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    Manipular con palabras

    N° 1959 - 01 al 07 de Marzo de 2018

    El Tribunal de Apelaciones de Familia de primer turno puso las cosas en su lugar. Revocó la sentencia del juez Gerardo Álvarez, que había ordenado promover a quinto año a una niña del colegio Santa María luego de que su maestra decidiera su repetición. Álvarez había argumentado que de repetir el año, la niña de nueve años sufriría un “daño inminente”. Para el tribunal no existió ilegitimidad manifiesta del colegio.

    Los ministros Lilián Bendahan, Eduardo Cavalli y Álvaro Messere destacan que la institución siguió el desarrollo de la educación de esa alumna afectada de distrofia, que le ha generado dificultades de aprendizaje. Para mejorar recibió apoyo de la institución que actuó, dicen, con discriminación positiva.

    El fallo dice que no es un juez quien debe decidir sobre ese asunto, porque “existe legislación específica y mecanismos administrativos dentro de la ANEP para cuestionar fallos docentes y deben ser estas autoridades quienes decidan si la resolución fue acertada o no”. Opina además que repetir un curso puede provocar una reacción negativa, pero que más tarde puede resultar positivo para el alumno.

    Una aclaración inicial del fallo ilumina desde otro punto de vista. Desde la enseñanza se pretendió establecer que los jueces no son competentes para intervenir en asuntos educativos. Los ministros desestiman que se haya producido una “judicialización de la educación”, como se argumentó. Cuando se requiere la intervención del Poder Judicial, salvo en casos especialmente exceptuados, los jueces tienen la obligación de actuar. Lo contrario sería denegación de justicia.

    Indiscutible.

    La potestad jurisdiccional es de los magistrados y nadie es ajeno al imperio de la ley. Argumentos emocionales, paternalistas o sindicales a veces pretenden ignorarlo.

    Ese debate, sin duda central, ocultó otro menor que refiere al uso abusivo del vocablo “presión”. En otra ocasión desde este espacio he comentado ese asunto genéricamente, pero vale abordarlo con más extensión. El uso del vocablo es cada vez más frecuente y algunos medios suelen recogerlo y proyectarlo. Dan por sentado que quien presiona lo hace abusivamente cuando no es así.

    Las primeras reacciones surgieron de la directora de Primaria, Irupé Buzzetti, y del consejero Héctor Florit. Cuestionaron la competencia del juez Álvarez para sentenciar. A esa ofensiva intensa se sumó el gremio de los maestros en defensa de la autonomía técnica. Todo dentro de la libertad de expresión, pese a pretender limitar la intervención de la Justicia.

    Como reacción irrumpió la Asociación de Magistrados del Uruguay (AMU). En un comunicado “A la opinión pública” el gremio de los jueces recordó la independencia judicial y calificó las reacciones desde la enseñanza de “corporativas”, como si su intervención no lo fuera.

    Recordó que los principios de Naciones Unidas expresan que los jueces resolverán con imparcialidad “sin influencias, alicientes, presiones, amenazas o intromisiones indebidas, sean directas o indirectas…”. Y sí. ¿De qué otra forma pueden resolver los jueces si no es con imparcialidad? El día que tengamos que preocuparnos por eso habrá que hacer las valijas.

    El abogado de los padres de la niña, Bruno Rivero, también recurrió al vocablo como respuesta a las autoridades de la enseñanza y al gremio de los maestros. Sus protestas “son una forma de presionar a la Justicia”, sostuvo. Una vez más la palabra es utilizada con ligereza. ¿Acaso supone el abogado que el tribunal decidió por los cuestionamientos públicos al fallo de primera instancia?

    Las presiones forman parte de la vida en sociedad desde que el mundo es mundo o, si lo prefiere, desde que la serpiente presionó a Eva para que comiera el fruto prohibido. Presionan los niños y adolescentes a sus padres para obtener determinadas cosas; presionan los padres a sus hijos para evitar que hagan otras; las parejas de enamorados se presionan entre sí; en las negociaciones salariales existe presión de ambos lados; presionan los militantes a los legisladores desde las barras del Palacio Legislativo; las huelgas son un claro instrumento de presión; las religiones presionan para que sus fieles cumplan sus reglas, porque de lo contrario serán sancionados; presionan los manifestantes en las calles, y también presionan los abogados en sus escritos de apelación ante los jueces.

    Todo eso es lícito siempre que no existan actos violentos o contrarios a la ley: esto es, presiones indebidas. Si damos por bueno que pueden existir presiones indebidas es porque también existen las presiones debidas. ¿O no?

    Sin embargo, parece ser publicitariamente más efectivo continuar con el uso arbitrario.

    Un original y reflexivo libro del escritor, docente y periodista español Alex Grijelmo, titulado La seducción de las palabras incursiona en esta cuestión. Dice que hay palabras con seducción positiva y otras con seducción negativa. Para el caso la seducción consiste en conducir el pensamiento de las personas o de persuadirlas para modificar su opinión para que adopten determinada actitud.1

    Algunas palabras seducen al receptor y lo inducen a error. Si trasladamos esto al terreno legal, cuando esa inducción es conscientemente se produce una estafa porque se manipula la realidad y se altera su percepción.

    ¿Cómo pretenden evitar las presiones quienes las cuestionan? ¿Quieren prohibir el derecho de huelga y las manifestaciones públicas? ¿Se debe sancionar a jueces y funcionarios judiciales que presionaron al gobierno para cobrar lo que les debía? ¿Hay que legislar para castigar a quien reclama en la calle por sus derechos? ¿Habrá que encerrar bajo llave a los niños que presionan a sus padres para que les compren el último modelo de PlayStation? ¿Es necesario prohibir el ingreso de público a las barras legislativas? ¿Habrá que eliminar las negociaciones por aumentos salariales o condiciones de trabajo? ¿Tal vez haya que eliminar las apelaciones que buscan cambiar fallos judiciales? Se puede seguir hasta el infinito.

    Está claro que la columna tiene el objetivo de presionar para reflexionar, pero es seguro que nada cambiará.

    1. Editorial Punto de Lectura, 2000.

    ?? La nena, el nene y la parentela