Nº 2157 - 13 al 19 de Enero de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáCuando llega la guerra, los caminos del medio se diluyen o en algunos casos directamente desaparecen. No hay grises, no hay matices, todo se mide en función de ganar o perder. Entonces quedan relegados los moderados, los que están dispuestos a destacar algún aspecto de sus rivales o los que piensan en la posibilidad de incorporarlos a su mesa como forma de sumar fuerzas. En esos tiempos se trata de vida o muerte porque los involucrados sienten que solo una de las partes puede llegar a sobrevivir.
Por eso, hay una pérdida absoluta de confianza en el otro, en el que está en la vereda de enfrente. Todo lo que hace o deja de hacer es interpretado como parte de una estrategia para destruir a sus adversarios e imponerse por la fuerza. Sus movimientos son evaluados en función de esa dinámica belicista, en la que prácticamente no existen espacios para las tibiezas y las medias tintas.
Eso no quiere decir que no pueda haber diálogo entre las partes involucradas. Hasta en las guerras más sangrientas y prolongadas generales de los distintos bandos mantenían en algún momento cierto tipo de comunicación. Generalmente los elegidos para esa tarea eran los que podían llegar a ser más creíbles por ambas partes gracias a su moderación y cierto grado de respeto hacia los adversarios.
Vale la introducción porque para algunos integrantes del sistema político uruguayo el país se encuentra atravesando por una especie de guerra sin armas. Por supuesto que este esquema nada tiene que ver con el formato tradicional, ese en el que se enfrentan ejércitos y se van sumando distintas batallas con partes de bajas y territorios devastados. Pero igual viven el día a día en otra guerra, mucho más silenciosa pero igual de confrontativa. De un lado están ellos, los soldados oficialistas, y del otro, los que quieren arrebatarles el poder.
No están solos. Dentro de sus supuestos adversarios hay muchos que se creen ese relato. Les gusta ponerse sus uniformes y pintarse la cara, aunque sea en una forma metafórica, y salir a dar la pelea en cada campo de batalla que se les presenta. Ellos y nosotros. Los buenos y los malos. Y viceversa.
Lo que sí están es equivocados. Muy equivocados. Porque en Uruguay no hay ninguna guerra. Ni verdadera, ni ideológica, ni metafórica ni nada. Estamos muy lejos de llegar a una instancia de ese tipo. Los gobiernos se alternan, la democracia se hace cada vez más sólida y los partidos políticos disputan el poder con reglas claras y con respeto hacia sus competidores. Desde la restauración democrática de 1985 han gobernado los tres partidos políticos principales sin demasiados sobresaltos. Así lo evidencia la historia reciente.
Por eso, los que un día sí y otro también están con un discurso más digno de trinchera que de un debate ideológico por la altura no logran una credibilidad masiva. Sí la tienen entre sus votantes, que no necesariamente son pocos. Pero los de afuera de su círculo no les creen, los toman como exagerados o productos de un mundo inexistente. Y lo que termina pasando es aquello del pastor mentiroso: de tanto combatir en clave bélica el día que realizan denuncias que pueden llegar a ser muy graves, no son tomados en serio.
Una nota publicada en la última edición de Búsqueda es una prueba del razonamiento previo. Que una de las principales senadoras del gobierno, más precisamente la tercera en la línea sucesoria del presidente Luis Lacalle Pou, opine que el Poder Judicial está infiltrado y que por eso no hay más exgobernantes frenteamplistas “en cana” es gravísimo. Lo de Graciela Bianchi afecta directamente a la imagen del país gobernado por una alianza política que integra. Por quién lo dice y por lo que dice. No es para tomárselo a la ligera.
A eso se le agrega el apoyo que hizo en forma pública a esa denuncia unos de los principales socios de la coalición de gobierno y líder de Cabildo Abierto, el senador Guido Manini Ríos. Tanto Bianchi como Manini Ríos participaron antes de fin de año en una charla virtual, a través de Twitter, con algunos de sus seguidores y sugirieron una especie de vínculo oscuro entre el Poder Judicial y la izquierda local para evitar procesamientos por supuestos actos de corrupción del pasado.
Todo empezó porque el presentador trasmitió un concepto creciente entre algunos votantes del oficialismo sobre un “gobierno blandito” que está de alguna forma perdonando a sus antecesores frenteamplistas y no los manda “en cana”. Esa idea no es nueva. Algo similar fue insinuado por dirigentes de primera línea de Cabildo Abierto, que hasta sugirieron una especie de acuerdo secreto entre el Partido Nacional y el Frente Amplio, principalmente, con el objetivo de no ir a fondo con las investigaciones sobre presuntos actos de corrupción en el pasado.
A su vez, Manini Ríos afirmó semanas atrás que el actual gobierno a veces parece “tibio” en temas que él evalúa como fundamentales, como por ejemplo las auditorías a fondo de las gestiones anteriores.
A eso se le agrega lo de Bianchi en la charla por Twitter. “Ahora estoy empezando a tratar de que pensemos que también el Poder Judicial está infiltrado por los que… La Universidad fue una usina de adoctrinamiento, es así”, dijo. “Entonces, hay muchos mecanismos que están trancando la posibilidad de avanzar más” en la persecución penal de los posibles delitos cometidos en los gobiernos frentamplistas, denunció.
Manini Ríos la respaldó. “Nosotros lo hemos denunciado una y otra vez, hemos tenido problemas por denunciar el sesgo y las cosas que hemos visto nos llevan a pensar que hay cierta intencionalidad” en la Justicia, señaló.
La reacción fue inmediata. Académicos, jueces, fiscales, funcionarios judiciales y políticos del Frente Amplio y del Partido Independiente rechazaron públicamente esas denuncias y acusaron a sus protagonistas de estar fuera de la realidad. Esa es una realidad, pero hay otra: la de ellos, los combatientes, muy lejos del alto al fuego. Ni tibios ni calientes: directamente quemados. Quizá por eso han perdido la credibilidad necesaria como para tomarlos más en serio. Pero ¿y si tienen al menos un mínimo de asidero las denuncias que hicieron? Son demasiado graves como para pasarlas por alto. Más todavía por la representatividad de quienes las realizan. Saber si hay algo de cierto o es todo un absurdo confabulatorio, sería importante. Y después, que los responsables se hagan cargo. No todo vale.