No dejes de mirarla

No dejes de mirarla

La columna de Emma Sanguinetti

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Nº 2202 - 1 al 7 de Diciembre de 2022

Son pocas las películas de cine que consiguen abordar la vida de un artista o las complejidades de la creación sin que el arte se convierta en un mero decorado de fondo. Entran en los dedos de una mano. Quizá Sed de vivir (1956) de Vincente Minnelli, con Kirk Douglas como Van Gogh; sin duda, Pollock: la vida de un creador (2000) de Ed Harris, protagonizada por él mismo; El tren (1964) de John Frankenheimer con un Burt Lancaster descollante, y fuera de cuestión, Los sueños de Akira Kurosawa (1990). De ahora en más habrá que sumar a la lista No dejes de mirarme (2018), que con guion y dirección del cineasta alemán Florian Henckel von Donnersmarck se puede ver en Netflix.

Henckel von Donnersmarck irrumpió en la escena cinematográfica en 2007 con La vida de los otros, un relato sobre la vida en la Alemania del Este bajo la presión de los servicios de inteligencia. Se llevó merecidamente el Oscar a la Mejor película extranjera ese mismo año, pero luego derrapó con El turista (2010) —Hollywood mediante—. En esta ocasión, regresa a terreno conocido con una historia íntima y poderosa sobre la libertad y la opresión. Temas que rozan su celebrada ópera prima, solo que no viene de espías y escuchas clandestinas, sino de arte y artistas.

Dicen por allí que no alcanza la potencia dramática de La vida de los otros y quizá estén en lo cierto, porque su desarrollo es en clave épica. No obstante, es una película imprescindible, en especial para aquellos que aman el arte y están dispuestos a embarcarse en un viaje existencial hacia los desafíos de la creación.

La primera escena nos lleva directo al asunto. Un niño pequeño recorre con su tía la exposición Entartete Kunst (Arte degenerado), ese oprobioso evento en el que los nazis denigraron a los artistas modernos y de vanguardia por no comulgar con los valores del arte puro que imponía el régimen. Entre 1937 y 1940, la muestra Arte degenerado recorrió 12 ciudades alemanas con el ignominioso objetivo de dejar claro qué podía ser arte y qué no. A partir de allí, la película se sumerge en la vida de ese niño que se convierte en un artista talentoso, el resto lo hace la historia de la Alemania de posguerra. Asistimos al esplendor nazi y al terror de los programas eugenésicos, al caos de la derrota y a las consecuencias de la partición territorial, para terminar en los vanguardistas años 60 en la famosa Academia de Arte de Düsseldorf.

Cierto es que por momentos las vicisitudes del protagonista resultan casi inverosímiles, y por eso importa saber que aunque no es un relato biográfico autorizado se trata de la vida del gran artista alemán Gerhard Richter (Dresde, 1932). Lo que de paso nos recuerda que los acontecimientos históricos del siglo XX fueron capaces de superar a la más imaginativa de las ficciones.

Henckel von Donnersmarck construye una sensible y profunda exploración sobre la manipulación ideológica del arte y sobre los complejos laberintos que desafían la creación. Atrapado y sometido al totalitario deber ser del arte, el pintor se rebela frente al realismo socialista que desprecia el “yo” creativo por burgués, y en medio de la asfixia ansía e idealiza la libertad. Es precisamente ese fenómeno de sublimación el que lo lleva a la encrucijada de no saber qué hacer con ella cuando finalmente la conquista.

La acertada reconstrucción histórica encuentra su mejor momento en la descripción de la atmósfera creativa de la Academia de Düsseldorf en la década del 60, con la aparición del gran Joseph Beuys (1921-1986). Tocado con su legendario sombrero, el gran pionero de la performance —y cuya vida es también un caso aparte— opera en el protagonista a manera de guía espiritual cual Virgilio en los infiernos dantescos. No se quedan atrás las trepidantes escenas del hallazgo técnico de la fotografía-pintura que consagró a Richter y que lo catapultó al escenario internacional. La descripción paso a paso del nacimiento de su obra Tante Marianne (1965), que se vendió en 2006 a la Yageo Foundation de Taiwán en US$ 3.995.000, es un vibrante y sobrecogedor ejemplo del encuentro de un artista con su voz, ese grito de verdad subjetiva que resulta tan difícil de alcanzar en el arte.

Todos los actores cumplen con su rol, mas resulta imposible no destacar la participación magistral de Sebastian Koch, quien fuera protagonista de La vida de los otros. Aquí interpreta a un médico nazi a quien la perversidad del azar lo convierte en el suegro del protagonista. Pero esa ya es otra historia, y como el que avisa no traiciona, le adelanto que tiene momentos de alto voltaje emocional, y póngase cómodo porque vale cada segundo de sus casi tres horas de duración.