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Vivir en Venezuela hoy es similar al infierno, excepto para la oligarquía oficialista. La nación, tan rica en petróleo, vive una gran crisis humanitaria, con millones de personas sin atención médica ni alimentación adecuada. Ni siquiera el agua corriente es potable.
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La dictadura —según todos los organismos de derechos humanos— es responsable de ejecuciones, torturas y represión violenta. Caracas vive un impasse político desde que Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional —electa democráticamente—, se declaró presidente interino en 2019. Maduro mantuvo el poder real, excepto el Legislativo, hasta que lo suplantó, violando la propia Constitución chavista, por una “Asamblea Constituyente” oficialista sin legitimidad alguna. Guaidó cuenta con el reconocimiento oficial de 60 naciones. Hizo bien Uruguay cuando transmitió que el sátrapa venezolano no estaba invitado a la asunción del presidente Luis Lacalle Pou el 1º de marzo de 2020. El hecho marcó el retorno de la nueva “coalición multicolor” a la tradicional política de no legitimar dictaduras. Claro que esta postura principista tiene limitaciones.
El éxodo representa la mayor crisis migratoria de América. Se calcula que seis millones de venezolanos han huido del país desde 2014, según el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (Acnur). Líderes opositores han tenido que exiliarse, como Leopoldo López, condenado a 13 años de cárcel por “incitación a la violencia” durante una manifestación opositora en 2014, y que pasó años en prisión. La policía ha detenido y torturado a efectivos militares acusados de conspirar contra el gobierno, incluyendo sus familiares.
Entre 2016 y 2021 agentes de seguridad asesinaron a más 10.000 personas por supuesta “resistencia a la autoridad”. Agentes de la Fuerza de Acción Especial (Faes) arrestan día tras día a residentes de zonas pobres, sembrando el pánico y ejerciendo un férreo control social. También operan grupos armados chavistas en connivencia con la policía. La mayoría de las violaciones de derechos humanos siguen impunes. El Poder Judicial carece de la más mínima independencia.
El sistema de salud venezolano está colapsado desde 2017, lo cual ha propiciado un resurgimiento de enfermedades evitables con una vacunación eficiente. Hay escasez de equipos básicos como guantes, mascarillas, alcohol y jabón. La falta de equipos básicos para radiografías, análisis de laboratorio, camas de terapia intensiva y respiradores aumentó drásticamente el número de fallecidos. De acuerdo al Plan de Respuesta Humanitaria para Venezuela de la ONU, aproximadamente siete millones de personas necesitaban asistencia humanitaria en 2020.
El salario mínimo venezolano es de 3,5 dólares. El porcentaje de la población que pertenece a la clase media es apenas del 16% y la pobreza sigue aumentando. En resumen un desastre humanitario imposible de ocultar, salvo para “el peor tipo de ciego, el que no quiere ver”, como dice el refrán.
Como miembro (!) del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, Venezuela vota consecuentemente contra el control de la represión en países como Siria, Yemen, Bielorrusia e Irán. Entre dictaduras se entienden.
Secretos peligrosos
para Caracas
Nicolás Maduro vive un momento complejo. Alex Saab, considerado su testaferro, está en EE.UU. acusado de lavar dinero, narcotráfico y financiación al terrorismo. La historia comenzó cuando fue detenido durante una escala técnica de su avión privado en Cabo Verde, en junio de 2020, y puede culminar con una condena a 30 años de cárcel. Salvo que colabore y acepte dar información valiosa. Viajaba rumbo a los Emiratos Arabes, según la carta de navegación, cuando fue detenido. Se encontraba tranquilamente cargando gasolina en el aeropuerto Amílcar Cabral, cuando la policía del país africano abordó la nave y le presentó una orden de captura de Interpol. Fue el comienzo del fin. Tras más de un año, Saab compareció hace días ante un tribunal federal en Miami, donde se le notificó formalmente de ocho acusaciones.
El régimen de Caracas comprendió de inmediato la gravedad del tema, pero confió poder manejarlo. Armó un operativo judicial dirigido por Baltazar Garzón —que cobró seis millones de euros— y desarrolló un esfuerzo diplomático pocas veces visto. Se alegó que era embajador —con inmunidad diplomática— y se lo incluyó en el equipo que participaba en las negociaciones de México con Guaidó. No funcionó. Descontrolado, Nicolás Maduro suspendió el diálogo con la oposición.
Desde su exilio en Colombia, el exfiscal Zair Mundaray comentó: “Maduro soporta una compleja turbulencia interna, sobre todo porque su círculo íntimo lo acusa de torpeza por no evitar la extradición de Saab... se trata de un golpe muy duro, que implica poder desentrañar todo el entramado de corrupción que mantiene en pie una dictadura brutal”. Según Mundaray, este es uno de los momentos de “mayor debilidad del régimen chavista”. El abogado opositor Alejandro González afirmó, por su parte, que Venezuela puede ver peligrosamente comprometida su posición internacional. “Si se llega a comprobar la vinculación directa con el narcotráfico, grupos terroristas y la mafia organizada, seguramente va a perder aliados naturales en Europa y América Latina”. Como el jaqueado kirchnerismo argentino.
A esto se suma que España aceptó extraditar —bajo presión— a Hugo Carvajal, conocido como “el Pollo”, quien fue jefe del servicio de inteligencia venezolano hasta 2014, y a quien Washington acusa de narcotráfico y colaboración con las FARC. “Si caigo —declaró— no caeré solo. Caerán varios países. Con la gasolina que hay en España, si soy extraditado tiraré un fósforo desde mi avión para que arda todo”. Y está cumpliendo su amenaza. Frente al juez español Manuel García-Castellón testificó: “Mientras fui director recibí gran cantidad de reportes señalando el financiamiento internacional que estaba ocurriendo. Ejemplos concretos son Néstor Kirchner, Evo Morales, Lula, Fernando Lugo... Gustavo Petro de Colombia y el partido marxista Podemos en España”. Estos fondos eran enviados en efectivo a través de valijas diplomáticas.
Según el reconocido analista chileno Ivan Witker, los testimonios de ambos hombres serán “muy útiles para comprender el mundo en que se movía este curioso empresario bolivariano, y brindará las primeras ráfagas de luz sobre las zonas más tenebrosas del régimen, símbolo del ‘socialismo del siglo XXI'. Hay quienes vaticinan un festín de revelaciones sobre manejos oscuros con dineros públicos, circulando a raudales por el mundo”. Que así sea.