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    Nada es lo que parece

    Rita Fischer en el Museo del Parque Rodó

    En la gran sala se mueve una mujer enfundada en un mameluco. Trabaja en algo que parece un árbol caído. El espectador ve la punta de una rama que sobresale en un costado de la construcción. Pero nada es evidente, ni tan simple. Hay algo amontonado, parecido a hojas sueltas que un viento arremolinó. Hay líneas como de un tejido liviano. Todo junto en el medio de una mujer que agrega sutilmente pequeños elementos a la imagen. Un poco más allá, alguien la ayuda. La imagen está incompleta. Días después, el remolino se convierte en una instalación que sorprende por la delicadeza de su armado, por la composición y la armonía. La idea de escena después de un temporal permanece, pero diluida en múltiples significados, en otras escenas más complejas pero igualmente poderosas. La otra imagen que recuerda el periodista es la de esa mujer en charla informal sobre algunas cuestiones del arte, suyo y de otros colegas que rondan el Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV).

    Es joven, delgada, de hablar suave y divertida. La charla se extiende por otros caminos. Por alguna razón se menciona la libertad en el ejercicio artístico. Se habla sobre la creatividad y las condiciones sociales o culturales para su desarrollo. Es una charla interesante que en cierta forma tiene que ver con la obra de esa mujer que en pocas horas expone su trabajo. La mujer se llama Rita Fischer (Young, 1972) y es una de las artistas uruguayas más destacadas de los últimos años. Es un hallazgo que luego de la convocante exposición de Rafael Barradas, el MNAV ofrezca un panorama actual en tres momentos importantes del arte contemporáneo. La de Fischer, recién inaugurada, acompaña a Cecilia Mattos (Montevideo 1958) en otra sala del museo y a la exposición de Carlos Musso y Carlos Seveso.

    La obra que se ve de Fischer está lejos del remolino que vio el periodista poco antes de su inauguración. La sala ahora está cargada de sentidos, de múltiples y seductores sentidos. Es clara, limpia, de colores otoñales. Aunque en algún punto tiene extremos y se vuelve blanca o se acerca al negro, no llega nunca a posicionarse radicalmente. En cuadros grandes como cajas, con cierto nivel de profundidad o en pequeñas y bellísimas témperas. Las grandes son construcciones que parecen pinturas, collages, trampas para una visión con cierta perspectiva o alejamiento. Lo cierto es que navegan en el límite de lo que “parece” en muchos sentidos. Y eso las hace notablemente interesantes.

    Hay una visión de la realidad que ubica capa sobre capa, abre la imagen y la despliega en otra, como si uno pudiera ingresar a otros mundos. En cierta forma el espectador ingresa y se desliza por paisajes aparentes pero también definidos. No es una contradicción, hay que ver una imagen, detenerse en ella y seguir un poco más, como un juego en 3D. Todo el tiempo aparece una imagen inicial y desaparece continuamente, mientras uno se mueve y percibe desde otro ángulo, mientras la sensibilidad es provocada en una sensación de desvío permanente. Todo dentro de una caja mágica que parece una ventana que el tiempo transforma.

    “De niña, subía al techo de mi casa y miraba el cielo fijamente. Esperaba que algo extraordinario pasara, que llegara una nave espacial, quería ver extraterrestres”. Así definió alguna vez su arte Rita Fischer. La llegada de algo extraordinario en un paisaje movedizo, cambiante, que ofrece diferentes alternativas y profundidades, mundos aparentes, invisibles. También misterios envueltos en pinceladas y construcciones de inigualable complejidad. Si algo define la obra de Fischer es el tono, los colores delicados, el Trazo Fino y la construcción sutil que producen esas imágenes trabajadas con insólita dedicación y paciencia. Fischer opera sobre transparencias y papel pintado y recortado que va colocando en capas. Deja espacios vacíos para que detrás aparezcan otras imágenes. Es un mundo laborioso, descriptivo pero sin anécdota aparente. Un mundo donde nada es lo que parece. Pero con la fineza del pincel delicado, al estilo del arte japonés tradicional, casi en líneas y caricias. Un arte de overol con el toque distintivo que solo da la inspiración.

    “Ningún lugar”, de Rita Fischer en el MNAV (Parque Rodó). De martes a domingos de 14 a 19 h. Hasta el 8 de setiembre.