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    Libertad de expresión

    Sr. Director:

    En la edición del 16 de julio del semanario se publicaron dos columnas con visiones contrapuestas sobre la libertad de expresión..., o tal vez no tanto.

    Por un lado, Pau Delgado Iglesias escribió citando a Les Luthiers: “‘Adelaida, ya vendrán tiempos mejores, de alegría y de gozo. Ya te violará alguien más buen mozo’, remataba el chiste. La calidad musical y humorística del grupo es incuestionable, pero eso no implica que no se pueda señalar lo problemático de los contenidos y lo natural que resultaba hasta hace muy poco escribir frases como esas”.

    Para la columnista, este tipo de humor negro es intolerable, por ser un ejemplo de violencia simbólica contra la mujer. Sin embargo, otra interpretación posible es que la obra de Les Luthiers critica a las telenovelas y otras series de televisión, justamente por ser violentas y machistas. No siempre el yo lírico representa el pensamiento del autor.

    Además, incluso si el autor efectivamente fuera tal como se lo acusa, el espectador puede hacer su propia interpretación de la obra. Por ejemplo, la comedia brasileña Domingo muestra la asunción del presidente Lula da Silva y los efectos que genera en una familia de clase medio-alta. Los autores manifestaron apoyar a Lula y así quisieron reflejarlo la película, por ejemplo, dándole un final esperanzador a la mucama. Sin embargo, al ver esa escena me pareció que la mucama enfrentaría un panorama claroscuro. Lo mismo puede ocurrir con cualquier otra obra: el espectador siempre tiene la última palabra.

    Por otro lado, Fernando Santullo escribió refiriéndose a la periodista Bari Weiss: “Aunque Twitter no tiene ninguna competencia en la estructura de decisiones del New York Times (ni de ningún medio), es el editor de facto de ese diario (y de buena parte de la opinión pública de Occidente)”.

    Dicho argumento me resulta incomprensible. Cada día en Twitter se publican infinitas opiniones de todo tipo de ideologías: izquierdistas, liberales, conservadoras, feministas, machistas, justicieras sociales, xenófobas, etc. Nadie duda de la importancia de la opinión pública, pero no tiene sentido afirmar que los usuarios de Twitter controlan a los demás, habiendo tantos comentarios a favor y en contra de cualquier noticia.

    Asimismo, a nadie debería sorprender que un diario tenga una línea editorial, sea la que sea, y que algunos de sus columnistas tengan problemas por no seguir esa línea. Muy pocas publicaciones tienen la diversidad de opiniones del semanario Voces. Y poco le importa al New York Times, Fox News, Brecha o La Mañana lo que digan las múltiples tribunas cibernéticas, siempre y cuando los lean. De hecho, no sería de extrañar que los respectivos periodistas piensen: “Ladran, Sancho, señal que cabalgamos”.

    En definitiva, es imposible que las 7.000 millones de personas podamos ponernos de acuerdo.

    A muchos no les importa demasiado lo que piensen los demás. Otros intentan convencer a los demás de su opinión, con argumentos más o menos coherentes y con mayor o menor efectividad. Y unos terceros directamente atacan a los que opinan distinto, sin el menor esfuerzo por tratar de convencer a nadie.

    Lo que antes era impensable, como abolir la esclavitud o permitir el voto femenino, hoy es incuestionable porque hubo gente que se atrevió a expresarse y porque la sociedad permitió que se expresaran. Poco a poco, convencieron a más personas, y finalmente cambiaron el mundo.

    Tal vez algún día nadie se sorprenda de que un cantante, una guitarrista y un baterista anuncien que contraerán matrimonio en un hotel de Punta del Este.

    Ignacio Bettosini