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    Manuel Oribe

    Sr. Director:

    Dr. Sanguinetti: “Episodio ejemplar de la ética colorada es también el de la crisis del 2002-2003, un testimonio de la voluntad de servir al fin superior del interés nacional, aun a costa de enormes sacrificios políticos y de decisiones que en tiempos normales no se hubieran adoptado” (pág. 40).

    En esta página, por dos veces menciona la “ética colorada”. Sería necesario hacer conocer la ética del Partido Nacional desde su propia génesis, a través de las acciones del presidente Manuel Oribe, tan mal tratado por el autor en varios pasajes de su libro. Al asumir la presidencia de la República, se encontró este con un Estado en condiciones deplorables por la pésima gestión de su antecesor, Rivera, heredando un caos administrativo de proporciones gigantescas, serias irregularidades y gravísimos problemas económicos y financieros.

    Los ingleses, cuya acción diplomática a favor de la independencia de las patrias americanas con respecto a España había resultado decisiva, procuraban afanosamente hacernos más y más dependientes de su poderosa economía. Para ello, ofrecieron otorgarle al Uruguay un empréstito a cambio de la firma de un tratado de navegación y comercio, igual al que ya habían concertado con Argentina, México, Venezuela y Colombia. Pero Oribe, a pesar de todos los apremios señalados, lo rechazó por lo nefasto que resultaría a los intereses nacionales.

    Brasil, aprovechando la situación en que quedaba Uruguay, luego de negarse a la “ayuda” inglesa, se lanzó al ataque por medio de su Cancillería e insinuó auxilios desde Río de Janeiro. El imperio buscaba resolver el problema que le generaban “los farrapos”, cuyas rebeliones tenían como escenario nuestras fronteras. Para ello, deseaba asegurarse la neutralidad del gobierno oriental en el conflicto y fortalecer su acción contra los revolucionarios concertando con este un tratado de alianza militar y de extradición, además de ofrecerle una cuantiosa suma de dinero. Tenía como contrapartida la ratificación de los límites, es decir, reconocer la soberanía brasileña sobre las Misiones Orientales.

    Oribe es terminante en sus instrucciones a su canciller Carlos Gerónimo Villademoros (enviado extraordinario y plenipotenciario ante la Corte de Río de Janeiro): “(…) ninguna indemnización pecuniaria sería capaz de compensar lo que perdería la República perdiendo sus antiguos límites y el engrandecimiento a que debe esperar con la posesión de ellos, mayormente cuando mira limitada su creciente prosperidad a los estrechos contornos que la rodean (…)” (Pelfort, Ideas socio-económicas de M. Oribe). El presidente exigía, previo a cualquier entendimiento, el reconocimiento del Tratado de San Ildefonso celebrado en 1777 entre España y Portugal. Se trataba de la aplicación del artículo 9º de las Instrucciones de Artigas de 1813. Ante las indecisiones y evasivas de la Cancillería brasileña, Villademoros no vaciló: “Si la República Oriental pidiese a Brasil algo que a este pertenece (…), pudiera ser objeto de deliberación; mas cuando le exige que se le devuelva lo que por un tratado es de su propiedad y que está como tal reconocido, no puede comprenderse por qué encuentra esa resistencia”. Y agrega: “(…) ningún tratado celebraría la República Oriental; así el tratado de extradición de delincuentes que debía celebrarse separadamente” (Eduardo Acevedo, Anales históricos, cit. Pelfort).

    Lamentablemente, se produjo lo que era inminente. El 12 de octubre de 1837, Rivera, apoyado por unitarios argentinos y riograndenses, invadió el país acompañado de los generales Juan Lavalle y Enrique Martínez, con una importante fuerza y bien pertrechado. Era la segunda revuelta del caudillo colorado y sus amigos, tras su derrota en Carpintería. El 22 vence a Oribe en Yucutujá (depto. de Artigas).

    La misión Villademoros a raíz de estos sucesos quedó obstaculizada, hecho que favoreció a los norteños, que quedaron con los territorios usurpados y con buenas perspectivas para ampliarlos. Ante las tensiones en aumento en las relaciones de ambos gobiernos, en 1838 Oribe decidió el retorno del canciller. Estábamos ante un presidente de cuño artiguista, que no vendió “el rico patrimonio de los orientales” a pesar de las extremas necesidades de dinero y el acoso revolucionario.

    Los acontecimientos se fueron precipitando rápidamente contra su gobierno, que al tiempo que se defendía con uñas y dientes seguía su febril actividad a favor de la educación, la previsión social, la salubridad, las industrias y la defensa de los esclavos (con disposiciones anticipatorias de la ley promulgada en la Guerra Grande). El 15 de junio, las fuerzas legales al mando del general Ignacio Oribe (hermano del presidente) fueron derrotadas por Rivera en Palmar (norte del depto. de Río Negro). Además, los vencedores firmaron con el gobernador de Río Grande, José de Mattos, el Tratado de Cangüe (21/8/1838), por el cual aquel se aseguraba la presidencia prácticamente vitalicia del Uruguay, ¡algo inconcebible! Un par de meses después, se sumaron a los riveristas, unitarios y riograndenses, la poderosísima escuadra y las fuerzas de desembarco francesas. La cuádruple coalición dio por tierra con el gobierno de Oribe, entronizando a Rivera como dictador, siendo este el primer golpe de Estado de nuestra historia desde la instauración constitucional.

    Ya durante la Guerra Grande, Oribe, que jamás violaría ninguna disposición legal, habilitó un par de puertos sobre la laguna Merín, cuyas aguas, de acuerdo al artículo 3º del Tratado de San Ildefonso, eran comunes con nuestros vecinos. Desde Montevideo, El Comercio del Plata, propiedad del inglés Lafone, y dirigido por el porteño unitario Florencio Varela, puso “el grito en el cielo”, negando el derecho de los orientales a esas aguas. ¡Admirable cipayismo!

    Brasil, además de chocar con la firme e incorruptible postura de Oribe en relación a los territorios ocupados, como corolario, y de acuerdo a la ley abolicionista sancionada por el dignísimo presidente (octubre de 1846), perdió brazos útiles y gratuitos, ya que los esclavos que lograban llegar al Uruguay encontraban la protección total de este, especialmente a través de sus comandantes de frontera. Era demasiado para que el imperio lo soportase.

    Finalmente, en octubre de 1851, cayó el heroico Gobierno del Cerrito. Oribe acordó con Urquiza (exfederal, súbito aliado del Brasil) el 7, y al día siguiente el Gobierno de la Defensa cambió la letra a su antojo. El 12, Andrés Lamas firmó en Río de Janeiro cinco tratados humillantes para nuestro país, entre ellos, la cesión definitiva de nuestras Misiones Orientales. Se cumplía así con el viejo anhelo brasileño y sus correvediles montevideanos.

    No cabe la más mínima duda de que Oribe, cuando tomaba medidas de tal calibre como las expuestas, era consciente de que enfrentaba a poderosísimos intereses nacionales —aun a algunos de sus propios partidarios— y extranjeros, y que su caída, tarde o temprano, inexorablemente se iba a producir. Podemos afirmar, sin vacilaciones, que al igual que el Protector de los Pueblos Libres, fue un esclavo de su grandeza. Aquí hay un total desinterés personal en beneficio de la patria, y ética. Es el nacionalismo oriental.

    Raúl Marfetán Benítez

    CI 1.274.005-6