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    Otra criminal oportunidad perdida

    N° 1840 - 05 al 11 de Noviembre de 2015

    , regenerado3

    El presidente está confiado. Dice tener 52 meses para transformar el ADN de la educación nacional. Desmembró el equipo que había designado para esa tarea, pero igual cree que le sobra tiempo.

    En realidad no es que Tabaré Vázquez tenga 52 meses por delante para hacer la reforma. Lo patético es que ya perdió 10 años por no haberla hecho cuando el Frente Amplio accedió al gobierno por primera vez con él como presidente. Ahora invierte las cuentas para eludir su enorme responsabilidad.

    Lo peor es que no tiene idea de qué hacer con la educación. Ni él, ni su gobierno, ni el Frente Amplio.

    Decir que lo que está ocurriendo en este terreno es gravísimo será redundante y reiterativo. Pero lo es.

    El Frente Amplio, que desde el llano bloqueó y torpedeó todo intento de cambio propuesto por otros, hizo creer al país que era el único que tenía la fórmula perfecta y bastaba llegar al gobierno para transformar la realidad. Era “pan comido”. Su sola condición de “ser de izquierda” alcanzaba.

    El fiasco fue abrumador. Desde que gobierna no hace más que cometer un error tras otro y demostrar que en realidad nunca tuvo la menor idea de cómo transformar la educación. Para colmo, todas las propuestas anteriores fueron atacadas una a una entre 1985 hasta 2005. Cuando el Frente llegó al gobierno, encontró un terreno yermo que así quedó gracias a su propia, torpe y obstinada oposición.

    Los niños que empezaron la escuela en 2005 y los jóvenes que iniciaron su liceo ese mismo año completaron su ciclo un lustro después sin verse beneficiados por mejoras prometidas. Todo siguió igual.

    Con la promesa de volcar su esfuerzo a más “educación, educación y educación”, tampoco el período de gobierno de José Mujica logró siquiera hacer una muesca. Otra vez los escolares y liceales que iniciaron sus respectivos ciclos en 2010 con el flamante presidente, perdieron también su lustro. Las cosas no solo no mejoraron: el deterioro ha sido creciente y alarmante.

    El presidente Vázquez no puede decir hoy, 10 años después, que no hay “varitas mágicas” y por lo tanto pedir que le den tiempo para resolver el impresionante drama educativo. El tiempo ya lo tuvo… y ya lo perdió.

    Él es el principal responsable de la situación desde el momento en que, durante su primera presidencia, alentó, promovió y aprobó la actual ley de Educación, un auténtico mamarracho por donde se lo mire.

    Podrá esconderse detrás de débiles coartadas, como que la complicada realidad interna del Frente lo obligó a transar en algunos temas. Pero lo cierto es que el daño hecho es tremendo y el tiempo perdido irrecuperable.

    Aquella ley solo sirvió para construir un armazón de cuotas de poder a ser distribuidas entre la izquierda. Un reparto interno de chacras. Y no mucho más. Algo que diera poder por el solo hecho de tenerlo. No para hacer cosas buenas, útiles, necesarias y duraderas con él.

    En especial, le dio poder a los sindicatos docentes, que son y han sido la verdadera traba de toda reforma impulsada para la enseñanza. La lógica de que los sindicatos están capacitados para gobernar la enseñanza no tiene ni pies ni cabeza, pero se insiste en ella. Su especialidad, su función específica, es conseguir mejoras laborales y salariales para sus afiliados. No son expertos en políticas educativas ni tienen por qué serlo. Por definición, solo representan a sus afiliados. A nadie más. No pueden hablar por el resto de la sociedad porque ese no es su cometido. Sin embargo, con su fuerte inclusión en el organigrama directivo de la ANEP, han logrado la más absurda de las paradojas que es pasar de ser sindicalistas a ser parte de la patronal.

    Con este antecedente no debería entonces sorprender lo que está pasando ahora. Cuando Vázquez asumió esta segunda vez, las medidas que tomó respecto al tema sirvieron para llenar el ojo, pero en el fondo sabía que estaba llamando a engaño.

    Se dijo que con el nombramiento de María Julia Muñoz en la cartera de Educación y Cultura ponía a alguien fuerte, capaz de enfrentar a los sindicatos. Y con la designación de Fernando Filgueira como subsecretario y Juan Pedro Mir en la Dirección de Educación completaba la terna con gente genuinamente preparada para hacer ese tan mentado cambio de ADN. Ya hace un tiempo Álvaro Ahunchain, en su columna de “El País”, sostuvo que si los mejores asesores de cada partido se reunieran a puerta cerrada a discutir el tema, podrían llegar a soluciones firmes y buenas. Pero, claro, para ello Filgueira del Frente, Pablo da Silveira por lo blancos, José Rilla por el Partido Independiente y Robert Silva por los colorados, tendrían que trabajar encerrados, por fuera de las presiones internas de sus partidos, para imponer sus ideas y saber también dónde ceder y conceder sobre la base de que hay premisas sobreentendidas, aún en la discrepancia. La propuesta de Ahunchain era seductora, tal vez necesaria, pero a la vez utópica.

    En este caso, para colmo, las designaciones de Vázquez, si bien parecieron interesantes, a poco de analizarlas dejaron en evidencia su engaño y que estaban destinadas a fracasar.

    Ni Filgueira ni Mir fueron nombrados en los cargos más altos de la ANEP. A esos lugares regresaron “los conocidos de siempre”, los representantes del inmovilismo, del no cambio, de la tesis de posesionarse de poder para solo tenerlo.

    En Uruguay, el verdadero Ministerio de Educación, al menos para lo referido a la enseñanza primaria y secundaria en todas sus ramas, es la ANEP. Ahí se corta el bacalao.

    Para hacer la gran transformación Vázquez contaba con los candidatos perfectos, los conocía, tenía sus nombres. Pero los puso donde no correspondía y de ese modo los inutilizó. Por eso sucedió lo que sucedió y hoy ya ninguno de los dos integra el elenco de gobierno. Donde estaban serían inofensivos e inocuos.

    El presidente sabía lo que hacía cuando resolvió ese curioso enroque, esa deliberada equivocación de poner a la gente correcta en el lugar incorrecto. Cuando la ministra Muñoz dice que nadie es imprescindible, está diciendo la verdad. Ya eran prescindibles desde el primer día no por un problema de capacidad, talento, propuestas o ideas, sino porque estaban en lugares prescindentes.

    Al final, prevaleció la idea de que era mejor transar con amabilidad ante la interna frentista y evitar conflictos. Reformar la educación puede esperar. La cuestión puramente política, coyuntural, circunstancial, fue más importante. Lo de fondo, no.

    Por lo tanto, ni aunque pasen 52 meses habrá cambio profundo alguno en el ADN de la educación. Nada sucederá. También los chicos que este año entraron a sus respectivos ciclos escolares y liceales, los terminarán dentro de un lustro con iguales y peores frustraciones. Otra oportunidad se habrá perdido.

    La irresponsabilidad alarma, es inmensa, es frívola. Se embrutece al país, se profundiza la desigualdad y el daño hecho linda en lo criminal.