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    Para América Latina la corriente a favor se terminó y ahora hay que navegar con motor propio, incluso con vientos en contra

    Enrique Iglesias, ex presidente del BID y actual secretario general iberoamericano

    Madrid. En octubre del 2008, cuando el huracán de la crisis ya azotaba a todo el mundo desarrollado, Enrique Iglesias, titular de la Secretaría General Iberoamericana (Segib) y ex presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), vaticinó en una entrevista con Búsqueda que Estados Unidos iba a ser el primero en “comenzar a salir” y que el proceso iba a ser más lento en Europa. Los Estados Unidos, dijo, “asumen sus pérdidas, las absorben y a otra cosa. Yo apostaría a que salen primero”.

    Casi cinco años después, los hechos le dan la razón. De todas formas, el reconocido economista uruguayo advierte hoy que la economía global tiene aún muchos desafíos por delante y, sobre ellos, habló en una nueva entrevista con este semanario.

    Para Iglesias, a Latinoamérica las cosas no van a seguir siendo tan fáciles como hasta hace poco, aunque ubica a México entre los países mejor preparados para esta nueva etapa. Ve nubes —si no nubarrones— para China, habla sobre la lentitud de la Unión Europea y sus razones, y del monumental problema que tiene España. Analiza los efectos inmediatos y a largo plazo de las medidas aplicadas en Estados Unidos y en Europa, y advierte al continente iberoamericano sobre la necesidad de lograr una real integración y ser prudentes con el gasto público y el control de la inflación. E insiste: “no hay soluciones fáciles ni mágicas”.

    El siguiente es un resumen de la conversación que Iglesias mantuvo con Búsqueda.

    Según “El País” de Madrid, el candidato indicado y que todos prefieren para sustituir a Enrique Iglesias al frente de la Segib, es Enrique Iglesias...

    —Vea: mi mandato, luego de una renovación, vence en octubre y ahí debe quedar. Permaneceré algún mes más, durante los pocos meses que demorará la elección de un nuevo secretario. Para mí fue una experiencia muy motivadora. Yo me siento profundamente iberoamericano. Creo que hay una comunidad unida por historia, cultura y lenguas que abre el campo a una cooperación especial que hay que seguir profundizando. En lo personal, pienso estar más tiempo en la Fundación Astur en Montevideo y seguiré con algunos compromisos en el exterior. Los años no perdonan.

    Hace casi cinco años, usted dijo que apostaría a que Estados Unidos sería el primero en salir de la crisis, algo que parece que los hechos confirman. ¿Qué es lo que ve hoy con respecto a la economía mundial?

    —Efectivamente, Estados Unidos está saliendo primero. Han puesto en marcha políticas de estímulo muy profundas y con gran coraje, por parte del Banco Central, expandiendo el crédito sobre la base de un mayor endeudamiento público. Está volviendo la confianza de consumidores y empresarios. No tanto la de los políticos, que siguen sin dar respuestas a una sociedad muy enfrentada. Pero el futuro queda con grandes desafíos, como el muy fuerte endeudamiento público que, más tarde o más temprano, deberá enfrentar el gobierno y que insumirá un porcentaje muy alto del presupuesto en el pago de intereses que, necesariamente, deberán subir de niveles históricamente bajos.

    —¿Y cuál es el panorama para Europa?

    —Europa va mucho más lenta. Varios países siguen en recesión con expectativas de un suave repunte en alguno de ellos. Pero apostando a lo máximo a un crecimiento muy raquítico y con la amenaza de futuras recaídas. En el caso de España, hay un problema monumental de desempleo. ¿Por qué sucedió eso? Hay muchas causas. Se puede comenzar diciendo que es mucho más fácil tomar decisiones de políticas en un país con un gobierno, que en una zona con 27 gobiernos. Cuesta mucho más decidir. Más aún cuando esos 27 están divididos en la forma que perciben la salida y donde no hay un auténtico Banco Central, ni el coraje para tomar grandes medidas con espíritu comunitario, como la mutualización de la deuda, por ejemplo. Ese es un gran dilema. Las salidas expansivas de la crisis, a la americana, tienen éxito en el corto plazo y dejan grandes desafíos para el futuro. Las salidas ortodoxas, a la alemana, suelen tener costos sociales muy fuertes en el corto plazo y prometen recuperaciones sólidas para el futuro. No hay soluciones fáciles ni mágicas. La solución va por el camino de políticas de ajuste, con estímulos al crecimiento, como parece estar procurando hoy la Unión Europea. Estos dos bloques unidos, el norteamericano y el europeo, son casi el 50% del producto mundial. Todo lo que allí acontezca, más tarde o más temprano afecta a la economía de todo el mundo. Esta importante iniciativa de un tratado de comercio e inversión del Atlántico Norte es un buen ejemplo de lo que digo.

    —¿Y cree que América Latina, que no sufrió tanto o le ha ido mejor, se mantendra en esa línea?

    —América Latina capeó mejor el temporal de los años 2008 y 2009. Precios de exportación altos, bajos intereses internacionales, fuertes inversiones extranjeras en la región, buenas políticas macroeconómicas internas, una banca tradicional sólida y márgenes para políticas de estímulo fiscal y monetario internas. Esa coyuntura cambió. El viento a favor se terminó y ahora hay que navegar con motor propio y, a veces, con vientos en contra. Como, por ejemplo, un eventual enlentecimiento de la economía china. Hay que ponerse a pensar en esos nuevos términos.

    ¿Qué va a pasar con China?

    —China es, efectivamente, una experiencia histórica inédita. Una economía que ha hecho posible sacar cientos de millones de sus gentes de la pobreza, crecer a tasas exóticas y convertirse en la gran fábrica del comercio mundial pasaría a ser la primera economía del mundo en pocos años. Pero un crecimiento basado en las exportaciones y la atracción de capitales tiene sus límites, que están aflorando. El ascenso de las clases medias pone de manifiesto en forma muy fuerte la desigualdad y el reclamo de profundos cambios sociales. Así lo ha entendido el actual gobierno. China tiene que apuntar a un crecimiento más basado en su inmenso mercado interno real y, sobre todo, potencial. Eso traerá impactos sobre el comercio exterior, dado el gran peso de ese gigante en el comercio mundial. Habrá que prepararse para una moderación, por decir lo menos, de los precios de las materias primas, de los que nos hemos beneficiado en los últimos años.

    ¿Qué sugiere que tienen que hacer los países latinoamericanos?

    —Prepararse para tiempos mucho más competitivos en el mundo y quizás economías más proteccionistas, que requieren políticas audaces. Algunos países, como México, están viéndolo en la medida que tienen exportaciones con alto contenido tecnológico, amparados por (y a las puertas abiertas de) su gran vecino. Los países latinoamericanos deberán acometer las reformas pendientes, especialmente en la educación, en la competitividad y en el Estado, que se está quedando incapaz de dar respuesta a los nuevos desafíos. Pero, sobre todo, ser muy prudente con el gasto público y con el control de la inflación. Y déjeme decir algo más: tenemos que aprovechar mejor el mercado regional latinoamericano, que se acerca a los siete trillones de dólares de dimensión, con políticas flexibles e inteligentes de cooperación y de integración regional y subregional. Yo siempre creí en la integración. Hoy más aún frente a los nuevos desafíos del mundo. Siempre pensé que en estos mares procelosos es mejor navegar en convoy que separados. Pero eso implica volvernos más realistas, menos comprometidos con instrumentos y metas que no podemos cumplir y alimentan la frustración, pero apostar a una creciente integración inteligente entre nosotros. No para cerrarnos más, sino para poder competir mejor en un mundo mucho más duro que el que dejamos atrás.

    Un Papa sincero, directo y valiente

    —Usted acaba de tener una entrevista privada con el Papa Francisco, a quien ya conocía desde antes. ¿Qué impresión le generó ahora como jefe de la Iglesia?

    —Yo lo conocí en momentos difíciles de la situación económica argentina y ahí pude apreciar su profundo compromiso social. Lo encontré en esta oportunidad firme, seguro de su misión, con decidida voluntad de modernizar la Iglesia Católica e influir con su palabra en los desafíos que debe enfrentar el mundo y, sobre todo, América Latina. Es un Papa profundamente latinoamericano y conoce muy bien a la región, a su gente y a sus líderes. Su compromiso con la pobreza es de vieja data y, por esa vía, cuestiona las formas de vida, el consumismo y resalta la necesidad vital de la austeridad para poder sobrevivir en este planeta. Comienza dando su ejemplo personal y la elección de su nombre como obispo de Roma lo dice todo. Es muy sincero, directo y valiente. Ojalá que sus ideas ayuden a que los que detentan el poder en el mundo asuman su compromiso con la civilización en la que viven y de la que viven. Encontré un apego a la solidaridad hondamente cristiano. La filosofía de los valores lo lleva a promover conceptos que remueven, a partir de la tolerancia responsable, viejos criterios de su propia iglesia. Creo que la sinceridad con que dice lo que piensa le allanará el camino a la comprensión. En pocas palabras, lo sentí muy firme y convencido de su misión. Muy honesto consigo mismo y con su fe cristiana. Ojalá que la biología le permita lograr buena parte de lo que proponen sus mensajes a los católicos y a la sociedad, especialmente la latinoamericana.