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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáMe he sentido impulsado a terciar en el debate que se ha dado en estas páginas entre el Dr. Bernardo Aizen y otros corresponsales, a propósito del tema de la obligatoriedad que impone la ley de realizar mamografías. Como se verá, mi propósito no es tomar partido, sino contribuir a esclarecer dicho debate. Lo divertido del asunto es que, por increíble que parezca, el Dr. Aizen y sus contendores, quizás sin saberlo, ¡podrían estar de acuerdo en algo! Pero si no lo están, igual vale el ejercicio.
En efecto, he observado que en este intercambio epistolar se está incurriendo en un error de lógica del tipo del que el filósofo uruguayo Carlos Vaz Ferreira quiso —vanamente— enseñarnos a reconocer para no incurrir en el mismo. Como espero demostrar, los contendores parecen no percibir que —aunque creen estar hablando sólo de un tema— en realidad están abordando DOS simultáneamente. Tratar dos temas como si fueran uno solo, es de los errores en los que Vaz Ferreira nos ha advertido que solemos incurrir.
Ello queda manifiestamente expuesto en los últimos 4 renglones de la carta de la Ing. Rosengurtt, en la que —en mi opinión— “da en el clavo” de lo que le aflige, y a la vez plantea algo interesantísimo cuando expresa: “¿En qué Estado de derecho vivimos hoy, en el que sólo a las mujeres se nos impone más radiación obligatoria…?”.
Confieso a la Ing.Rosengurtt que esta pregunta —sobre la obligatoriedad, me refiero— me la he planteado hace tiempo no sólo como médico ginecólogo, sino además como ciudadano. Y no lo hice recién ahora, ante el tema de la mamografía, sino desde que tuve conocimiento —hace muchísimos años— que en Cuba se obliga al “papanicolaou”, como se ha popularizado en denominar a este estudio. Me pregunto: ¿hasta dónde puede y/o debe el Estado –aún invocando la sana intención de “velar por mi bienestar”— obligarme e imponerme determinadas conductas? Además, el asunto va más allá de “solo a las mujeres”. ¿Acaso se convertiría en legítima la imposición si se obligara también a los hombres? Planteo esta pregunta retórica deliberadamente. ¿El tema apasiona, verdad? Me expresaré sobre el mismo más adelante.
Retomando el hilo, se observa que la corresponsal plantea un 1er. Tema —si el control debe ser obligatorio— tema de derecho sobre el cual tiene de sobra capacidad, derecho y —casi diría— obligación de interesarse, al igual que cualquiera que habite en Uruguay. El problema es que —lamentablemente— en la casi totalidad de su carta (al igual que otras corresponsales) incursionó en un 2do. Tema —si la mamografía es conveniente— tema técnico-médico en el cual no debería intentar corregir al Dr. Aizen, profesional de reconocido dominio del tema y con quien se encuentra en indescontable desventaja. No lo digo desde la soberbia, sino desde el sentido común.
Y sostengo esto aún si la especialidad de la corresponsal fuese la ingeniería nuclear (lo ignoro), pues saber ingeniería NO significa saber medicina. Más bien aconsejaría —de buena fe— atender al asesoramiento del Dr. Aizen respecto a la conveniencia de la mamografía periódica, aunque a la vez veo legítimo que cualquiera opine sobre su obligatoriedad que, como se ve, es otro tema, distinto, diferente. Tan es así, que es fácil observar que puede coincidirse en uno y discreparse en el otro, o coincidir en ambos, o en ninguno. Pero claramente son dos temas, no uno; al punto que, por ejemplo, ignoro la opinión del Dr. Aizen respecto de la obligatoriedad.
En síntesis, mientras que opinar sobre el primer tema compete a TODOS, opinar sobre el segundo compete sólo a algunos (quienes exhiban versación sobre dicho tema).
Si quien no domina el tema técnico igualmente incursiona en él, incurre en garrafales errores y —lo peor— desinforma. En este sentido, es incorrecto —por no adjetivar más enfáticamente— abandonar a su libre evolución un carcinoma in situ. Ello vale para el de la mama, el pólipo intestinal, el cuello de útero, o el que se quiera. La simple resección de esas lesiones —SIN mutilación— hace MUCHO MÁS que curar el cáncer: ¡lo evita! Por favor, que el fragor del debate no llegue a extremos como este. Punto.
Viene a mi memoria ahora una paciente a la que hace pocas semanas le detecté una lesión de estas características. Se curará casi inevitablemente. Y ello porque se le solicitó una mamografía de control “nada más que” porque tenía un antecedente familiar. Tiene dos hijos, y ¡sólo 37 años! No los 40 que la ley exige.
Por lo tanto, la ley no obligaba a la señora a hacérsela, ni a mí a indicarla. Tan sólo aceptó mi consejo. Pudo no haberlo hecho, mas felizmente lo aceptó. Es todo lo que los médicos —tal como el Dr. Aizen— hacemos. Encuentro legítimo que la Ing.Rosengurtt reclame su derecho a optar también ella, pero no encuentro lógico que se sostenga —desde NINGÚN conocimiento médico— que solicitar esa mamografía fue malo, pernicioso, peligroso o potencialmente dañino. Quienes resuelven qué es obligatorio y qué no lo es, son los gobernantes, no los médicos. Nosotros sólo aconsejamos.
Entonces, si no interpreto mal, lo que reclaman la Ing.Rosenbrutt y la Lic.Cerruti (y seguramente otras muchas mujeres más) es tener la opción de decidir. Defiendo sin hesitación su derecho a opinar sobre este tema. Es pertinente. Pero sobre el otro tema, el técnico, no. Ni siquiera es de recibo que —muy informadas— citen otros autores o publicaciones pues, por muy prestigiosas que sean esas opiniones, ello sólo demuestra que el tema es controversial. No sentencia quien tiene razón.
¿Acaso esas opiniones son más valiosas que la del Dr. Aizen y que la del Dr. Tabaré Vázquez que instaló la obligatoriedad? ¿Por qué? ¿Sólo porque son distintas a las suyas se convierten en las acertadas? ¿En base a qué conocimientos médicos toman partido las corresponsales? ¿No será más prudente dejar que la Academia —que dispone del conocimiento— discuta, en lugar de terciar vitoreando la postura que se desea oir? Nada asegura que en el futuro la evidencia no termine convenciendo a los científicos citados de que cometen un error. Lo propio haría el Dr. Aizen, en el sentido contrario.
Adelanté que me referiría al tema de derecho que la Ing.Rosengurtt plantea, que creo que es lo más interesante del debate. El tema es hasta dónde es legítimo que el Estado “me proteja” imponiéndome conductas o controles. Sin poner en duda su buena intención, ¿hasta dónde debe avanzar? Hoy están en el tapete el papanicolaou y la mamografía. Pero puede haber más en el futuro. Veamos.
Invocando “cuidar” a los ciudadanos por ejemplo, ¿no podría también negarse el Carné de Salud a quienes insisten en fumar tabaco o marihuana, ya que es muy malo para la salud? Al influjo del conocimiento científico que ya lo ha demostrado como riesgoso, ¿no podría mañana el Estado exigir que no se coma más que determinada cantidad de carne? ¿Sería aceptable que me prohibiese consumir —expuesto a eventual sanción— longaniza, salame, chorizos o papas fritas, por ejemplo, para cuidar mi nivel de colesterol? ¿Debería tolerar que resuelva mi menú? ¿Podría —aún con el elevadísimo interés de combatir el sedentarismo— supervisar que concurro a hacer actividad física regularmente, con cero falta, prohibiéndome trabajar si incumplo?
¿Le extenderemos o le negaremos el Carné de Salud a quienes “empecinadamente” se niegan a bajar de peso? ¿Tiene un gobierno atribuciones para determinar que un varón no puede ejercer su derecho al trabajo si no se somete anualmente a un tacto rectal para controlar su próstata? ¿No invadiría acaso el área del libre albedrío de los ciudadanos si, por ejemplo, les impidiera exponerse al sol a las horas y épocas de radiación más peligrosas? ¿Y no invadiría algo más que el libre albedrío si pergeñara algún inimaginable mecanismo siniestro para fiscalizar que el promiscuo utilice siempre condón, de modo de no contagiar ni contagiarse? En este caso, ¿cuál o cuáles de los gobernantes definirá la promiscuidad?
¿No hemos aceptado acaso mansamente que –para protegerlos— los motonetistas estén obligados a usar casco y los choferes cinturón? ¿Puede legislarse en base al convencimiento que algún día desarrolle el Estado, a propósito de que considere excesiva la carga calórica del boniato en almíbar o la pastafrola? ¿No resulta lógico que quizás la Ing.Rosenbrutt encuentre incongruente que la ley la obligue a detectar el cáncer, pero no a tratarlo? (En efecto, es ilegal negarse a la pesquisa, pero no lo es negarse al tratamiento. FELIZMENTE el legislador respeta esta decisión del individuo. Todavía…).
¿Se postula alguna explicación racional para que una mujer de, supongamos, 58 años no pueda negarse al papanicolaou y a la mamografía, en el mismo Estado en que las niñas de 12 años sólo son vacunadas contra el HPV si ellas consienten en prevenirse del cáncer de cuello uterino? ¡Se les pide permiso a los 12, y se las obliga a los 58!
¿Dónde halla el Estado sus límites? ¿Los tiene? ¿Los debe tener? Al amparo de que “vela por mi bien”, ¿Él está por sobre mi decisión individual? ¿Cuándo? ¿Siempre? ¿Puede —invocando que sabe lo que a mí me conviene— sustituirme en mis decisiones, aunque ellas sólo comporten riesgo para mí? ¿Posee atribuciones para desplazarme de mi función de ocuparme de mi mismísima mismidad, al decir de Miguel de Unamuno?
En un país en el que NO es ilegal el acto definitivo de quitarse la vida (nuestro Código no lo reconoce como delito), ¿es lógico que sea ilegal desobedecer el acto preventivo de hacerse un estudio? ¿Quién debe estar a cargo del individuo, el Estado o él mismo? ¿O ambos? ¿Un poquito cada uno? ¿Cuánto poquito?
Pero por otra parte, si defendemos el derecho irresctricto al libre albedrío, ¿no es cierto que entonces surgen responsabilidades? Es decir, si ejerzo un derecho, debo inmediatamente asumir mi responsabilidad. En este sentido, ¿debe la sociedad cargar con los gastos que provoca mi conducta temeraria? Si —ejerciendo sin limitaciones mi libertad— fumo, no uso casco, no me hago mamografía, no controlo mi próstata como se me aconseja, y por ello mi salud termina finalmente comprometida, ¿no debo entonces estar a cargo de las consecuencias de mis decisiones? ¿No era que yo reclamaba que ya era mayorcito para resolver sin interferencias mis propios asuntos?
Como se ve, muchas de estas preguntas (en algunas apuesto al buen humor) las puede responder el simple sentido común, pero otras no tanto. Invita a la reflexión, aunque inevitablemente no habrá una sola respuesta.
Además, por si fuera poco, el tema ingresa en el terreno de lo ideológico, lo que asegura ausencia de consenso. Véase que, de los componentes del Estado —un territorio, una población, una organización— el único involucrado en este tema es el último. De modo que cuando hablamos de las decisiones del “Estado”, en realidad nos estamos refiriendo nada menos que a las que toma un gobierno.
Hoy el asunto es la salud, pero mañana puede ser otro. ¿Cuál? ¡El que el “Estado” decida! Resulta aterrador un Estado (gobierno) tan preocupado por mi bienestar que utilice su poder coercitivo para —sin límites— “cuidarme” en todo de lo que a ÉL se le antoja que debo ser cuidado. No olvidemos a los totalitarismos que —invocando el “superior deber de proteger” la salud mental y social— deciden qué puede leerse, escribirse, cantarse, informarse, en qué valores ahorrar, o cuántos hijos engendrar. ¡Hace poco un “brillante” —que sin duda se atribuye saber qué necesita su pueblo— decretó la felicidad adelantando la Navidad! Próximamente, imagino, decretará para los demás la prosperidad de la que él goza.
Pero tampoco es aceptable un Estado ausente y omiso… De allí que, en mi opinión, el tema —que como se ve no es sólo médico— resulta apasionante. ¿Cuánto Estado es necesario, y cuánto no? Siempre debemos estar atentos pues, quien tiene el poder, se halla expuesto a tentarse con el más expeditivo gesto de obligar, antes que el de educar y convencer. Hace bien en preocuparse la Ing.Rosenbrutt.
Finalmente, más allá de las leyes, pero no a prepo: oiga nuestros sinceros consejos, Ingeniera. Y también sigamos los médicos las mismas recomendaciones que damos a los demás desde nuestra atalaya, tal como —sabiamente— la Ingeniera nos reclama, con no poca razón. Mientras, reflexionemos. Por la salud de todos.
Dr. Julio de Fuentes. Ginecólogo
CI 1.451.683-3