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“No me voy a morir en España, me voy a morir en México. Date prisa porque esta estuvo anoche por aquí y me está queriendo llevar”, le dijo Chavela Vargas a una amiga española pocos días antes de morir. Con 93 años y la salud ya muy complicada, había viajado a Madrid a despedirse del público que le había permitido renacer de sus cenizas en los años 90 y lograr su tardía consagración internacional. La cantante se había descompuesto el mismo día del concierto y de todos modos quiso actuar. “Chavela quería morir en el escenario, en Madrid, y casi lo logra”, comenta la mujer que integró su círculo íntimo de amistades españolas. Pocos días después, el 5 de agosto de 2012, la artista nacida en Costa Rica en 1919 como María Isabel Vargas Lizano murió en su casa de Cuernavaca, en México, el país al que viajó con 17 años y donde se transformó en una de las mayores leyendas de la historia de la música popular. Este es el último testimonio que aparece en Chavela (México-España-Estados Unidos, 2017), el documental dirigido por la australiana Catherine Gund y la estadounidense Daresha Kyi, en cartel en Cinemateca.
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La cinta muestra como desde el vamos su vozarrón se recortó en el panorama de la canción ranchera y acuñó un estilo muy personal, con su presencia sobria, vestida de pantalón, camisa y sin escote, acompañada apenas con una guitarra y con un estilo vocal que si bien desbordaba virtuosismo, también emulaba el carraspeo viril de un hombre ebrio. La palabra que más se escucha respecto de su canto es desgarrado, por lo que fue responsable de llevar un género menor, asociado a lo humorístico, a un estatus mayor. Vargas no tardó en generar controversia por su forma de vestir, su hábito de fumar y tomar, hasta entonces un territorio cien por ciento masculino.
Con abundante material de archivo, entrevistas inéditas y oportunos testimonios de amigos, allegados, exparejas y artistas influenciados por su música, este filme estrenado en 2017 y presentado en el Festival de Berlín se impone como un testimonio contundente sobre la vida de esta mujer, que se tuvo que abrir camino a los empujones en una de las sociedades más machistas del planeta. “Chavela construye su personalidad en un mundo muy macho, muy misógino, donde una lesbiana no tenía lugar. Para ser Chavela tenía que ser más fuerte, más macha y más borracha que cualquiera de los cantores que andaban por ahí (…) Todo el mundo sabía que era homosexual pero jamás lo dijo, porque eso no se decía, no era parte del código social. La sociedad mexicana es profundamente hipócrita: haz lo que quieras, pero que no se te note. Y si es en el escenario no importa que se te note porque ahí vale todo. Arriba del escenario sí, abajo no. Homosexual de adeveras no”, dice una de sus biógrafas. Y ahí aparece Chavela para reafirmarlo: “Si eres lesbiana, estás marginada. Punto. Vivimos en una sociedad patriarcal y entonces tienes que respetarlo. Y hacer que te respeten. No voy a andar exponiéndome, alguien como yo tiene que cuidar ciertas cosas”.
Ahí aparece también la Chavela contratada para cantar en el casamiento de Elizabeth Taylor; la que amanecía a la mañana siguiente en la cama con Ava Gardner; la bebedora a la que nadie le seguía el tranco; la compañera de parranda de José Alfredo Jiménez, su padrino artístico, con quien se quedaba tres días en los bares tomando tequila hasta que vaciaban todas las botellas y caían al suelo. La que andaba armada y llegó a protagonizar Westerns en la época de oro del cine mexicano. La que arrasó con todo lo que se cruzó en su camino, desde Frida Khalo a Pedro Almodóvar, y también la que era aplaudida a rabiar en las tabernas de medio México, pero recibía el desprecio sordo de los popes de la industria musical.
Pero también está la otra Vargas, la Chavela renacida luego de 12 años sin cantar, cuando buena parte de México la daba por muerta, la alcohólica que finalmente encara, vuelve a cantar rescatada por Liliana Felipe y Jesusa Rodríguez y, sin proponérselo, termina llenando teatros en toda Europa de la mano de Pedro Almodóvar. Todas esas vidas aparecen en esta película conmovedora, que pinta de cuerpo entero a una artista total, que más allá de gustos estéticos existe a cabalidad cuando está parada en el escenario.
Un momento clave del documental, que refuerza esta condición, es cuando luego de una dolorosa separación con la mujer que la rescató de la indigencia y que luego fue su pareja durante años, Chavela vuelve a cantar, y quienes estuvieron presentes cuentan que “lloró durante una hora mientras cantaba, y parecía que se iba curando con las canciones”. Ella misma describe, en otro pasaje, de qué se trata la verdad en escena: “No puedo andar ahí con un cartelón diciendo ‘Soy lesbiana’, eso es horrible, fíjate que no. Lo digo a mi manera, en un escenario. He abierto surcos, he abierto caminos, con mucho dolor, soportando muchas ofensas y desprecios”.
En apenas 93 minutos Chavela combina equilibrio, información y emoción. El centro gravitacional es una entrevista en video, registrada en 1991 por Gund —activista por los derechos de la comunidad LGTBQ— cuando Vargas tenía 71 años. Habla de todo y sin tapujos sobre qué era ser tratada de “lesbiana” en el México de los años 50 y de cómo fueron cambiando los tiempos y paulatinamente fue disminuyendo la discriminación, aunque nunca del todo (en otro reportaje cuenta la comodidad que sintió cuando llegó a España y allí recibió trato de heroína justamente por su manera de asumir su condición sexual). Esa entrevista tiene otra luz, pues luego de llegar a tener “el hígado hinchado como una papaya”, como cuenta su expareja, aquí está volviendo a ser una artista en pleno ejercicio y, por primera vez en su vida, abrazada a la sobriedad.
Poco después se precipitaría sobre ella el vertiginoso reconocimiento disparado por el interés que despertó en la comunidad artística española. Ese renacimiento cuenta con una mayor cantidad de material de archivo, registrado en España y Francia, y resultan particularmente emocionantes los testimonios de Pedro Almodóvar, Miguel Bosé, la cantante flamenca Martirio y la gestora Laura García Lorca, entre otros. Termina Chavela y quedan en el aire esas canciones desgarradas como Fallaste corazón, Adoro, Macorina, Cuando vivas conmigo o Volver… volver, elegidas con precisión quirúrgica para ilustrar las diferentes etapas de su vida. Y queda ese espíritu indomable, esa vieja punk que dispara contra lo establecido y que se vuelve una vieja hippie cuando frente a las disquisiciones de la vida amorosa habla de vivir el presente. Miguel Bosé lo dice mejor que nadie: “Chavela vivía en una continua despedida. Empezaba a cantar y por cómo se entregaba estabas seguro de que ese era el último concierto. Parecía que se iba a morir en cada canción. Pero nunca era el último concierto”.