N° 2009 - 21 al 27 de Febrero de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSí. Lindo tango El amanecer.
Contó Roberto Firpo, su autor, en 1964, décadas después de componerlo, acerca de su origen:
—Germinó y se completó en mi mente mucho antes de que el público lo conociese por su título, de que fuese formal. Lo tocaba, de tanto en tanto, solo en piano en mi época de recorridas de cafés de La Boca. Pero como entonces se solía improvisar mucho, pasó como una musiquita del momento, una suerte de melodía imaginada para la ocasión. Pero era eso: el amanecer, el despertar de la ciudad industrial, que yo, como músico de la noche, conocía a la inversa, a mi regreso al descanso.
Todos saben que Firpo, en realidad, buscó capturar dos momentos: aquel de los pájaros que cantaban en la aurora de su retorno al sueño, cuando se cruzaba con los trabajadores que salían a la madrugada, con el bostezo de aquellos que habían estado toda la noche animando a otros, entre copas y el humo de los cigarros.
—Admito que pudo más en mi inspiración la música que salía de las copas de los árboles; esa es la parte más lograda del tango. Después agregué a estos trinos claros y notas vivas el bordón grave, buscando reflejar el dolor mañanero que sobreviene al placer de los noctámbulos. Recién le di forma definitiva al tango, lo redondeé, a fines de la década de 1910.
Mi memoria emocional me sacude ahora y me planta enfrente un recuerdo para mí entrañable. No conocí ni escuché a violinista alguno —siquiera entre las más respetadas orquestas que grabaron el tema— que tocara El amanecer como Chiche Tagliabúe, el maragato errante y bohemio que, aunque supo tener una pequeña orquesta propia para animar los bailes de “típica y jazz” en los viejos prostíbulos de San José, se convirtió en un personaje al que solo acompañaba el violín, ejecutándolo en cuanto lugar público lo admitía y habiendo llegado a tener, incluso, celebradas actuaciones en el copetudo Montevideo.
Lamentablemente, las grabaciones caseras que sobreviven, arrasadas por los defectos técnicos, impiden, a quienes no lo hayan escuchado en vivo, valorar ese arte más allá de mi subjetividad, porque estoy escribiendo de un artista popular del cual, como de su familia, fui amigo.
El amanecer fue estrenado formalmente por la Banda del Parque Japonés, dirigida por Salvador Merico, en 1919. Poco después lo grabó el propio Firpo para los discos ERA y, como han señalado varios historiadores, con algunas curiosidades: no se incluye piano —instrumento esencial de Firpo—, no se oyen los trinos del violín imitando el canto de los pájaros y en la etiqueta de la primera edición, por error, figura Al amanecer. Pero el autor grabó su tango nueve veces con distintas formaciones y apareció tocándolo con un cuarteto en el filme de 1948 El cantor del pueblo. En todas esas ejecuciones sí se escucha el arreglo para violín, o cuerda de violines, tan distintivo.
Y si de arreglos hablamos, hay un muy extendido consenso acerca de que, pese a la infinidad de agrupaciones que le hincaron el diente a este tango, el mejor, el más logrado, fue el de Carlos Di Sarli: sencillo y sutil a un tiempo, respetuoso de la partitura de Firpo, su acentuación rítmica le dio un sello nunca igualado.
Y hay otro caso que merece destaque.
Armando Pontier —y tiene que ver con las curiosidades que siempre rodearon a esta creación— contó que cuando grabó El amanecer para Columbia, en 1959, con una orquestación preciosista, sin embargo omitió aquel arreglo especial para los violines. El disco llegó a Japón y la filial de la discográfica, desde Tokyo, notificó que no lo editaría si no se agregaba el ya famoso trinar de las aves. Previsible resultado: debió repetir su grabación para cumplir con un mercado tan exigente y necesario; pero lo hizo “a su manera” para no perder tiempo y añadió al original el sonido de unos pajaritos de cotillón.
—Yo quise, sin imaginar la repercusión que tendría El amanecer, unir una suerte de arrebol que alienta una ilusión —confesó Firpo— y un trago de bebida fuerte que cierra un quiebre sentimental.
Lo logró, está claro. Y fue uno de los mejores —si no el mejor— de sus numerosos tangos.
Pasa que, al cerrar, yo sigo recordando las noches con Chiche, que no solo hacía oír pájaros con su violín, sino que se las ingenió, en ocasiones como iluminación del momento, para que aparecieran también vaquitas, ovejitas y hasta sapitos…
Genio de la calle, el querido violinista maragato hace años partió a seguir tocando en otros mundos.