“Algo espectacular”.
El liceo “de La Barra” está en medio de una zona arbolada, próxima a la estación de Ancap por el lado del puente ondulante, y al Cambio Maiorano, donde se bajan del ómnibus a diario decenas de estudiantes en dirección a la calle Blue Disa sin número, esquina Bartolomé Hidalgo. Aunque la mayoría de los alumnos provienen del balneario Buenos Aires, otros llegan de José Ignacio y hasta de Laguna Garzón.
Construido con un diseño innovador, que incluye seis coloridos salones-contenedores —equipados con aire acondicionado—, aparte de laboratorio, huerta, biblioteca con adscripción, sala de profesores, dirección, administración, servicios higiénicos y una cancha de fútbol, el liceo comparte un comedor con la vecina escuela N° 19, a la que se integra en modalidad de “complejo educativo”. Esto hace que cuando los alumnos pasan de Primaria al Ciclo Básico continúen yendo al comedor común y mantengan un espacio de contacto con los maestros.
Según explicó la ministra de Educación, “al lado de las escuelas de tiempo completo, este año empezaron a funcionar siete experiencias de contigüidad y continuidad educativa. Quiere decir que pegado a estas escuelas se construyó un centro de enseñanza media”. Según Muñoz, “los chiquilines van a un lugar al lado de la escuela, utilizan en distinto horario el mismo comedor, y no abandonan”. Dijo que existen cinco centros bajo esta modalidad y que el gobierno se propone “llegar a los 25” de aquí al 2020.
La matrícula del liceo La Barra “se disparó” este año, al pasar de unos 140 alumnos en 2016 a 198, incluyendo el cuarto año, que no entra en la modalidad de tiempo completo. Debido a esta “sobrepoblación” —los primeros de liceo tienen 30 alumnos inscriptos y los cupos son para 25— es probable que en estos días Secundaria agregue otro “aula-contenedor”.
De primero a tercero de liceo hay solo un turno, y la jornada es larga. Los alumnos entran a las 8:45 y salen a las 16:00 horas. Por la mañana, cursan las mismas asignaturas que en los liceos tradicionales. A las 10:00 desayunan —leche con cocoa o café, galletas y fruta—, durante el recreo y sobre las 13:15 almuerzan un menú variado —el viernes tocó salpicón de pollo con ensalada— fruta o crema, y agua. Por la tarde reciben tutorías y clases de ayuda, y luego asisten a talleres de libre elección. Al final de la jornada consumen una merienda.
En medio del liceo hay un poste con flechas de madera coloreadas que indican los talleres optativos. Van desde deporte (aparte del curricular), música, teatro, cine, yoga, cerámica, paisajismo, diseño textil y reciclaje hasta “surf y dunas”. Una de las llamadas “actividades al aire libre” consistió en escalar las grutas de Punta Ballena, relató la directora de Secundaria. “A mí casi me da un infarto”, dijo Puente, al enterarse. “Fui y había montones de chiquilines con los arneses, trepando, felices… ¡Un sábado de mañana! Es algo espectacular”, celebró.
“Estoy acá porque me salgo de la calle”.
Según los análisis de Secundaria, continuó Puente, “el éxito de un liceo como el de La Barra tiene que ver con la sintonía que los directores de los centros tienen con la propuesta. Ellos están convencidos de que los chicos tienen que explorar cosas nuevas, los escuchan y también los contienen”.
“Hay niños que tienen a sus papás presos y acá aprenden que robar es malo. Están contenidos durante un montón de horas, se sienten cómodos, en familia, les gusta estar acá. Y al estar todos los días con nosotros se genera un sentido de pertenencia. Este sistema rescata personas y ofrece una contención que los chicos no encuentran en sus casas. Todo eso lleva mucho trabajo en equipo”, dijo a Búsqueda la subdirectora del liceo La Barra, Adriana Decuadro, quien coordina junto al director Juan Correa un plantel de 16 docentes y otros tantos talleristas, educadores y auxiliares.
Decuadro, quien estrena cargo de subdirectora este año —aunque trabajó allí como profesora desde 2013 y fue testigo de la “impresionante” evolución del centro—, destacó otra “experiencia piloto”: “Acá también se trabaja en una misma clase con duplas y tríos de profesores que imparten distintas materias a la vez”.
En 2016 el CES inició las modalidades de trabajo con duplas y tríos docentes, para que en los centros educativos —de manera opcional y sin necesaria afinidad de asignaturas— los profesores puedan trabajar juntos. La propia Decuadro, como docente de Educación Social y Cívica, compartió clases con una colega de Biología el año pasado. “Cívica ahora trabaja con Historia y Geografía. Y aunque hubo resistencias al principio, sobre todo por parte de algunos profesores, porque a veces cuesta… luego fue un éxito”.
“Yo estoy acá porque acá me salgo de la calle, porque si no, yo no puedo salir”. Decuadro mencionó las palabras de “Gustavito”, de 16 años, alumno de cuarto del liceo La Barra, quien, como muchos otros alumnos, proviene de un “contexto de drogas y vandalismo”. “Gustavito”, contó la profesora, pasó de típico “chico problemático”, “saboteador de clases”, a “referente” para otros compañeros en el cuidado de los espacios abiertos del liceo, con “novia formal” y proyectos de seguir la carrera militar.
Alumnos como “Gustavito” son quienes reciben tres comidas diarias. “Generalmente desayunan solo los chicos que tienen más necesidad, porque hay muchos que viven en contextos críticos y en sus casas no comen o no comen bien”, dijo Decuadro. Por eso, agregó, aparte de cocineros, el liceo cuenta con nutricionistas y clases sobre alimentación.
En relación con esto, la ministra de Educación comentó en San José que “la alimentación es una socialización muy importante” en estos centros. “El niño aprende a comer, aprende qué alimentos le vienen bien, qué cosas no”, dijo Muñoz. “Es educativo que el personal que cocina le diga al niño qué es una zanahoria, le explique las propiedades que tiene una lechuga, un churrasco o un plato de arroz con lentejas”.
Autoridades y educadores coinciden en que en los LTC se registra menos repetición “porque los chicos están todo el día” en el centro de estudio. “Reciben prácticamente una atención personalizada, y así el pasaje de la escuela al liceo se amortigua muchísimo”, resumió la subdirectora Decuadro.
Luciana Vila, adscripta y “tallerista de deportes”, también vinculó los altos registros de promoción de estudiantes de La Barra a “la cantidad de horas que los chicos pasan” en el liceo. “Más horas acá son menos horas haciendo nada en otro lugar”.
“Muchos chicos llegan al liceo con la autoestima muy baja, por su realidad. Acá hay hurgadores, golpeados, víctimas de abuso sexual… Por eso los vínculos son fundamentales, conocer sus historias. Hay mucho trabajo invisible, llamadas a los padres para saber por qué faltan sus hijos, trabajo coordinado con apoyo comunitario”, apuntó Vila.
A un paso de la adscripta, asiente Jefer, 14 años, alumno de segundo de liceo. “Me gusta estar acá. Prefiero estar acá que estar en casa todo el día encerrado. Acá no estás aburrido; también estamos más pendientes de los deberes”. Jefer confirmó que “hay cada vez más alumnos en La Barra… demasiados”. Dijo que la comida “es rica y variada, pero no le ponen sal”.
Según la sudirectora Decuadro, “quizás la única contra es que aquí encuentran mucha contención, porque todo está muy organizado, y luego pasan a otro sistema en el que son un número más”.