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    Mi ciudad no es su ciudad

    Hace tiempo viví en Europa. A mi regreso, los uruguayos me atormentaban con el tremendo coro: “¿Por qué te volviste?”. Para la mayoría de mis conocidos, no podía haber peor lugar para vivir que este.

    Y encima tuve el propósito de vivir en la Ciudad Vieja. Otra vez el coro criollo: “¡La Ciudad Vieja! ¡Qué miedo!”.

    En estos veinte años he visto a mi barrio mejorar a ritmo de CUTCSA en hora pico: muy lentamente. Se han ocupado baldíos con misteriosas oficinas de lujo en alquiler, se han instalado embajadas y centros culturales, se han reciclado edificios, se han pintado fachadas. Pero mi bello barrio continúa con un sinnúmero de fincas tapiadas. ¿Quiénes son sus propietarios?

    El rumor de que se penalizará a las casas desocupadas es una leyenda urbana perlada de fantasmas. Nadie fiscaliza, nadie cumple.

    Un domingo en mi barrio es francamente triste. Sin oficinistas, bancarios y turistas, se advierte su vacío desolador. Todo cerrado. Nadie vive allí.

    Y en esas mismas manzanas, sin embargo, todo se originó; de aquí venimos los uruguayos. La ciudad y su puerto, la ciudad y su historia, la ciudad y sus templos… sola.

    Con cámaras de seguridad, sí, pero víctima del desamor de los gobernantes.

    Ahora escucho políticos compungidos porque no se construirá el elefantiásico Antel Arena, “algo que necesita la ciudad”. ¿Cuál ciudad? Hace tanto tiempo que los políticos viven en fincas modernas de Pocitos, Carrasco o Malvín, hace tanto tiempo que van en auto, a menudo con chofer, que ya no conocen la ciudad. Entonces creen que le hace falta un escenario adecuado para los grupos de rock y grandes espectáculos.

    Un grupo de arquitectos, en estos mismos días en que se le dijo que no al megalómano proyecto del Antel Arena, relevó 3.500 fincas tapiadas, desocupadas, abandonadas, en el Centro, Ciudad Vieja, Aguada: los barrios que podrían ser más bellos, más vitales, con más densidad de población, se vienen abajo.

    Curiosamente, en cambio, preciosas e impecables casonas art-nouveau en esquinas de Palermo se trituran para levantar mediocres edificios de diez pisos. Pero en cambio la estación de AFE, la vieja Facultad de Humanidades… y cuadras enteras de 25 de Mayo se perpetúan ruinosas y doloridas, en sueño de muerte, e incluso los turistas las fotografían asombrados.

    Los noticieros uruguayos son pobretones y tienden a repetir tres o cuatro títulos. El estribillo de que la ciudad necesita un Antel Arena me atormentó.

    Los barrios históricos, donde la memoria y la cultura están adheridas a cada baldosa, a cada grueso ladrillo, donde cada metro cuadrado tiene marcado el trabajo de todos los tatarabuelos que fueron urbanistas, carpinteros, albañiles, hábiles técnicos que pusieron cables, cañerías, desagües, veredas, son el corazón de una ciudad que necesita seres humanos viviendo.

    Nada de elefante blanco. Quiero tener vecinos en casas dignas, quiero que los liceos del Centro se llenen de chiquilines, quiero que los espantosos ómnibus a la periferia se sustituyan por ciclovías.