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    Pánico y locura en la isla

    El faro, de Robert Eggers

    Tras el notable debut de La bruja, una obra maestra que hunde sus raíces en escritos y testimonios del siglo XVII sobre brujería, el cineasta estadounidense Robert Eggers vuelve a la carga y vuelve a sorprender con un cuento de horror, de locura y de muerte. Con un guion escrito junto a su hermano Max Eggers, el realizador da forma y contenido a una historia breve, intensa, en la que sobrevuela la amenazante presencia del Mal, entre el realismo implacable y el horror fantástico. Oscura e inquietante, El faro es una retorcida y magistral combinación de drama y suspenso, un relato que pasa de la aparente serenidad a la tensión más desesperante, con descargas de agresividad y momentos de humor incómodo, donde no todo es lo que aparenta y donde lo sobrenatural quizás sea lo más natural.

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    La premisa es sencilla. La acción transcurre a fines del siglo XIX y se comprime en una solitaria isla frente a las costas de Nueva Inglaterra. Allí se dirigen Thomas Wake (Willem Dafoe) y Ephraim Winslow (Robert Pattinson), farero y asistente, respectivamente. Casi no se conocen, tienen cuatro semanas de aislamiento y trabajo rutinario para hacerlo.

    Eggers filma una película de otra época, en blanco y negro, con crudos contrastes y una exquisita gradación de grises (notable labor del director de fotografía Jarin Blaschke, el mismo de La bruja). Eggers y Blaschke aprisionan a los personajes y al paisaje, feroz, indomable, en la pantalla (el formato de la imagen es más “cuadrado”, por el aspect ratio de 1.19:1, como el de M, el vampiro de Düsseldorf y El testamento del Dr. Mabuse, de Fritz Lang). El uso expresionista que se hace que las luces y las sombras le confiere un aura de horror gótico al relato, caldeado por aislamiento, el alcohol, la soledad, la desconfianza, el resentimiento, la envidia y la paranoia. Entre el frío, la tormenta y la oscuridad, entre cenas y discusiones de dinámica prácticamente conyugal, aparecen amenazas, mentiras, verdades a medias y visiones seductoras y tenebrosas. Mientras el veterano cascarrabias cree que en las gaviotas viven las almas de los marineros ahogados, el joven Efraín se pregunta qué es lo que realmente sucedió con su antecesor, se masturba con una especie de amuleto y tiene misteriosos y alucinados encuentros con una sirena (Valeriia Karaman).

    La música de Mark Korven, que también trabajó en La bruja, reviste las imágenes con sonidos lóbregos, que pegan en el pecho y se acoplan al rugido del viento y el rasgueo de las olas contra las rocas. Korven utilizó el Apprehension Engine, un aparato que diseñó especialmente junto con el fabricante de guitarras Tony Duggan-Smith para crear la música de las pesadillas; según Brian Eno, es “el instrumento más terrorífico de todos los tiempos”.

    Este impecable dispositivo se completa con la fabulosa interpretación de los protagonistas, que se sacan chispas, componiendo personajes francamente difíciles. Ambos están soberbios. Aunque hay que reconocer que lo de Dafoe es grandioso, de otro planeta.

    Vida Cultural
    2020-03-12T00:00:00