Seguramente muchos lectores de Búsqueda recuerden al profesor senador Carlos W. Cigliuti. Fue un importante político del Partido Colorado, tanto en el período previo a la dictadura militar como en el posterior.
Seguramente muchos lectores de Búsqueda recuerden al profesor senador Carlos W. Cigliuti. Fue un importante político del Partido Colorado, tanto en el período previo a la dictadura militar como en el posterior.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáYo lo recuerdo de otra manera. Porque era muy amigo de mi padre. Y solía visitarlo, en nuestra casa de la calle Guayaquí, en Pocitos, los domingos a mediodía, que eran los únicos momentos en que mi padre se permitía distraerse del trabajo, del estudio y de la preparación y redacción de sus libros.
No tenía yo muchos años en aquella época. Y hasta creo, no recuerdo bien, que Cigliuti aún no había ingresado al Parlamento (en el cual brilló durante muchos años). Pero ya era un avezado político. Y mi padre insistía en que yo asistiera a aquellas reuniones de amigos. Tiempo después comprendí que quería que yo aprovechara las estupendas lecciones de política que brotaban de tan destacado personaje como si fuera un manantial de sabiduría y experiencia. En realidad, lo era (cambiemos el modo subjuntivo por el indicativo).
Cierto día reprendió amablemente a mi padre, quien terminaba de expresar una opinión sobre algún hecho político que no recuerdo: “No, Enrique, dijo el profesor, estás equivocado. Y, aunque no lo sabes, lo estás por la teoría de las dos puertas”.
“¿Las dos puertas? ¿Qué es eso?”, fue la inmediata respuesta de mi padre.
“Muy sencillo. En política asumes cierta actitud o emites cierta opinión porque percibes, claramente, que con eso te ingresan cien votos por la puerta del frente. Pero muchas veces no te percatas de que, por esa misma actitud u opinión, se te escapan doscientos votos por la puerta de atrás. Y eso no es tan malo. Lo peor es que hay varias puertas atrás, y todavía algunas por los costados. Y aún peor es que no tienes medio alguno de medir con precisión los reales volúmenes de ingresos y egresos. Solamente puedes confiar en tu intuición y en tu experiencia. Lo que resulta muy difícil y complejo”.
Creo que, ciertamente, eso fue lo que pasó con el video de Guido Manini Ríos el jueves previo a la elección.
Sin duda, tuvo cabal conocimiento de la ofensiva proselitista que el MPP había desatado sobre los militares. La vimos y escuchamos todos en el Uruguay. No es de extrañar que un caudillo político –civil y no militar, aunque venido de filas castrenses, y con el notorio prestigio merecidamente ganado en su actuación pública– haya intentado precaver un posible resultado exitoso de esa movida frenteamplista.
¿A quién puede extrañar que haya puesto en juego su merecido prestigio y su incuestionable caudillismo para intentar llevar votantes a la coalición que su partido político integra? ¿O es que debía permanecer estático mientras los integrantes de la otra coalición (la más antigua) desarrollaban su campaña de proselitismo sobre las filas militares?
Los politólogos y opinólogos frenteamplistas, paradigmas de fariseos intelectuales, se han explayado largamente sobre el peligro antidemocrático de convocar los votos del personal militar. Parece que eso es antidemocrático cuando lo hace Guido Manini Ríos, pero es plenamente democrático cuando lo hacen los integrantes del MPP (y los comunistas).
Desgraciadamente, esa gente nos tiene ya muy acostumbrada a ese doble rasero, a esa doble moral tan demoledoramente analizada y puesta de manifiesto por el gran Jean François Revel.
Vi en la televisión a Gerardo Gaetano, a Manuel Laguarda y a Gabriel Mazzarovich, y a unos cuantos más, acumulando disparates sobre el tema (y no solamente disparates, sino también mucho de resentimiento subyacente, pero no tan reservado como para que no se les notara). Solamente pude evocar una frase de cierto gran orador romano: “Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?”.
Resulta que a ellos –y a muchos otros intelectuales o pseudointelectuales de la izquierda– les alarma mucho que en la coalición más reciente se haya incluido a un partido de la extrema derecha. Pero en nada les alarma que en la coalición más antigua figuren dos partidos (Partido Comunista y Partido por la Victoria del Pueblo) que son de extrema izquierda.
Por lo visto, hay extremos y extremos. Y algunos son malos y antidemocráticos (si están en la coalición de enfrente, claro está), y otros son buenos y democráticos (si están en la nuestra, claro está).
Es una extraña vara para calibrar cualidades democráticas. Y, por cierto, por más que sean maestros en el arte de disfrazar la realidad con palabrerío, todos esos intelectuales o pseudointelectuales conocen de sobra las excelsas cualidades antidemocráticas de esos dos partidos que, les guste o no les guste, integran su coalición política.
Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?
Por algo, al fin de cuentas, han perdido la elección del domingo pasado. Ya lo había enseñado Abraham Lincoln: “En democracia se puede engañar a mucha gente durante mucho tiempo, pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo”.
Fue así que días pasados Gerardo Sotelo dejó mudo y casi llorando al insustancial parlanchín Óscar Andrade en –creo– Polémica en el bar. Cuando luego de escuchar los relatos de Alicia (quiero decir, Óscar) en el País de las Maravillas, le espetó un contundente: “Por hablar de esa manera y seguir haciendo versos, es que van a perder las elecciones próximas”.
No solamente le cortó los versos sobre el País de las Maravillas, sino que lo dejó boquiabierto y en silencio durante buen lapso (cosa que no es fácil lograr con tan vocinglero personaje). Y que quede bien en claro que el vocablo “vocinglero” lo estoy utilizando en la segunda acepción del Diccionario de la RAE (22ª edición en papel).
Nada de incorrecto ni de indebido ni de antidemocrático hubo en el video de Guido Manini Ríos. Nada.
Pero sí incurrió en el error de no tomar en cuenta la “teoría de las dos puertas” del maestro Cigliuti.
Seguramente, Manini Ríos advirtió la campaña que venía desarrollando el MPP frente a los cuarteles. Y quiso contrarrestarla. Posiblemente, lo hizo. La mayor parte de esos votos seguían, sin duda, a este caudillo político civil (de origen militar). Pero esa campaña podía deslizar algunos hacia el FA.
Seguramente, el video lo evitó. Y tal vez quinientos o mil votos no se pasaron a la coalición de partidos de izquierda.
Pero Manini Ríos, por falta de experiencia política, no miró hacia la puerta de atrás.
Y resulta que había, sin dudas, un buen lote de frenteamplistas desencantados (no militares) que estaban dispuestos a cambiar de rumbo y a votar la nueva coalición. Y que, ya preparados por la campaña del miedo desatada por el FA, creyeron ver en ese video un inexistente cuco militar golpista, dejaron de votar a Lacalle Pou y se volvieron a Daniel Martínez.
Como enseñaba el profesor: “Ves que por la puerta del frente te entran cien votos, pero no te fijas que, por eso mismo, se te van doscientos por la puerta de atrás”.
Muchos de esos intelectuales antes citados deslizaron –entre tantas tonterías– la insinuación de que el video de Guido Manini Ríos tenía la intención de marcar posiciones y perfiles dentro de la coalición. Creo que este líder político no se merece semejante infundio. Que causa menos desmedro a quien lo recibe que a quienes lo emiten.
Es evidente que trató de contrarrestar la campaña proselitista del MPP (para nada antidemocrática) con un esfuerzo contrario (para nada antidemocrático).
Pero que cometió un error. Por falta de experiencia política (que está adquiriendo rápidamente). Y por no haber podido escuchar las sabias lecciones del profesor Carlos W. Cigliuti. Fortuna que yo sí tuve.
Que el video tuvo incidencia es algo que no dudo. Lo que no podremos nunca saber, como bien enseñaba Cigliuti, es cuánto y cómo incidió. Es decir, cuántos votos entraron por el frente y cuántos se fueron por el fondo o los costados. También es claro que no fue el único factor que incidió en el cambio que hubo en los días previos a la elección.
Y antes de pasar al otro tema, un aspecto personal. No soy votante ni integrante de Cabildo Abierto (aunque, ciertamente, firmé uno de los escritos iniciales de ese partido, a pedido de un integrante de Cabildo y amigo personal mío, capitán Luis Perdomo, porque andaban algo faltos de firmas). En 1966 voté a Jorge Batlle (quien, si no recuerdo mal, era colorado). En el año 1971 participé, por única vez en mi vida, en una campaña electoral atraído por el potente carisma de Wilson Ferreira Aldunate, quien logró enamorarme de la historia y la épica del Partido Nacional. Y donde hallé un ámbito muy conforme con mis ideas políticas. Y desde entonces, yo, que no soy blanco (tampoco colorado, porque en eso no soy nada), estoy con los blancos. Y los he votado desde 1971 en forma ininterrumpida.
Pero eso no me impide apreciar con afecto y admiración a Cabildo Abierto. Un partido que no es de “extrema derecha” ni es un “partido militar”.
Conozco bastante bien a Cabildo Abierto en algunos lugares de mi país. Y he visto a militares en sus filas. Pero he visto a muchos más civiles que a militares. Y, por lo demás: si tan malos y apestados fueran los militares ¿qué hacían los muchachos del MPP alrededor de los cuarteles en estas semanas pasadas? ¿Será que sus votos son buenos cuando apoyan a Daniel Martínez y son deletéreos y apestados cuando apoyan a Lacalle Pou?
Y también, Sres. Óscar Andrade y Juan Castillo, estaban ahí los comunistas. Esos democráticos personajes que hace poco se ofendieron porque alguien, con toda razón, habló pestes de la Unión Soviética. Ese Paraíso comunista que logró inaugurar el basurero de la historia: aquel lugarejo que León Trotski había pergeñado para un capitalismo que, como Johnny Walker, sigue tan campante, mientras los bolches descansan de sus tropelías de más de cien años en aquel tan poco elegante sitio.
Al fin de cuentas: ¿qué diría Juan Castillo si a nuestro novel presidente se le ocurriera construir un muro en toda la frontera terrestre para que los uruguayos no puedan huir de su país? Eso fue lo que hizo su admirada Unión Soviética en su colonia denominada RDA.
Algunos han dicho que la Unión Soviética sufrió su máxima vergüenza cuando el pueblo de su colonia alemana destruyó el muro a martillazos. Se equivocan: la gran vergüenza fue en el año 1961, cuando esos que Juan Castillo y Óscar Andrade tanto admiran lo construyeron. Para evitar que el oprimido pueblo de su colonia europea huyera en masa al Occidente capitalista. Nada tuvo que ver con eso la Guerra Fría: los fusiles del muro apuntaban hacia adentro, no hacia afuera.
¿Y por qué es Cabildo Abierto de extrema derecha? No los veo agrediendo a nadie, no los veo insultando a nadie, no los veo estigmatizando a nadie, no los veo generando odio o desprecio contra nadie. Como sí veo a todos esos intelectuales farisaicos haciendo algo de eso (de lo último, no de lo primero) contra Cabildo Abierto y su gente.
Comparto todo el repudio de la izquierda –y del Partido Nacional– hacia la dictadura militar. Y a quienes la pusieron en marcha y la llevaron adelante. Pero no todos los militares son así. Y ciertamente ni Guido Manini Ríos lo es, ni los militares que veo encuadrados en Cabildo Abierto lo son. Muchos de ellos son mis amigos. Y nada veo en ellos de antidemocrático. Como sí lo percibo –claramente– en las filas del Partido Comunista.
Defender la religión o la familia ¿es de extrema derecha? Pues si lo es, soy de extrema derecha y estaré muy orgulloso de serlo. ¿Asociarse con el Fondo Monetario Internacional o con las empresas capitalistas trasnacionales es de extrema derecha? Pues, entonces, el Frente Amplio es de extrema derecha.
Y, por cierto, pocos se han percatado de que en ese conjunto de proyectiles verbales que suele utilizar la izquierda (“neoliberal”, “fascista”, “extrema derecha”, etc.), hay uno que ha desaparecido de tan poco elegante panoplia.
Estoy pensando en el vocablo “cipayo”.
¿Se acuerdan cuando nos trataban de “cipayos” a quienes admitíamos como razonables los acuerdos con empresas o bancos trasnacionales?
Ese vocablo desapareció. Lo utilizaban todos los días Horacio Rodríguez, Mario Benedetti, el agente secreto soviético Vivian Trías y tantos otros. Hoy se olvidaron de esa palabreja. Hagan memoria: ¿hace cuánto tiempo que no la escuchan?
¿Se olvidaron de ella? ¿O será que ellos se han convertido en cipayos? ¿Era de cipayos concurrir al Fondo Monetario Internacional antes, y dejó de serlo cuando Tabaré Vázquez y Danilo Astori se presentaron en su sede? ¿Era de cipayos pactar contratos con la United Fruit y no lo es cuando el pacto es con UPM?
No lo creo así. Sencillamente, hasta los muchachos de la izquierda progre son capaces de adquirir algo de sentido común. Por suerte no están vacunados contra ese elemento. No hay motivos para perder toda esperanza: no son casos perdidos.
Sería buena cosa que lo usen un poco más. Y que dejen de intentar construir ese cordón sanitario que están tratando de hilvanar sobre Cabildo Abierto. Si siguen haciéndolo, en la próxima oportunidad van a lograr que duplique su votación. Como sucedió en España con VOX (otro partido político que, al igual que Cabildo Abierto, nada tiene de extrema derecha ni de extrema nada, y cuyo único pecado es tener ideas diferentes a las de la izquierda progre. Y tener el coraje para decirlo).
Enrique Sayagués Areco