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Como escribió Juceca, agarró y se murió. Hasta hace menos de un mes estuvo en plena actividad. La foto que ilustra esta nota es de marzo, en un recital en el Centro Cultural Artesano. Ese mes recibió, junto a su colega y compañero de ruta Julio Cobelli, la distinción de Ciudadano Ilustre de Montevideo. En junio volvió a actuar con Cobelli en la reapertura (tras una breve refacción) de la Sala Zitarrosa, quizá el escenario que más pisó en su vida. Allí mismo volvió el 21 de agosto, en un recital junto al argentino Juan Falú. Nadie sospechaba que ese era su último concierto. Ni él. En un par de semanas se lo llevó un linfoma, apenas diagnosticado pocos días antes de su muerte.
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La noticia, por demás inesperada, de la muerte de Eduardo Toto Méndez, a los 71 años, en la mañana del sábado 3, generó una profunda tristeza en el medio artístico. La partida de este notable músico uruguayo es una auténtica gran pérdida. Porque formó parte de ese reducido grupo de guitarristas que moldearon una estética identitaria y un sonido icónico en la música uruguaya. Y porque aún tenía muchas notas por tocar. Junto con colegas como Cobelli y Silvio Ortega, y desde esa gran plataforma consagratoria para cualquier guitarrista uruguayo que fue haber sido miembro estable del conjunto de Alfredo Zitarrosa, Toto Méndez cimentó una sólida carrera como sesionista que lo llevó a tocar en varios conjuntos y en decenas de proyectos ajenos. Con ellos, contribuyó a imprimir un sello sonoro inconfundible, tan asociado al patrimonio musical uruguayo como el sonido de una lonja de tambor en un candombe o la bordona de un redoblante en una marcha camión. También, aunque en menor medida, transitó su camino como creador solista. En ella se destaca Y no entendieron nada (Ayuí, 2007, Graffiti al mejor disco instrumental), firmado como Toto Méndez y Sus Compadres, una obra con una docena de piezas propias y ajenas, en la que desempeña todos los roles que ejerció en su carrera: compositor, intérprete, arreglador, productor y director musical.
Como el Bocha Benavídez, Eduardo Darnauchans, Circe Maia y Numa Moraes, por citar solo algunos, este hombre de físico menudo, que solía usar anteojos de gran aumento, y que mantuvo siempre su melena cana atada detrás de la nuca, había nacido en Tacuarembó en 1951. A los siete años ya tocaba la guitarra de su padre, un guitarrista aficionado que gustaba interpretar tangos y milongas, géneros que aprendió en forma autodidacta, mirando y copiando a su papá y a los amigos. En una entrevista con Búsqueda, en julio de 2008, que tuvo lugar en su apartamento de Charrúa y Coronel Alegre, contó que a los 10 años, una noche pidió “la volada” en una peña familiar y sorprendió a propios y extraños al acompañar como se debe a un guitarrero veterano. El primer agradecimiento que figura en el librillo del mencionado disco solista es a su padre, “por sus milongas”. Así recordó su instante iniciático: “Mi padre era muy meticuloso para tocar sus cositas. Desde muy pequeño yo le miraba los dedos cuando tocaba. Después subía a escondidas a lo alto del ropero, donde guardaba la guitarra y la bajaba para imitar las posturas de las manos que le observaba. Una noche estaba en casa con unos amigos, se puso a tocar una canción y me asomé. El viejo se sorprendió y me preguntó: ‘¿Y usted sabe tocar la guitarra?’. Le contesté que sí y volvió a preguntarme: ‘¿Y de dónde aprendió?’. ‘De usted’, le respondí. Se quedó duro”.
Otra generosa fuente de formación, como la de tantos guitarristas uruguayos, fue su hábito de escuchar radios argentinas de madrugada, cuando se oían mejor. Así aprendió a tocar temas de Atahualpa Yupanqui, Eduardo Falú, los Cantores de Salavina y Jaime y Julia Elena Dávalos. En paralelo, recibió la fuerte influencia de pesos pesados del folclore local como Osiris Rodríguez Castillo, Aníbal Sampayo, Los Olimareños, Amalia de la Vega, José Carbajal y, por supuesto, Zitarrosa y sus guitarristas, con Hilario Pérez y Yamandú Palacios al frente.
Su primera actividad profesional fue en el tango. “Siempre me encantó el tango tocado con guitarra y también me gustaba mucho el bandoneón de Troilo. Un día descubrí Troilo y Grela (el mítico disco del bandoneonista con el guitarrista Roberto Grela), luego escuché Las cuerdas de mi guitarra, de Grela y su conjunto de guitarras. ¡El tipo la reventaba! Acá ya estaba Mario Núñez. ¡Y el tipo la reventaba!”.
Méndez vio a Zitarrosa por primera vez en 1970 en el cine Rex de Tacuarembó. “Fue un impacto muy fuerte, por él y por Hilario Pérez y Yamandú Palacios, sus guitarristas en esa noche. Lo felicité y no me animé a decirle más nada. En 1984, cuando regresó del exilio, le propusieron que yo integrara su grupo, él me vio, aceptó, y allí empezó este camino”. Méndez comenzó a acompañar al cantor en uno de sus primeros recitales tras su retorno, en el estadio Luis Franzini. Esa foto lo acompañó siempre en sus vitrinas. Fue uno de sus guitarristas titulares durante sus últimos cinco años de vida (hasta enero de 1989). Fue Zitarrosa quien empezó a animarlo para que comenzara a componer. “Alfredo siempre me decía que cada vez que yo creaba un arreglo para un tema, estaba componiendo, pero yo no lo entendía del todo. Yo siempre hacía una misma frase para afinar la guitarra. Un día él me lo propuso porque había intuido que yo podía componer”.
Luego, junto con Carlos Morales, Silvio Ortega y Marcel Chaves, formó el Cuarteto Zitarrosa, que grabó solo un disco, el notable Milonga igual, producido por Jorge Nasser y publicado por BMG en 1995. Debido a cuestiones legales, el grupo cambió de nombre y de formación, y mutó en proyectos con similar identidad sonora como El Cuarteto y Guitarras del Uruguay.
En su obra, Méndez versionó en forma instrumental varias canciones de Zitarrosa. Así describió el desafío de sustituir ese tremendo vozarrón con su púa pellizcando las cuerdas de nylon. “La mayor dificultad para mí era saber si tenía la capacidad de suplir el sonido más primitivo, que es la voz de Zitarrosa. Si podía compensar la ausencia de su voz y lograr que el escucha tararee la letra en su interior. Creo que lo logré”. A través del tiempo, en los proyectos individuales y colectivos que emprendió, siempre lo guio el mismo objetivo: “Recuperar los ritmos y estilos autóctonos del Uruguay; retomar la investigación en las diferencias regionales que tienen géneros como la milonga, la chamarrita, la zamba y el gato”.
Entre las múltiples colaboraciones de Méndez se destaca el nombre de Jorge Nasser, con quien grabó en varios discos de su viraje a la milonga-pop y fue un puntal en vivo. En el “Hasta siempre, Totito querido”, que le dedicó en sus redes se concentra el cariño y la devoción que le profesó el líder de Níquel. También colaboró, entre otros, con La Vela Puerca, Jorge Trasante, Gustavo Cordera y Roberto Darvin, a quien siempre reconoció como su maestro en el toque de candombe, y a quien idolatraba llamándolo “máster de los máster”.
La congoja generalizada de sus compañeros de ruta se puede resumir en el párrafo que le dedicó el sonidista y productor Luis Restuccia: “Te perdimos compadre Toto Méndez. Es tan fuerte que no sé cómo expresar mi dolor. Muy repentino, Toto. Pero dejaste tanto en mi vida y en la de otros... Nos dejaste tu enorme música, tu compromiso con el arte digno y genuino, ¡tu sabiduría! Es la ley de la vida, pero cómo me cuesta esta vez, carajo”.