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Al rostro de Guido Manini Ríos se le adivinan estos meses intensos de campaña política y de efervescencia electoral, de vivir casi sin sosiego, yendo de un acto político a otro, reconociendo caras, visitando casas, sedes y parajes donde suelen esperar abrazos y aplausos de un público crecido y entregado a sus discursos de trinchera partidaria, plagados de referencias al prócer y al “relajo” que, según él, dejaron estos 15 años de gobierno del Frente Amplio. “Hoy el pueblo pide orden”, dice el candidato de Cabildo Abierto (CA). Y también se dice enfrentado a una campaña “sucia”, repleta de agravios y “chicanas”, de preguntas periodísticas “maliciosas” para imprimirle titulares “insidiosos” y de contratiempos judiciales, de fiscales que pretenden “tergiversar” los hechos y “enchastrar” la corta y fulgurante carrera de su agrupación y de él mismo como su conductor o “guía”.
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Así, con el gesto ceñudo y algo cansado, expresión que por momentos parece reflejar un optimismo sombrío, terco, Manini Ríos encaró este miércoles 23, micrófono en mano y tono marcial, su acto final de campaña en Montevideo sobre un gran estrado ubicado al lado de la sede partidaria de la calle Constituyente, donde centenares de embanderados “cabildantes” lo escucharon con indisimulada euforia. Y es que su “caudillo”, nacionalista y artiguista, que adquirió notorio protagonismo popular como comandante en jefe del Ejército y despuntó como sorpresa electoral, logró ubicar a su partido como la cuarta fuerza política del país —quizás la tercera— en menos de medio año.
Ese crecimiento “histórico” en las encuestas también parece haber ablandado algo su expresión facial de dureza, de rigidez casi inescrutable. Ya definitivamente alejado de la rutina militar, absorbente y predecible, Manini Ríos luce más cómodo en su papel de político revelación. En su cara hay ahora más sonrisas que ceños fruncidos; hasta su voz suena menos áspera y muestra un discreto sentido del humor. Habla con familiaridad a extraños y reserva varios minutos para cumplir con los pedidos de selfies con los celulares de sus seguidores, siempre con la sonrisa fija y típica de político en campaña. Y en vez de uniforme verde viste una campera beige y camisa clara o, como anoche, un traje sobrio.
Otras cosas, empero, no han cambiado. Sus opiniones sobre “la crisis económica y cultural del país” o la necesidad de “mano firme” ante la inseguridad y la corrupción se antojan inmutables. De acuerdo a ese guion, el domingo 27 “el pueblo” elegirá entre dos opciones: la continuidad de los gobernantes o el cambio que representa CA y que terminará con “el recreo de los malandras y haraganes”, cuanto más ante “las aguas embravecidas que vive el continente sudamericano” con “la dictadura venezolana y las convulsiones en Ecuador y Chile y la posible trampa electoral en Bolivia”.
“Somos el cambio en serio, de verdad”, afirma el candidato, tras escuchar una versión de A Don José. Allí el exmilitar pronunció una encendida arenga ante sus seguidores. Prometió acabar con “la discrecionalidad de ciertos fiscales que deciden a quien llevar a juicio”, en clara alusión al fiscal Rodrigo Morosoli, quien lo individualizó como único responsable del caso Gavazzo, y recibió los primeros aplausos. La audiencia de formalización, postergada por un recurso de inconstitucionalidad que rechazó la Suprema Corte de Justicia, fue fijada el 1º noviembre.
Manini Ríos prometió restablecer “el respeto por la Policía”, “terminar con la droga” y que “los narcotraficantes no escapen por la puerta de Cárcel Central”, y recibió una ovación.
Entonces hizo una pausa y después, con gesto adusto, siguió: “Lo que no le perdonamos a este gobierno es haber alentado permanentemente la fractura entre los uruguayos”. Dijo que llevará “mucho tiempo restañar esas heridas” abiertas por dirigentes oficialistas, como la candidata a vicepresidenta Graciela Villar al hablar de la dicotomía “oligarquía y pueblo”. “Oligarquía son los que están atornillados al poder y se ven amenazados, los que mandatan fiscales para sus servicios, los dirigentes de gobierno que usan los resortes del poder y violan la Constitución haciendo campaña política”, acotó.
Solo pareció sentirse un poco incómodo al citar a quienes “pretenden marcarle la agenda” a su partido, por aquellos que le preguntan sobre los crímenes de la última dictadura (1973-1985) y aluden a “viejas cuentas” por las violaciones de los derechos humanos. También torció el gesto al hablar de una “operación de desinformación” sobre CA, “tergiversando” que sus puntales son militares retirados, cuando, machacó, “hay un pueblo harto de promesas y de tanta inseguridad, caos y corrupción”, que pide que alguien “ponga orden en el relajo”.
A los 20 minutos de discurso, Manini Ríos se lanzó de lleno contra sus enemigos. “¿Hasta cuándo vamos a tener que seguir viendo a los delincuentes reírse en nuestras caras, desde los ladrones de gallinas hasta los que nos robaron bancos enteros? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que lucren con el odio y la fractura?” Y entonces llamó “a la acción” y “a la rebelión” del pueblo uruguayo, porque “el momento es ahora”.
Con Manini Ríos ya en la calle, un anciano de baja estatura, pelo cortado a cepillo, haciendo un gran esfuerzo por hablar claro le plantea al “caudillo” sus convicciones patrióticas y le desea suerte el domingo. Dice que es el único político honrado que conoce y enumera rasgos de la personalidad que podrían atribuirse indistintamente a José Artigas y a Manini Ríos, o a los dos. Atento, el candidato sonríe y saluda. El hombre lo ve pasar con respeto y guarda silencio. Más allá, por la calle Jackson, cruza una pareja con banderas frenteamplistas que cambia de rumbo en el acto, mientras un hombre sentado en la acera contraria parece ajeno al ruido y a todo dándole de comer a un perro.