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    Más de mil metros cuadrados destinados al arte

    Engelman-Ost: la enorme colección privada se exhibe en el Centro de Montevideo

    Clara Ost no puede decir con exactitud cuántas obras tiene la colección que alberga en la vieja casona de Rondeau y Mercedes. Calcula de memoria y dice que hay unos 60 artistas representados, pero que esa cifra tampoco es precisa. “Ya no los cuento, por más que llevamos un registro. No quiero que sea como un álbum de figuritas para decir ‘me falta esta’ o ‘tengo la sellada’”, le explica a Búsqueda.

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    Con su esposo Carlos Engelman comenzaron a comprar obras hace más de 50 años y hoy tienen la mayor colección privada de arte contemporáneo uruguayo que se exhibe al público. Ost recuerda muy bien cuál fue su primera adquisición y dónde la encontró: “Fue en 1963 en una feria de arte organizada por el diario El País en la plaza Libertad. Había obras de artistas que ahora son muy reconocidos, pero no lo eran en aquel tiempo. Allí compramos una pequeña escultura de María Freire”.

    Con esa artista de las figuras geométricas comenzó todo. Freire había sido su profesora de Historia del Arte en preparatorios de Arquitectura y con ella nació, además de su atracción por el arte, una amistad que mantuvo durante años y el inicio de su carrera de coleccionista. Aunque a Ost la palabra “coleccionista” no es la que más le gusta para definirse. 

    “¿Qué significa tener una colección?”, se pregunta. “Nuestro criterio fue evolucionando con el tiempo. Fuimos creciendo no solo en años, sino en objetivos. La primera sorprendida fui yo cuando María Luisa Torrens (crítica de arte fallecida en 2013), me dijo que yo era una coleccionista. En realidad, me fui quedando con obras que me eran afines, que representaban mis vivencias y mis creencias. Si eso es coleccionismo, entonces con Carlos integramos ese grupo”. 

    En Uruguay hay otras colecciones privadas importantes, pero no se abren al público. “Nosotros somos personas arriesgadas. Carlos es científico e introdujo muchas técnicas que se hicieron por primera vez en Uruguay en el campo de la neurofisiología clínica, sin medir si iba a haber una ganancia después de una inversión cuantiosa en equipos. La misma actitud tenemos cuando seleccionamos y adquirimos obras. No medimos si nos van a proporcionar un bienestar económico futuro”. 

    En el origen, una clínica

    La casa de la calle Rondeau tiene cuatro niveles y 1.600 metros cuadrados, además de muchos vericuetos. En todas las paredes, en las escaleras y en los rincones hay obras de arte. Nadie se imagina desde la calle el mundo que existe detrás de la puerta de esa casa de 1840.

    En su origen, en la planta baja funcionaba una clínica de neurofisiología del doctor Engelman, a quien acompañaba Ost con trabajos técnicos y de gerenciamiento. Paralelamente, fue desarrollando su amor por el arte, que siempre le había interesado. Cuando iba a congresos en el exterior, se escapaba a visitar museos y galerías. 

    El primer reciclaje lo hicieron en la planta baja, y al cesar las actividades de la clínica la unieron con la planta alta en un segundo reciclaje que finalizó en 1994. Ost afirma que fue una unión visual, conceptual y funcional, para albergar la colección que a esa altura ya era importante y seguía creciendo. 

    Pero allá por los años 60, las obras estaban en el apartamento del matrimonio. Después se mudaron a una casa que se fue llenando de arte. “Teníamos una escultura de Hugo Nantes en el jardín y los niños del barrio le cantaban. Hacían ronda como si fuera una bruja medieval. Muchas veces me preguntaban cómo hacía para convivir en mi casa con ese tipo de obras. Yo les decía que a veces es más fácil dialogar con las obras que con alguna gente en la calle”.

    El crecimiento de la colección implicó mucho estudio y visitas a los talleres, porque la pareja siempre les compró directamente a los artistas. “La compra resulta del diálogo en el taller. Si veíamos que lo que nos decía el artista era auténtico y que su obra también lo era, entonces despertaba nuestro interés para seguir investigando. Así hicimos un seguimiento desde las primeras etapas de muchos artistas hasta las más recientes, porque los seguimos hasta hoy”. 

    Esta modalidad de compra los llevó a concentrar su interés en el arte contemporáneo de diferentes épocas, y a entablar amistad con varios de los artistas. Lo extraño, o no, es que Ost nunca quiso ser creadora. Ella habla de su preparación intelectual y también sensible, y vuelve a hablar del diálogo con las obras: “Cada vez que me detengo frente a una, encuentro una nueva relación porque me propone algo nuevo”.

    Un recorrido largo

    Si se quiere visitar la colección Engelman-Ost hay que ir con tiempo para abarcar las decenas de esculturas, de grandes instalaciones, de cuadros y fotografías. La colección exhibe un arte rupturista que refleja diferentes situaciones del país y de sus artistas. “No queremos simplemente mostrar las obras, sino que haya un hilo conductor. Que la persona que entra sepa cuáles son las preocupaciones de los artistas, por qué se expresan de esta manera”. 

    Las gigantes esculturas de metal y desechos de Nantes (1933-2009) reciben al visitante y se le aparecen cada tanto en el recorrido. Son brujas o figuras esperpénticas de narices prominentes o truncadas, solitarias o en grupo.

    Hugo Longa (1936-1990) es uno de los artistas con más obra en la colección. Algunos de sus cuadros son de la década de los 60 o principios de los 70, cuando la preocupación del artista era la guerra. Allí están sus collages de rostros doloridos o la serie Los testimonios de Auschwitz, pero también su obra más cercana, posdictadura, colorida, algo furiosa y agresiva, con seres de ojos grandes y expresivos.  

    Con estos artistas conviven otros de diferentes épocas y trayectorias, como Fernando López Lage, José Pedro Costigliolo, Lacy Duarte, Rimer Cardillo, Octavio Podestá, Ernesto Vila, Carlos Seveso, Jaqueline Lacasa, Eduardo Cardozo, Marcelo Legrand, Javier Abreu, Dany Umpi o Juan Burgos. Entre ellos está Águeda Dicancro, la artista que murió el jueves 15 a los 81 años (ver recuadro).

    Para Ost, todo arte es conceptual porque hay un concepto subyacente que hay que saber expresar. “Cuando encuentro la obra que sabe expresarlo es como si me llamara”. Ella ha visto mucho arte en bienales, museos y galerías del mundo. Recién regresó de visitar a su hija en Nueva York, donde vio la Bienal de Whitney, destinada al arte joven de la ciudad. 

    “Los artistas uruguayos están muy informados y son muy buenos. Pueden exponer en cualquier parte del mundo. Cuando vienen del exterior a visitar el espacio, se extrañan de que siendo un país tan chico tenga artistas de tal calibre y de tal volumen de obras”.  

    Las últimas adquisiciones fueron obras de Sebastián Sáez y de Margaret White. “Las compramos al unísono. Nos fuimos de viaje y la terminamos de instalar y de pagar a la vuelta. Muchas veces compramos en cuotas. Pero somos conocidos y nos tienen confianza”. 

    Cuando aún estaba abierta la clínica, los viernes organizaban conferencias sobre arte con un invitado. Pero un día un artista de la colección les pidió el lugar para hacer una exposición. “Ahí arrancamos. Hubo momentos de gran actividad y cada 15 días teníamos una muestra, a veces organizadas con Embajadas”.

    Cuando aparecieron otros lugares, como el Centro Cultural de España o el Espacio de Arte Contemporáneo, el matrimonio fue abriendo menos la casa, pero sigue dando el espacio a artistas emergentes para que expongan. Ahora abren mientras duran estas muestras o a pedido de interesados.

    El mantenimiento de la colección es permanente y hasta el momento ninguna obra necesitó restauración. “Una vez, a una escultura de Nantes se le cayó una caravana y algún otro alambre y le pregunté si había que restaurarla. Me dijo que no, que la dejara así, que las obras son como las personas, que envejecen y se deterioran. Hay que mantenerles sus arrugas”.