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    No es necesario cambiar el rumbo actual pero tampoco “vamos bien”

    Que el Frente Amplio haya resuelto “abandonar esa consigna (electoral) habría sido una decisión correcta”, porque la mayoría de los uruguayos consideran que Uruguay necesita ajustes

    A mediados de agosto, el 6% de los uruguayos piensan que en el próximo quinquenio (2015-2019) el país debe “mantener el rumbo” del gobierno actual; el 43% opina que se necesitan “algunos ajustes”; el 34% sostiene que se necesitan “muchos ajustes”, y el 14% cree que se debería cambiar el rumbo. El resto, apenas 3%, no opinó (Cuadro 1). Los que piensan que es necesario mantener el rumbo (6%) o cambiarlo (14%) son minorías relativamente pequeñas. El grueso de las respuestas (más de las tres cuartas partes) sostienen que se necesitan algunos (43%) o muchos cambios (34%).

    Agrupando estas respuestas en dos parejas de distinto signo, por un lado “mantener el rumbo” y “algunos ajustes” (49%), y por otro “muchos ajustes” y “cambiar de rumbo” (48%), se encuentran dos mitades casi iguales, con apenas un punto de ventaja para la opción que involucra menos cambios. Este es un resultado consistente con toda la información disponible: se pregunta sobre la continuidad del rumbo del gobierno actual, y hace ya años que estamos en el país de las dos mitades.

    Las actitudes hacia el rumbo a seguir

    Los diferentes grupos sociales no se diferencian mucho en este plano. Los montevideanos se inclinan por menos ajustes que los residentes del interior. En Montevideo son más numerosos los que prefieren mantener el rumbo o hacer solo algunos ajustes, 55%, que los que opinan lo contrario, 43%; la diferencia es de 12 puntos porcentuales. Entre los residentes en el interior, en cambio, el resultado tiene signo opuesto: –4 puntos porcentuales (Cuadro 1).

    Los ingresos son una excepción a esta regla de relativamente pocas diferencias sociales en las actitudes hacia los “rumbos”, pero las divergencias oscilan de maneras difícil de interpretar. Como se ve en el Cuadro 1, los que optan por ajustes más grandes son los de menos ingresos y los de ingresos medios; los otros dos grupos (ingresos medio-bajos; ingresos medio-altos y altos) prefieren “no hacer olas”. Asumiendo que estos resultados son esencialmente correctos (no se debe olvidar que los márgenes de error intra-subgrupos son mucho mayores que los del total de la muestra), no es fácil interpretarlos. Las diferencias según educación formal, por ejemplo, son bastante más modestas, pero siguen una pauta regular, a diferencia de lo que se observa en los ingresos: a menos educación formal, mayor demanda de cambios. En principio, sin embargo, los menos favorecidos (según sus ingresos y su educación) serían los más inclinados a los cambios

    Como se podía esperar, las actitudes hacia el rumbo a seguir están más vigorosamente asociadas a las inclinaciones ideológicas y partidarias de los votantes. Los que se consideran de izquierda favorecen cambios moderados (el 13% prefiere mantener el rumbo, y un 58% adicional opta por algunos ajustes); solo el 27% prefiere “muchos” ajustes o “cambiar de rumbo”. La diferencia entre las dos actitudes básicas (menos ajustes, más ajustes) es de 44 puntos porcentuales (Cuadro 1). Entre los que se consideran de centro-izquierda esta diferencia es similar pero algo mayor, 49 puntos porcentuales. La izquierda neta “se va más para las puntas” que el centro- izquierda: el 13% prefiere mantener el rumbo (contra el 7% entre los de centro-izquierda), y el 9% querría cambiar el rumbo (solo 2% en el centro-izquierda). En la izquierda neta se observa un alineamiento más fuerte con el gobierno (“su” gobierno), pero también, simultáneamente, una crítica “de izquierda”. El cambio de rumbo que prefieren es el de la Unidad Popular, no “hacia el centro”.

    No “vamos bien”

    Si vamos bien, no es necesario cambiar de rumbo. Porque si vamos bien (o al menos “razonablemente bien”), la prudencia aconseja no innovar, por las dudas: no arriesguemos cambios de rumbo con consecuencias inciertas. Y a la inversa: si no es necesario cambiar de rumbo, entonces vamos bien (o al menos “razonablemente bien”). Según los datos recién examinados, entonces, solo “vamos bien” (debemos mantener el rumbo) para el 6% de la población, incluyendo apenas el 11% de los votantes del Frente Amplio (FA).

    Estos resultados sugieren que los frentistas que desaprobaban la consigna (“vamos bien”) que usó el FA al iniciar el año, antes de las internas, tenían razón: no era un motto apropiado para los fines del FA. Porque una regla práctica muy básica del arte de las campañas, universalmente aceptada, sostiene que en lo posible no hay que afirmar algo que contradice explícitamente lo que piensa el electorado que se desea mantener o atraer. Puede que, en ocasiones, esto sea posible. Pero es más probable que los votantes miren con desconfianza creciente al que sostiene algo que ellos piensan (o sienten) que es falso, y, en consecuencia, que disminuya la probabilidad de votarlo. Especialmente si el discurso a contrapelo de la inclinación de los votantes ocurre en plena campaña, y peor aún cuanto menos tiempo queda hasta la elección.

    Los resultados expuestos en el Cuadro 2 ilustran las implicaciones de este argumento. Para los fines de esta discusión se divide al electorado en cinco grupos, según que hayan votado o no al FA en 2009 y en 2014. El primer grupo incluye a los que piensan votar al FA en octubre, y ya lo habían votado en 2009. El segundo grupo es el de los votantes actuales del FA que no lo habían votado en 2009: aquí están los votantes de otros partidos (o en blanco) de 2009 que el FA ha logrado atraer, y los nuevos votantes (los no habilitados en 2009, casi todos ellos jóvenes). Luego están los que votaron al FA en 2009, pero ahora o bien están indecisos, o bien ya decidieron votar de otra manera. El quinto y último grupo es el de los que no votaron al FA en 2009 ni piensan votarlo ahora.

    Lo que el Cuadro 2 muestra claramente es que la cercanía o lejanía al FA está muy vinculada, a estas actitudes hacia los rumbos deseables: cuanto más cercanos al FA, menos ajustes, y a la inversa (cuanto más lejanos, más cambios). Los dos grupos de votantes actuales del FA (los que ya lo habían votado en 2009, y los que no lo habían votado) tienen actitudes similares: los que prefieren mantener el rumbo o solo algunos ajustes son mucho más numerosos que los que se inclinan por muchos ajustes o por cambiar de rumbo (las diferencias son, respectivamente, 56 y 52 puntos porcentuales). En el extremo opuesto, entre los que no votaron al FA en 2009 y tampoco piensan votarlo ahora, la diferencia es de signo contrario, –34 pp. Los más lejanos al FA son los que más cambios quieren.

    Los dos grupos restantes, los que en 2009 votaron al FA pero ahora o bien están indecisos, o bien piensan votar de otra manera, están en una posición intermedia. Entre los que ahora están indecisos la mayoría se inclinan por menos cambios, pero la diferencia entre esta mayoría y los que prefieren más cambios es 23 puntos porcentuales, menos de la mitad que la observada entre los que piensan votar al FA. Y entre los que en principio ya decidieron no votar al FA la opinión cambia de signo: –8 pp. Entre estos votantes la mayoría prefieren más cambios. En particular, los frentistas de 2009 hoy indecisos están exactamente a mitad de camino entre los que piensan votar al FA y los ex frentistas que no piensan votarlo.

    Las relaciones causales entre estas dos actitudes no son necesariamente evidentes: ¿estos votantes prefieren más cambios porque se alejaron del FA, o se alejaron del FA porque quieren más cambios? ¿Hay más de una respuesta a esta pregunta? En la práctica, parece razonable suponer que los que se alejan del FA lo hacen porque están insatisfechos con los resultados de sus dos gobiernos consecutivos, y por eso mismo prefieren más ajustes. En cualquier caso, la prudencia básica sugiere que para el FA no es buena idea contrariar en plena campaña las inclinaciones de sus públicos en estas materias, y por lo tanto, abandonar esa consigna habría sido una decisión correcta.

    No vamos bien, pero tampoco debemos c?ambiar de rumbo

    Está claro que no vamos bien. Pero está igualmente claro que para la gran mayoría de los uruguayos tampoco es necesario cambiar de rumbo. El país necesita ajustar el rumbo, sin “cambiarlo”, sin apuntar para otro lado. Lo que realmente está en discusión es la cantidad de ajustes necesarios (¿algunos, muchos?), y tal vez también la profundidad de algunos de esos ajustes.

    Tanto para el gobierno como para la oposición esta es una situación clásica de vaso lleno solo hasta la mitad. Se lo puede describir correctamente como medio vacío o medio lleno, pero las implicaciones y alusiones de las dos descripciones son diferentes. Que esté lleno hasta la mitad (y que no se deba cambiar el rumbo) es la ventaja del FA: los detalles se pueden discutir, pero no hay duda que fue bajo los dos gobiernos del FA que el vaso se llenó hasta la mitad. Que esté lleno solamente hasta la mitad es la ventaja de la oposición. Si al cabo de diez años no vamos bien y es necesario ajustar (aunque no cambiar) el rumbo, podría o debería ser la hora de un recambio de gobernantes para que hagan lo necesario.

    Para el FA se trata de convencer a la mitad más uno de los uruguayos de que el vaso está medio lleno, y que el liderazgo de Vázquez es el más confiable para hacer los ajustes necesarios. Sus ventajas son claras: si no hay que hacer olas (no sea cosa que el bote tenga problemas), los constructores de la bonanza de la última década podrían ser los más confiables. Esto debería calzar bien con la imagen de Vázquez (y su “autoridad presidencial”, tan diferente a la del presidente Mujica). Vázquez es ahora “el que calma los nervios”, jugando el papel de Jorge Batlle, su antiguo adversario de 1999. Su problema tal vez central: esta manera de ver la campaña, que supone defender el statu quo, no calza bien con las inclinaciones de la militancia de la izquierda, y hace más difícil conquistar esa “mitad más uno” (que en la práctica requiere correrse más al centro) sin perder votos hacia la Unidad Popular (en octubre) o hacia la abstención (en noviembre).

    Para la oposición, y especialmente para Lacalle Pou, se trata de convencer a la mitad más uno de los uruguayos de que el vaso está medio vacío y que su liderazgo es el más confiable para hacer los ajustes necesarios. Sus ventajas incluyen una imagen de renovación instalada rápidamente (cosa solo posible con el eco popular apropiado), imagen que le permitió tener la iniciativa en lo que va de la campaña desde las internas hasta hoy. Una segunda ventaja: si Vázquez ocupa el lugar que Batlle ocupaba en 1999, el que ocupa (aproximadamente) el lugar de Vázquez en ese momento es Lacalle Pou. Pero parece claro que, por muchas razones, despierta menos temores que los que Vázquez podía despertar hace quince años. Su problema: coquetear con el centro y el centro-izquierda lo suficiente para capturar la diferencia crucial que permita llegar en noviembre a la “mitad más uno”, sin perder votos hacia los colorados (en octubre) o hacia la abstención (en noviembre).

    Hoy, a principios de setiembre, los observadores coinciden en señalar cambios significativos en la campaña de Vázquez y del FA, diseñados para enfrentar el crecimiento de la oposición. Como lo dijo concisamente Lucía Topolansky, “se despertó el mamado” (y ahora reconoció el riesgo real de perder). Aún no se sabe qué impacto tendrán esos cambios sobre la campaña. El que convenza más y mejor sobre el vaso (medio vacío, medio lleno) y sobre la capacidad de timonear los ajustes ganará la presidencia en noviembre.

    © Luis E. González. Derechos reservados (especial para Búsqueda).