse de dónde salen los narcos, si uno de sus semilleros está ahí, escondido a plena luz porque los integrados elegimos mirar para otro lado.
Con la mirada firmemente anclada en el pasado (Maracaná, la dictadura o jubilarse a los 60 porque así lo dice la Constitución, elija usted) nadie parece estar pensando y diseñando políticas que sirvan para enfrentar el tren de carga que se nos viene de frente y que ya nos está pegando bajo la forma de niños asesinados a tiros. Los que deciden cosas en este país: ¿van a esperar a que los niños tiroteados vivan al sur de avenida Italia para intentar hacer algo en serio?
Hablando de lo que tenía que hacer el FA de cara a la próxima elección, Danilo Astori decía hace unos años que lo primero era entender y reconocer que con lo hecho no alcanzaba, que con eso el FA ya había perdido. Y una vez reconocido eso, proponer cosas a futuro que fueran novedosas y que lograran seducir al elector. Yo agregaría que, tras casi cuatro años en el poder, lo mismo se puede decir de la coalición si quiere ganar otra vez. Justo lo contrario de lo que hace Delgado cuando promete hacer lo que ya debería estar haciendo.
Y sin embargo acá estamos, gobierno y oposición dedicándose full time a demostrar que el otro es peor. Y eso a pesar de tener un montón de insumos para pensar en ese futuro, como los generados por la mencionada comisión. ¿De qué sirve convocar a expertos para que piensen si lo que después se propone al votante son peleas en el barro? ¿No aprendimos nada sobre la importancia del diagnóstico técnico con el GACH? A eso se suma que la producción parlamentaria reciente es la más magra en muchos años. Al final uno se empieza a preguntar, de manera legítima, si el problema con la educación no abarca ya a una parte importante de la clase política. Y que una educación mediocre tiende a producir políticos mediocres. Así que ahí vamos, leyendo el futuro con un mapa del pasado.