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    Moderado pesimismo

    N° 1958 - 22 al 28 de Febrero de 2018

    Esta semana se conoció el dato del Índice de Confianza del Consumidor (ICC) elaborado por la Universidad Católica para enero, que mostró un valor de 47,8, nivel similar al de diciembre de 2017 (48) y algo menor al de enero de 2017 (49,1). De esta forma, el ICC se mantuvo en la zona de “moderado pesimismo” en la que básicamente se ha ubicado desde el segundo trimestre del año 2015, siendo el valor promedio del ICC del año 2017 (48,1), básicamente similar al del segundo semestre de 2016.

    Según el informe de la Cátedra Sura de Confianza Económica que elabora el ICC junto a la firma Equipos Consultores, el año 2017 fue el tercer año consecutivo en que el consumidor uruguayo se ubicó en la zona de “moderado pesimismo”, más allá de que el ICC mostró en promedio una mejora de 2,5 puntos respecto al año 2016 (cuando había alcanzado un nivel de 45,6), y una leve caída de 0,7 puntos respecto al promedio de 2015. La recuperación del ICC del año pasado estuvo liderada por una mayor “predisposición a la compra de bienes durables”, alentada por la baja del dólar, la reducción de la inflación y el aumento de los salarios reales, todo lo cual permitió una mejora de la “percepción sobre la situación económica personal actual”, aunque el deterioro de los indicadores de empleo y la pérdida de competitividad provocaron un deterioro en la perspectiva sobre la “situación económica del país”.

    Es interesante que a pesar de la mejora a escala global que ha tenido el crecimiento de la economía uruguaya a partir del segundo semestre de 2016, el ICC no haya podido abandonar la zona de “moderado pesimismo” en la que se ha ubicado desde el segundo trimestre de 2015, más allá de haberse recuperado algo desde los mínimos de abril-junio de 2016. Existen varios motivos para ello, que explican esta combinación de una ligera mejora de la situación actual que se neutraliza con un deterioro de las expectativas a futuro.

    En primer lugar, es claro que el deterioro del mercado laboral es un factor muy potente para generar preocupación entre los consumidores. Los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística mostraron que entre el cuarto trimestre de 2017 y el mismo período de 2014 se perdieron unos 41.700 puestos de trabajo. Aunque el salario real haya continuado creciendo, la situación de inseguridad laboral seguramente esté llevando lógicamente a muchos trabajadores —particularmente en el sector privado— a tener una visión mucho menos positiva respecto al futuro.

    En segundo lugar, la pérdida de competitividad y de rentabilidad que está generalizándose entre la mayoría de los sectores productivos, también es un factor que debe estar generando preocupación a los trabajadores-consumidores. Si a la empresa no le va bien, y no hay perspectivas de mejora, a la corta o a la larga eso va a impactar negativamente en el nivel de empleo y la cantidad de horas que se vaya a trabajar y, por ende, en el nivel de ingreso que podría obtener a futuro un trabajador-consumidor.

    En tercer lugar, la mejora a nivel del PBI global y la baja de la inflación tienen características que hacen que no sean muy sostenibles en el tiempo, y el país ya tiene experiencias relativamente recientes de que la historia no termina bien. El “boom de consumo” alentado por el atraso cambiario genera alegría a corto plazo, que después sale muy cara cuando haya que pagar la cuenta, especialmente cuando al mismo tiempo cae la inversión privada y el gasto público y déficit fiscal son altos. “Colgarnos” del “atraso cambiario” de Argentina ayudó a bajar la inflación y a que la economía volviera a crecer a partir de mediados de 2016, pero nadie en su sano juicio puede pensar que podremos seguir con estos precios relativos y los actuales niveles absolutos de precios, salarios y costos en dólares durante mucho tiempo más, especialmente si se confirma la tendencia a la suba de las tasas de interés internacionales que se viene dilatando desde hace varios años, y ello altera las todavía excepcionalmente favorables condiciones financieras internacionales.

    En cuarto lugar, parece evidente que el actual gobierno se ha limitado a cuidar el “investment grade” aplicando una seguidilla de “miniajustes fiscales” vía aumentos de impuestos y tarifas públicas, sin tomar ninguna medida que ayude a bajar el “costo país” y mejorar la rentabilidad y competitividad de la producción uruguaya. Eso se podría haber hecho por la vía de una mayor y mejor inserción internacional, una mayor inversión en infraestructura que reduzca los costos de transporte, mejorar la educación y la creación de capital humano y buscar mayor eficiencia y eficacia en la gestión del gasto público y en las empresas estatales, para permitir que en lugar de subir, bajen los impuestos y los costos de la energía, los combustibles y las comunicaciones. Nada de eso se hizo, por lo que no hay perspectivas de que las condiciones para trabajar y producir en Uruguay vayan a mejorar en el corto y mediano plazo.

    En definitiva, los factores para que continúe esta percepción de que la situación actual es relativamente favorable pero las perspectivas no lo son tanto, deberían mantenerse relativamente incambiadas a corto plazo, salvo una alteración súbita del contexto argentino, que luce cada vez más endeble y que debería ser una fuente adicional de preocupación. Objetivamente, sobran motivos para el “moderado pesimismo” de los consumidores, por más alegría y “boom” de venta de bienes durables que genere el dólar barato a corto plazo.

    ?? ¿Cambiará Macri a tiempo?