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    Llorando por un sueño

    Fortunato se había perdido la transmisión directa del discurso del presidente Vázquez en la ONU, y no había querido leer ningún comentario en los diarios.

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    Sabiendo que lo iban a retransmitir en diferido anoche, se quedó despierto para verlo y disfrutarlo, así que, tras la cena, se sentó en su sillón frente a la tele, con su copita de vino sin terminar.

    Estaba seguro de que don Tabaré iba a arrancar con una invocación a los asistentes, y se preguntaba con qué sustituiría su tradicional “uruguayos, uruguayas”. ¿Diría “extranjeros, extranjeras”?, ¿o “delegados, delegadas”?,  ¿o “representantos, representantas”?

    Perdido en estas cavilaciones vio que el discurso ya había empezado, y se perdió el encabezamiento. Con sus gafas de lectura, el presidente leía pausadamente su alocución.

    Ahí pudo enterarse de los avances en materia de salud que el pueblo uruguayo viene disfrutando gracias a su gestión y la de su gobierno. Infinitos detalles sobre las patologías crónicas y sus tratamientos, las sintomatologías de las enfermedades pasibles de previsión y los cuadros clínicos agudos que merecerían un abordaje científico le hicieron pensar a Fortunato que tal vez al presidente sus ayudantes le habían dado un discurso diferente, y que el que estaba leyendo estaba destinado a un ateneo médico al que pensaba asistir al día siguiente.

    Pero no, era el de las Naciones Unidas nomás. Fortunato pudo comprobarlo cuando don Tabaré se sacudió la camiseta hacia las tribunas, al mencionar el triunfo del pequeño Uruguay en su partido contra la multinacional asesina  Philip Morris, ganado por una goleada superior a la que la Celeste les metió a los paraguayos. Y sintió satisfacción de saber que ese juicio no solo coadyuvó a la salud de los uruguayos (y las uruguayas, naturalmente) porque fuman menos, sino que además les significó un suculento aumento a los jubilados, entre los que se repartió la suma ganada en el juicio contra la tabacalera.

    Ahí Fortunato ya estaba empezando a cabecear, porque nada de lo que don Tabaré decía le era ajeno o desconocido.

    Cuando las cámaras mostraban a la (escasa y aburrida) concurrencia, Fortunato pensó que tal vez la multitud que colmaba la sala antes, cuando habló Obama, había salido a fumarse un cigarrillo afuera, pero su reflexión no tuvo respuesta. No volvieron a mostrar la sala, y la cámara se concentró en la imagen del primer mandatario, y su tono cansino y monótono, que poco ayudaban a que Fortunato, como de costumbre, no se quedara dormido.

    Pero de pronto, don Tabaré agarró para otros rumbos.

    —Hemos logrado consolidar un relacionamiento internacional ejemplar —dijo el presidente uruguayo— que pasa por algunos hechos determinantes y ejemplares, que bien deberían otros países democráticos, plurales y valientes seguir —prosiguió don Tabaré.

    Y ahí Fortunato quedó desconcertado, al enterarse de que Uruguay había retomado una constructiva relación con Brasil, pero asimismo había convencido a Maduro de renunciar al Mercosur, y además de adelantar el referéndum revocatorio para el mes que viene. Y que había convencido a Temer de nombrar a Dilma como embajadora de Brasil ante la ONU, y a Kim Jong-un de suspender las pruebas nucleares de Corea del Norte. Había asimismo logrado un nuevo cese el fuego en Siria, la reanudación de las relaciones entre Israel y Palestina, y que Uruguay coordinaría un Grupo de Trabajo tendiente a la firma de un tratado de paz en Medio Oriente.

    A Fortunato se le humedecieron los ojos de la emoción, y no sabía si veía o soñaba aquellas declaraciones.

    Como sea, la cosa siguió por ese lado. Obama le había prometido que la semana que viene le levantaría el embargo a Cuba, y el presidente Santos le había adelantado que el plebiscito por la paz en Colombia sería irrelevante, porque Uruguay había logrado que las FARC renunciaran a la violencia, cualquiera fuera el resultado.

    Cuando don Tabaré agarró para las noticias del Uruguay, la emoción de Fortunato siguió creciendo.

    Nuestro presidente dijo que había recibido información desde Uruguay, y que el ministro Bonomi había logrado que se cerraran todas las bocas de pasta base, eliminando así el tráfico de esta destructiva droga, que tanto daño venía causando a la población. Asimismo, Bonomi le había adelantado que impondría la tolerancia cero a las rapiñas, estimándose que para el 2017 este delito habría desaparecido totalmente en Uruguay.

    La economía uruguaya, informó Vázquez, crecería este año un ocho por ciento, y la inflación bajaría al uno por ciento. Danilo Astori sería postulado al Premio Nobel de Economía, y la Ancap daría superávit en el próximo ejercicio, permitiendo que los combustibles bajaran al 50 por ciento de su precio actual. A Jihad Diyab se le había concedido una pensión graciable, y la familia del ex preso de Guantánamo ya estaba en camino a vivir en Uruguay junto al joven sirio que tanto había soñado con la reunificación familiar.

    Fortunato a esa altura ya sollozaba de emoción.  Pero todavía le faltaba lo mejor.

    —El éxito de las políticas que he implementado en el Uruguay es tan grande, que he decidido quedarme a vivir en los Estados Unidos, y para ello he alquilado una casita a orillas del río Mississippi, donde me dedicaré a pescar y a estudiar Medicina —dijo el presidente, con lo cual ya los sollozos de Fortunato se transformaron en llanto.

    Su mujer lo oyó, salió de su cuarto y se le acercó, sacudiéndole un hombro con suavidad.

    —Fortunato, te quedaste dormido y estás llorando, ¿estabas soñando algo feo o triste? —le preguntó.

    —Soñé que Tabaré arreglaba los principales problemas mundiales, y lograba que el Uruguay progresara en paz y con progreso económico… —replicó Fortunato.

    —Entonces llorabas de alegría, qué lindo sueño… —dijo la señora.

    —¡No! ¡Era terrible pesadilla! ¡Nos quedábamos con Raulito de presidente! —sollozó Fortunato, restregándose los ojos.