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    Memorias de cine

    Sr. Director:

    Serghéi Eisenstein: un creador monumental. Un pasado montevideano tan plácido como las penillanuras del país y las ciudades apacibles de la capital y el campo, hechas de casas bajas y barriadas mayormente tranquilas, sacudidas ocasionalmente los fines de semana, por los triunfos futbolísticas, prestaban adecuado marco para un público estudiantil, del que yo formaba parte, en los albores de los años 60, aprestándome a continuar la asistencia en mis “cursos de vida”, que consistían en seguir yendo a ver cine, aunque ahora en otros circuitos; ellos eran: Cine Universitario, Cine Club, después vendría Cinemateca, lugares donde los rituales paganos permitidos fueron segundos y terceros actos de mi educación sentimental.

    Y ella consistía en la concurrencia no solo al régimen continuado de las salas de estreno del Centro, sino también a formar parte de un público silencioso, respetuoso, que se aprestaba a ver un cine minoritario, complejo y muy rico en nuevo estilo, lírico y crudo en sus historias de poder, de intrigas de corte, de fuego y de sangre, si pensamos en los filmes de Serghéi Eisenstein (1898-1948, n. en Riga, Letonia) o en filmes largos, franceses, italianos, polacos, y otros filmes soviéticos también impregnados de esplendorosas novedades, sobre todo los últimos que venían de la mano de teóricos del cine de la URSS: Lev Kuleshov, autor de un libro sobre el montaje, y realizadores como Vsevolod Pudovkin (La madre, 1926), Dziga Vertov innovador en el uso de la cámara, llamada en francés càmera-stylo. Y, presidiendo ese cúmulo de realizadores, resplandecía “el muchacho de Riga”, el gran Serghéi Eisenstein, judío, creador del montaje-shock, gran caricaturista y dibujante de cómics en su niñez y adolescencia, bocetista y dibujante de las secuencias de casi todos sus filmes, fieles testimonios de su facundia creadora. Alguno de nosotros había oído y lo contó: que Serghéi había declarado que él podría trasponer El capital, de Karl Marx, a su magistral estilo de cine, alusivo, monumental, donde reinaba el corte, el montaje-shock, y las tomas majestuosas de vastas planicies y distantes horizontes de la gran Rusia, y contra este fondo resaltaban las siluetas de impresionantes monarcas, liberador como Alejandro Nevsky o zar unificador como Iván, conocido como el Terrible. Eisenstein también perseguía, como Wagner, el sueño de la “obra completa”, aquella suma total con la que el creador sueña, así Serghéi incursionó en el teatro, en la ópera, se animó con La Walkiria de Wagner, el resultado fue fallido, pero el cine era lo que lo atraía más y daría respuesta a su inquietud. Serghéi era tímido, abstraído, solitario, estudioso, el fracaso y consiguiente divorcio de sus padres fue un real traumatismo que operó de modo inolvidable en su temperamento sensible; intentó hacer estudios de ingeniería, pero pronto se le reveló su vocación cinematográfica certera, ya en su juventud, y el éxito lo empezaría a acompañar con su primera realización en 1925, El acorazado Potemkin, en la que pudo plasmar sus ideas sobre el montaje, el ritmo, el protagonismo de las masas, que hacían pendant con el inédito experimento social que se llevaba a cabo en la Unión Soviética. Son inolvidables los cañones apuntando amenazadores a fastuosas residencias con imponentes esculturas que pronto habrían de caer derrocadas por los implacables y certeros cañonazos, dirigidos contra ellas, con pericia y con justicia. Las retinas no olvidan el descenso regimentado de los fusileros en la escalinata de Odessa, apuntando y tirando sobre la multitud; y, contrastando, los rostros aterrados, filmados aisladamente, o una bota pisando un cuerpo o un carrito de niño, librado a su suerte y bajando en inaudible trepidar los escalones, escena que mereció el homenaje de Brian de Palma, en Los intocables. El protagonismo en los dibujos era tomado por el grafo del realizador, captando los rasgos familiares de rostros de seres queridos y odiados, imponentes, majestuosos, impositivos, inspirados en sus propios padres o en maestros, directores que influyeron en su temprana juventud, y ese tono grotesco y cruel de sus caricaturas, tomados de la Comedia del Arte italiana, se nutría, y empezó a forjar un estilo, una forma, un ritmo, un tono elegíaco, hecho de herramienta y mensajes monumentales y universalistas, que tejían su trama más con las imágenes que con las letras: los campos de la intriga y de la guerra, a favor de las masas desposeídas, ya fueran los débiles contra los poderosos, cifra del film sobre El acorazado, como los filmes que siguieron: La Huelga (1925, relato del levantamiento obrero en una fábrica), Octubre(1926), que reproducía el levantamiento y toma del Palacio de Invierno. Reconocido y hasta venerado por el régimen, en ese entonces, Eisenstein fue merecedor del Premio Stalin, luego el Premio Lenin. Vinieron otros filmes en que se acentuaba otro protagonismo, no el de las masas, sino el de los nuevos héroes, los campesinos y sus sueños y a esa acción; Eisenstein rindió homenaje con aquel hermoso film La línea general o Lo viejo y lo nuevo(1929), donde el entorno era más apacible, el paisaje era otro, aparecía un vehículo con la marca Ford bien visible en el capot del tractor, era el sueño nuevo de la nueva realidad, plasmada en el sueño de una campesina con rasgos faciales de indesmentible alegría en plácido dormir, acompañado de imágenes oníricas, donde se enfocaban gigantescos tachos de leche que se alineaban en forma masiva, esplendorosa, abundante. (Tan fue esto así que productores suizos buscaron a Eisenstein para realizar un film publicitario sobre la producción láctea). Le tocó el turno al homenaje debido a Iván, el actor Nikolai Cherkasov jugaba el lugar magno y feroz de Iván el terrible(1944, parte 1) y lo reafirmaba el gran actor al proferir con dureza su parlamento: Seré terrible, de aquel príncipe unificador de Rusia, que tuvo luego que librarse de los intrigantes que anhelaban su poder en Iván el terrible (parte 2, La conspiración de los boyardos,1958). A Eisenstein no le era ajeno el cine de este lado occidental y viajó a Francia, a Londres, hasta encallar al fin en Hollywood. Sus amistades en Occidente eran su admirado David W. Griffith (quien se hacía enérgicas autocríticas por lo que había filmado), Joseph von Sternberg, grande, siempre como disminuido en su ser, pero gran realizador junto con Marlene Dietrich, quizá su actriz preferida; y otros nombres que saltan a la memoria son los de Charles Chaplin, Douglas Fairbanks y Mary Pickford (fue célebre su film Los peligros de Paulina, y de este trío actoral surgiría la compañía Artistas Unidos para dar batalla a los magnates de la producción hollywoodense en la interminable y permanente lucha entre el entretenimiento y el llamado a un pensamiento estético y social, que no cediera en su acopio de granulado civilizatorio). Justamente esto abundaba en la inspiración fecunda de Eisenstein, su talento se volcaba en maravillas, nada le era indiferente, se interesó por Freud, él tenía en el trasfondo de su ser una opresora conflictividad sexual, seguramente eso hizo que conociera a Freud, a Einstein, al escritor norteamericano Upton Sinclair, de predicamento anticapitalista, pero que fue principal hacedor en contribuir a la destrucción de una segura obra maestra que llevaría por título Que viva México(1979). Interrumpido este proceso, el soberbio material filmado pintaba el folklore de México, la lucha de los campesinos que corrían la suerte de ser apresados y enterrados vivos en el desierto por los grandes hacendados torturadores y asesinos, dejando solo sus cabezas al sol para que los galopes de los caballos partieran en recurrentes cabalgatas sobre los cráneos de aquellos desgraciados. Mary Seaton montó los restos de celuloide que quedaron del frustrado proyecto y que nutrieron hasta filmes de Tarzán, y aún persiste la hermosura en el rescate operado por la Seaton en los pedazos sobrantes de Que viva México.

    El realizador construye su estatua de creador con sus imágenes espléndidas, sus magnas historias, plenas de hermosa poesía de sesgo épico, siempre con su fotógrafo fiel Edouard Tisse, haciendo filmes que trascienden al régimen, se elevan en grandiosidad, lirismo, monumentalismo.

    Eisenstein ha sido un hito inmortal del cine, con el tema del protagonismo colectivo de las masas, bajo su mano y su talento o su atención a las grandes personalidades rusas, un realizador que no temía mostrar las imágenes más crueles, un caballo colgando de un puente, en Octubre la matanza en las escalinatas de Odessa, la batalla contra los invasores teutónicos de tenebrosa apariencia con aquellos cascos ranurados y sus envolturas en capas mortíferas y blancas, marcadas por cruces, en Alejandro Nevsky (1938).Luego del fracaso del film sobre México, la estrella de Serghéi empezó a declinar. Eisenstein fue amigo del poeta Maiakovski, a quien el régimen no lo dejó pasar, primero fue la censura, luego advinó la muerte. Serghéi fue amigo del músico Prokofiev, que le puso una música hermosa a Alejandro Nevsky, y esa complicidad de imagen, montaje, ritmo, música, se enriquecería pronto con el color. No tuvo suerte con su último film El prado de Bezhtin (1937), que corrió la suerte de la censura del régimen.

    Serghéi Eisenstein murió oscuramente dando clases de cine, en Moscú, en 1948, conviviendo pacíficamente con un régimen al que elevó en el arte del cine como nadie, y él fue proclamado universalmente como un maestro insigne junto con sus admirados Griffith y Chaplin.

    Juan Carlos Capo