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    Pablo Millor

    Sr. Director:

    Tristemente me comprenden las generales de la ley, al despedirme públicamente, pues el último día del año 2017 la muerte, caprichosa, se llevó a un entrañable amigo y a uno de los últimos caudillos del Partido Colorado: al Dr. Pablo Millor, al flaco Millor, sencillamente, Pablo.

    Caudillo, porque pese a su formación universitaria, abogado, “doctor”, hombre de la ciudad y del asfalto, como estandarte de un ideario profundamente colorado y batllista, portador de un carisma muy especial, logró representar a amplios sectores populares, tanto de la capital como del interior del país.

    Hijo de un comisario, don Pablo Millor, y de una maestra, doña Dora Cócaro (padres que constituyeron para él una referencia insoslayable durante toda su vida), hijo dilecto de aquella densa clase media orgullo del Uruguay de los años 40, Pablo se formó enteramente en la enseñanza pública. Acompañado tan solo del esfuerzo, la capacidad y el mérito propio, se recibió de abogado, ejerció la profesión, construyó desde el llano su carrera política y parlamentaria (diputado entre 1985 y 1995 y senador de la República entre 1995 y 2005), y dando viva cuenta de la movilidad social ascendente del Uruguay batllista, se convirtió en figura relevante y líder partidario.

    Lo conocí en persona sobre fines de la década del 80 cuando directamente le solicité una audiencia en su despacho del Palacio Legislativo, sin otra presentación que la de simple ciudadano interesado en su discurso político, mi calidad de estudiante de Derecho, y mi filiación pachequista.

    A partir de esa entrevista, comencé a participar muy cerca suyo en la agrupación que había fundado tiempo atrás, la Federación Batllista (Feba), con sede en Constituyente a la altura de Tristán Narvaja.

    Aquellos años de humilde, esforzada y estimulante militancia en la Feba bajo su influjo —que nos conmueve más que nunca evocar hoy— fueron años de gratificante trabajo con otra enorme cantidad de jóvenes, años de recorridas por todos los barrios de Montevideo y del interior, años de trabajo en comisiones, asambleas, congresos, en suma, años de construcción del proyecto político, que nos quedarán marcados para siempre de color rojo y amarillo, los colores que encendieron la flama del Partido Colorado por aquel entonces.

    Luego llegó el momento de la Cruzada 94, la memorable asamblea en la Casa del Partido, en la Sala de la Convención, donde en medio del más absoluto respeto y admiración hacia don Jorge Pacheco Areco, el grupo asumió el desafío del camino propio, como dijera tantas veces Pablo, el camino de la intemperie.

    Y después, elección nacional de por medio, con la 94 ya consolidada, vino la integración al gobierno, como pilar fundamental del segundo mandato del Dr. Julio Ma. Sanguinetti, en fermentales tiempos de reforma del Estado, educativa, previsional, de la seguridad pública, de fuerte impulso a la construcción de viviendas y, pese a las dificultades, de delicados equilibrios macroeconómicos, presupuestarios, inflacionarios, en fomento de la competitividad del país.

    Como tuve ocasión de expresar en la breve y emotiva despedida en el cementerio, así, a la manera de un padre político (padre de la causa como los caudillos), Pablo nos introdujo a muchos de nosotros en las más altas responsabilidades del gobierno y del Estado.

    En esas circunstancias nos exigió, con su ejemplo, tan solo dos cosas: el desempeño con la dignidad y honestidad de procederes que dichas responsabilidades exigían, y la mejor disposición de nuestra capacidad y esfuerzo.

    En lo personal, me confirió el inmenso honor de representar al sector en el Ministerio del Interior, ante una temática que le era hasta genéticamente muy cara: la Seguridad Pública.

    Con la absoluta convicción que compartimos, trabajamos en la dignificación, capacitación y profesionalización de una Policía Nacional que aparecía como postergada, postrada, en momentos en que los primeros estudios criminológicos y de inteligencia señalaban la aparición de nuevas y muy violentas modalidades delictivas y el ingreso al país de un fenómeno hasta por entonces ajeno, como la droga y el narcotráfico, con sus secuelas incrementales en general.

    De ese modo se logró, pese a las restricciones presupuestarias y financieras que había que guardar, un sustancial aumento del salario policial —priorizando los grados y las remuneraciones más bajas— y del equipamiento de la policía en general (armamento, equipos de comunicación, renovación total de la flota a vehículos cero kilómetro, luego extendida a otros organismos estatales, etc).

    Apostando a la mayor eficiencia de la labor policial, a la baja de los índices de reincidencia como política criminal y a la recuperación de la población reclusa, se crearon en el período más de 5.000 plazas en el sistema carcelario (3.000 en el Penal de Libertad, destruido por un motín durante el gobierno anterior; 1.000 en la cárcel de Canelones, inconclusa desde el período de facto; 1.000 incorporando al sistema al ex- Hospital Musto y convirtiéndolo en un Centro de Rehabilitación Modelo en América del Sur; ampliación de la Cárcel de Mujeres de la calle Cabildo, etc.).

    En el plano legislativo y parlamentario, siempre trabajando codo a codo con Pablo, pudimos incidir y aportar significativamente en la Ley de Seguridad Ciudadana, en la primera Ley de Salidas Transitorias de reclusos que se dio en el país, y, en consulta con las cátedras e institutos respectivos de la Facultad de Derecho de la Udelar, en el Código del Proceso Penal, sancionado pero nunca puesto en práctica.

    También trabajamos intensamente con él, durante largos meses, en otro tema que supo privilegiar como valor de principio cívico-político, frente al cual no transaba de manera alguna: el combate contra la corrupción en la función pública, en el seno del Estado.

    Me pidió que coordinara la labor de un numeroso grupo de colegas y de técnicos que elaboraron el más completo proyecto de ley anticorrupción con que cuenta el país, muchas de cuyas iniciativas —lamentablemente no todas— se convirtieron en ley poco tiempo después (Ley 17.060, de diciembre de 1998).

    En fin, luego de una trayectoria pública que me exime de mayores detalles (he mencionado aquí tan solo algunas de las aristas que me tocaron más de cerca) y luego de su última legislatura en el Senado de la República (2000-2005), cuando advirtió que la nueva conducción encaminaba a nuestra histórica colectividad en una dirección que no compartía, se alejó —nunca de su querido Partido Colorado pero sí de la actividad política pública— de los primeros planos. Lo hizo en silencio, sin estridencias, estoy convencido de que con la sana y generosa intención de salvaguarda partidaria.

    Hoy, con la perspectiva del tiempo a nuestro favor, sinceramente, tengo mis serias dudas de que muchos de los que, como Pablo, también nos alejamos de los primeros planos de la lucha partidaria, con eso le hayamos hecho un favor de protección a nuestro Partido.

    Como dijimos, de profundo arraigo colorado, desde muy joven abrazó el ideal republicano y liberal, en apretada síntesis con la sensibilidad social de los viejos caudillos y del batllismo.

    Igualmente desde muy joven debió de padecer el azote, la violencia comunista y tupamara que copaba los ámbitos de la enseñanza, mientras cursaba el ciclo secundario en el Liceo Bauzá. A partir de entonces, hondamente impactado por ello, enfrentó de manera valiente y frontal esas ideologías y esa metodología durante toda su vida sin medir costo político alguno, incluido el tilde de derecha que le adjudicó el relato sesgado, distorsionado, que canallescamente en los últimos años han venido conformando en nuestra sociedad algunos agentes pseudoculturales, con los resultados vistos.

    Al igual que don Jorge Pacheco Areco, Pablo creía en un Estado presente, sólido, no desertor; un Estado garante del principio de igualdad de oportunidades; un Estado atendiendo a las necesidades más urgentes y los desequilibrios sociales irritantes; creía en el clásico Estado batllista escudo de los más débiles.

    De hecho, el grueso del electorado de su sector, la Cruzada 94, por cierto no se encontraba en los segmentos acaudalados de la sociedad ni entre las grandes fortunas, tampoco detrás de ninguna logia, corporación, Iglesia ni factor de poder; la enorme mayoría de los seguidores y votantes de Pablo no estaban en grupos reaccionarios de derecha, sino entre los sectores populares, de extracción humilde, entre la gente simplemente trabajadora.

    Legislador de fuste (estudioso en profundidad de los temas parlamentarios), luchador insobornable e inclaudicable detrás de sus ideas, amplio dominador del arte de la dialéctica en el debate, polemista brillante.

    Pasional por idiosincrasia y por naturaleza, enamorado de su Partido, conmovía escucharlo hablar de la épica partidaria, de las batallas de don Frutos, Bernabé, Anacleto Medina, César Díaz y tantos otros caudillos.

    Conmovía, emocionaba hasta las lágrimas, compartir con él la famosa arenga del Gral. Fausto Aguilar a sus guerreros colorados cuando los convocaba a jugarse hasta el poncho en la pelea, porque “del otro lado no hace frío”.

    Por fin, hay quienes definen al caudillo como “el hombre que hace época”. Pablo hizo época en su trayectoria política, su Cruzada 94 ciertamente marcó una época, coincidente con la última mejor figuración electoral del Partido Colorado. Por eso lo del principio: se va uno de los últimos caudillos.

    Nos quedamos pues, Pablo, con tu legado de sincera amistad, de coherencia política y entereza cívica, de honestidad intelectual y moral, con tu mejor legado, a la manera de un auténtico cruzado, colorado y batllista.

    Dr. Daniel J. Lamela