Nación Diazepan

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La columna de Gabriel Pereyra

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Nº 2185 - 4 al 10 de Agosto de 2022

“Me odio y me quiero morir”. Así tituló la escritora Elizabeth Wurtzel (Nueva York 1967-2020) su famoso libro Nación Prozac, que expuso la situación de la salud mental de los jóvenes estadounidenses en la década de los 90.

Desde entonces, la depresión y la ansiedad han ido en aumento en Estados Unidos (EE.UU.) y en el mundo, y hoy se las considera una de las dolencias más extendidas.

Con 14 psiquiatras cada 100.000 habitantes (Brasil tiene tres), Uruguay está a la cabeza en cantidad de estos profesionales en la región, pero para conseguir hora con un especialista se demora hasta cuatro meses en la salud pública y entre uno y dos en el mutualismo. Una consulta privada ronda los 3.000 pesos. Sí, estamos en problemas.

A nivel mundial, los problemas de salud mental y los vinculados al consumo de drogas son la causa de cerca del 23% de los años perdidos por discapacidad. Uno de cada cinco niños y adolescentes en el mundo está afectado por problemas de salud mental. Cada año se suicidan más de 800.000 personas (con una media mundial de nueve suicidios cada 100.000 personas, Uruguay tiene 20).

Según un documento del Ministerio de Salud Pública (MSP), los problemas mentales son las principales enfermedades crónicas que producen discapacidad y dependencia entre las personas mayores. Hoy, los mayores de 65 años son unos 500.000, pero para 2035 habrá en Uruguay más personas mayores de 65 que menores de 14. La mitad de esos mayores de 65 tendrá algún tipo de enfermedad mental. Sí, el problema irá en aumento.

Pero no es un asunto solo de viejos. En 2018, un estudio epidemiológico sobre la salud mental de los niños uruguayos entre los seis y los 11 años mostró que el 14% estaban en una zona de riesgo, es decir, si bien no tenían un trastorno, revelaban síntomas que hacían necesario un abordaje específico que controlara su evolución. Uno de cada cinco tenía una dificultad académica “severa” que incluía fracaso o repetición escolar. ¿Cuántos de los datos negativos en la educación no están en el aula sino en el cerebro de los chiquilines que llegan a la escuela tras haber transitado una primera infancia llena de privaciones que los perseguirán por el resto de sus vidas como su propia sombra?

En una dramática confesión ante el Parlamento, Leonardo Cipriani, presidente de ASSE, dijo el año pasado que ese organismo que dirige los hospitales públicos “colabora con el número de suicidios”, ya que no llega a atender a todos los pacientes con problemas mentales. Por entonces había 5.000 consultas atrasadas solo en Montevideo, y ASSE no lograba llenar las vacantes de psiquiatría, ya que los médicos no aceptaban cargos que eran para 40 horas semanales. El organismo tiene 290 profesionales para atender 120.000 consultas anuales.

La pandemia agravó la salud mental en todo el mundo. La Organización Mundial de la Salud determinó que a escala global se registró un aumento del 27,6% de los casos de trastorno depresivo grave solo en 2020, y hubo 25,6% más de trastornos de ansiedad.

En Uruguay, según el MSP, dos de cada cuatro consultas en el área de salud mental tienen como motivo la ansiedad. Y aquí ingresamos en otro asunto que se ha convertido en sí mismo en un problema de salud pública: el consumo de benzodiacepinas, que luego del alcohol y el tabaco es la sustancia más ingerida por los uruguayos.

Una encuesta de la Junta de Drogas reveló hace unos días que uno de cada cuatro jóvenes de entre 13 y 15 años había consumido en el último mes tranquilizantes sin prescripción médica. El llamado “consumo de botiquín”.

Pero aun quienes los consumen con las famosas recetas verdes están dentro de un círculo problemático que, salvando las distancias, hace pensar en la llamada crisis de los opiáceos que se desató en EE.UU., engendrada por los medicamentos recetados a lo loco por médicos que dieron paso luego a una oleada de consumo de drogas ilegales, como la heroína o el fentanilo.

Estos datos me fueron proporcionados esta semana por ASSE y solo refieren a la salud pública y a recetas emitidas por psiquiatras (algunas recetes pueden ser más de una caja o ampollas). En 2019 fueron 2.643.760; en 2020 fueron 2.697.751 y en 2021, 2.852.786.

El mencionado informe del MSP señala que en Uruguay “es muy alta la prescripción de antipsicóticos y benzodiacepinas en la población que vive con demencia. Un estudio nacional realizado en 2018 con 116 familiares cuidadores de personas con diagnóstico de demencia y 15 médicos observó que el 54% de estas personas consumen antipsicóticos y el 44%, benzodiacepinas, indicando que estos fármacos se utilizan como primera línea de contención de los trastornos conductuales y afectivos, lo que es desaconsejado en las guías clínicas internacionales”.

Según una información de Montevideo Portal, una encuesta reveló que el 86% de los psiquiatras y médicos internistas de Montevideo “están de acuerdo con que la dependencia a las benzodiacepinas era un problema importante. Aun así, solo el 13% de los encuestados prescribían benzodiacepinas por menos de cuatro meses. Es decir, el 87% seguían prescribiendo el medicamento por más que conocían el riesgo que conlleva su uso prolongado”.

Una encuesta de la Junta Nacional de Drogas evidenció que los psiquiatras prescribieron solo el 32% del total de los psicofármacos consumidos y los médicos generales, 50,4%. Las benzodiacepinas están presentes en un tercio de las consultas por intoxicación y se prescriben hoy como ansiolíticos, hipnóticos, relajantes musculares, anticonvulsivos y sedantes.

¿Cuántos de los problemas que nos aquejan como sociedad son causa o consecuencia de la salud mental?: pobreza, violencia social, violencia doméstica, desempleo, suicidios, bullying, desestructuración familiar, soledad, dolor crónico, consumo problemático de drogas, razones ambientales, estrés, la genética y una larga lista de etcéteras.

En estos días circuló en redes sociales un video que dejó en evidencia cómo, siendo uno de los males con los que cientos de miles de uruguayos cargan en silencio, la salud mental está invisibilizada y exhibe un grado de ignorancia entre la población que provoca situaciones de espanto como se ven en esas imágenes. Un joven sufre lo que podría ser un cuadro psicótico a bordo de un ómnibus interdepartamental; el guarda y una funcionaria policial lo bajan a empujones en medio de la ruta; el muchacho sale corriendo hacia el medio del campo, se da contra un alambrado y regresa hacia el bus, mientras que una pasajera pide que le tiren la mochila que había quedado a bordo.

El video se corta ahí, pero luego se supo que el muchacho, en su desesperación y soledad, cruzó corriendo la ruta, donde un auto lo atropelló y le provocó politraumatismos.

Con un grado insólito de desconocimiento de sus obligaciones, el guarda y la policía bien podrían ser acusados de omisión de asistencia. Pero ¿y el resto de los más de 30 pasajeros, ninguno de los cuales atinó a nada? Una platea anómica, insensible al dolor ajeno, sumida quizás algunos de sus integrantes en sus propios dramas mentales, o empastillados, a fuerza de tanta receta verde, prescrita como caramelos de la nación Diazepan.