Los partidos tradicionales

En una reciente mesa de discusión política, uno de los frenteamplistas de ella le espetó al blanco presente su opinión firme sobre la imposibilidad de un acuerdo entre esos partidos a los cuales llaman tradicionales o fundacionales, como insinuando “Uds. ya fueron, muchachos, ahora nos toca a nosotros”. Le dijo “ustedes se degollaban”.

La Guerra Grande finalizó sin vencidos ni vencedores.

Cierto o no, fue la demostración de un espíritu de concordia. Es verdad que la mayor parte del tiempo pre Frente el Partido Colorado fue el nombre que los orientales le daban al gobierno, como decía Wilson.

La Patria se hizo con aportes de los dos. Algunos otros casos demuestran el buen fruto que daban los acuerdos o coincidencias entre los dos partidos. Y también, paradojalmente, sus luchas.

1897 produjo el Pacto de la Cruz, que procuraba evitar más sangrientos episodios. Los blancos, liderados por Aparicio, fueron por un tiempo un gobierno paralelo, que evidenciaba el reconocimiento de que el país estaba partido en dos y el gobierno no era ya patrimonio de los colorados. Solución que a nadie satisfacía.

La rebelión de 1904 marcó que José Batlle y Ordóñez no toleraba esa división que desafiaba su autoridad presidencial y que Aparicio Saravia estaba dispuesto a retomar la lucha armada hasta obtener la pureza del sufragio, que no se había logrado todavía.

El caudillo cayó por una bala en Masoller, y como El Cid, ganó batallas después de muerto. No importa la rendición de un ejército mal armado y desmoralizado por la pérdida de su líder. Se logró la eliminación del sistema que hacía que los jefes políticos —todos designados por el gobierno central— tuvieran la posibilidad de realizar fraudes. Así se pusieron las bases de nuestro actual sistema electoral.

Hemos recibido en nuestro país, gracias al ex presidente Mujica, a presos de Guantánamo. El resultado ya fue juzgado por la opinión pública como malo o espantoso.

Si no hubiera sido por Luis Alberto de Herrera, no habría necesitado Mujica “lucirse” y cambiar naranjas por carne humana, como él mismo dijo. Las bases norteamericanas estarían en nuestro territorio, como lo están en Cuba. Porfiadamente, el gran caudillo blanco defendió nuestra independencia y pese a la indignación de muchos y a la feroz campaña liderada por el Partido Comunista (Herrera nazi, Herrera a la cárcel; ya no funcionaba el pacto nazi-soviético). El gobierno de la época, plena II Guerra Mundial, aceptó el camino marcado por el partido opositor y no tenemos Guantánamos hoy aquí. Ese fue un episodio en el que no corrió sangre porque a esa altura del siglo XX otras eran las formas de lucha.

También cabe mencionar a Wilson Ferreira, salido de la cárcel donde lo pusieron los frentistas con el Pacto del Club Naval. (Sanguinetti no podría haberlo hecho solo). Su respuesta a la cruel jugada fue ofrecer la gobernabilidad al Partido Colorado, haciendo honor a su divisa “Por la Patria” que le venía del fondo de la historia y a su amor a esa Patria que debíamos con urgencia recobrar, luego de los años infames.

En cuanto a “degolladores” el atribuírselo a los guerreros de fines del siglo XIX y comienzos del XX significa solamente ignorancia, o tal vez malicia.

Peleaban, pero no degollándose. Los degüellos los hacían las chinas cuarteleras que seguían a los ejércitos. Le llamaban despenar, ya que remataban a los heridos graves que quedaban en el campo de batalla. (No existían en esa época las ambulancias de UCM y similares.) Si bien los colorados al disponer del gobierno tenían mejores recursos sanitarios, estos no eran gran cosa tampoco.

Sería de desear que la historia, tan manipulada en estos últimos años, fuera abordada sine ira et studio. A la larga la verdad se impondrá.

Anamaría Balparda