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Río de Janeiro (Gerardo Lissardy, corresponsal para América Latina). Cuando el presidente José Mujica insultó esta semana a los directivos de la FIFA, muchos se asombraron por la dureza de sus palabras: “La FIFA son una manga de viejos hijos de puta”. Pero aparte de exhibir su rabia con la suspensión aplicada al goleador uruguayo Luis Suárez por morder a un defensa italiano, Mujica también dio en ese momento una señal inequívoca de que lo que ocurría con La Celeste en el Mundial de Brasil era algo importante para él, a tal punto que se apartó de la moderación que ha mostrado en otros asuntos como jefe de Estado.
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No es que Mujica —que de joven practicó el ciclismo y localmente se define como hincha de Cerro— sea un gran aficionado al fútbol. Tampoco lo son sus pares de Brasil o Chile. Sin embargo, ellos también han mostrado en los últimos días un interés especial por sus selecciones nacionales, con palabras y hechos. Hasta el mandatario venezolano Nicolás Maduro, cuyo país falló en clasificar a la Copa y tiene al béisbol como deporte más popular, se tomó su tiempo para hablar de fútbol y Suárez, afirmando que “le inventaron todo un expediente”.
Claro que la tendencia de los gobernantes a involucrarse en los asuntos del fútbol está lejos de ser algo nuevo en la región. Pero sí parece novedoso el hecho de que ahora lo hagan con tanta determinación distintos exponentes de la izquierda latinoamericana, que en el pasado tuvo un ala intelectual que despreciaba al deporte rey como un espectáculo que distraía la atención popular de cuestiones más importantes y que denunciaba la utilización de los mundiales por parte de gobiernos conservadores o dictaduras militares.
“Los actuales gobiernos hacen la misma cosa: no es una cuestión ideológica, (pero sí) probablemente más populista. Y el fútbol, por ser popular, puede ser trabajado desde el punto de vista populista por esas izquierdas”, sostuvo Marcelo Coutinho, un profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro especializado en América Latina.
A su juicio, la explicación pasa por el hecho de que el balompié y sobre todo un Mundial en Brasil, ofrece a los países de la región una oportunidad singular para ocupar un sitio relevante en el escenario global. “América Latina siempre fue goleada en otros aspectos y tuvo en el fútbol su revancha”, dijo Coutinho a Búsqueda. “El fútbol es donde los latinoamericanos se vuelven campeones”.
“Confianza en ustedes”
Los presidentes de la región parecen tener también razones particulares para interesarse por sus selecciones en el Mundial. El caso más notorio es el de la brasileña Dilma Rousseff, cuyo país invirtió U$S11.000 millones en organizar la fiesta del fútbol. Aunque las protestas callejeras contra esos gastos se desinflaron desde el comienzo del torneo y la Copa ha sido exitosa hasta ahora en materia de goles y espectáculo, los analistas advierten que el descontento popular por el esfuerzo económico realizado continúa latente a pocos meses de las elecciones de octubre.
“Si Brasil es campeón, el efecto político de eso se vacía en cuestión de días. Ahora, si Brasil pierde, es probable que las personas presten más atención a los gastos de la Copa y el efecto político puede ser en ese caso más prolongado”, advirtió Coutinho.
Así las cosas, Rousseff se ha dedicado a exaltar a la seleção como su hincha número uno. A comienzos de junio aseguró que alentó por su país incluso cuando estaba presa por integrar una guerrilla de izquierda y muchos de sus correligionarios creían que un triunfo de Pelé y compañía en México 1970 favorecería a la dictadura militar brasileña.
“Gracias, jugadores. Brasil tiene confianza en ustedes”, tuiteó Rousseff el sábado tras la sufrida clasificación del conjunto dirigido por Luiz Felipe Scolari a cuartos de final, venciendo por penales a Chile. El martes Rousseff volvió a usar las redes sociales para expresar su apoyo a Scolari y afirmar que “es hora de unión” en torno a la selección brasileña.
Brasil tendrá que enfrentar ahora a Colombia, cuyo presidente Juan Manuel Santos fue reelecto un día después del debut con victoria de la selección de su país ante Grecia (3-0). Es difícil establecer si esa goleada influyó en el resultado electoral, pero existen estudios en Estados Unidos que sugieren que los mandatarios que aspiran a permanecer en el cargo pueden beneficiarse más que sus opositores de un éxito deportivo en vísperas de comicios. Santos no es de izquierda, pero obtuvo un apoyo decisivo de los votantes de ese lado del espectro político.
También los presidentes de países eliminados del Mundial mostraron respaldo a sus selecciones. Mujica fue el domingo al aeropuerto a recibir a Uruguay, que eliminó a dos ex campeones del mundo como Inglaterra e Italia, pero perdió 2-0 ante Colombia en octavos de final. Fue en la terminal de Carrasco donde el mandatario insultó a la FIFA y calificó de “fascista” la sanción de nueve partidos oficiales sin jugar y cuatro meses alejado del fútbol impuesta a Suárez, que el lunes pidió perdón por su mordisco a Giorgio Chiellini. Es la tercera suspensión que el goleador recibe en su carrera por morder a rivales, pero gran parte de los uruguayos creen como Mujica que el castigo es excesivo.
En Chile, la presidenta socialista Michelle Bachelet retrasó un viaje que tenía previsto a Estados Unidos para recibir el domingo en el palacio de La Moneda a la selección que estuvo a punto de eliminar a Brasil. “La gente los mira como ejemplo de garra y esfuerzo”, sostuvo durante el encuentro Bachelet, quien dice ser hincha de “la roja”, pero de ningún club de su país.
Quizás uno de los presidentes más “futboleros” de la región, el ecuatoriano Rafael Correa, también expresó orgullo por su selección tras ser eliminada en la primera fase. Sin embargo, antes del inicio del Mundial el propio Correa había marcado distancia del equipo dirigido por Reinaldo Rueda, advirtiendo que le faltaba “explosión” y “audacia”.
“Dos cosas distintas”
Los esfuerzos de la izquierda latinoamericana por dar su propia visión de Brasil 2014 han incluido un programa de TV en la cadena venezolana Telesur, conducido por el ex futbolista argentino Diego Maradona y el relator Víctor Hugo Morales. En ese espacio denominado “De Zurda”, Maradona entrevistó a Mujica sobre la suspensión de Suárez (“Sentimos que hay una agresión a los pibes del pobrerío”, dijo el presidente) y difundió una carta que le envió el líder de la revolución cubana Fidel Castro expresando su admiración por el actual capitán de la selección argentina, Lionel Messi.
No se ha informado cuánto dinero recibe Maradona por participar en ese programa, pero algunas versiones sostienen que se trata de millones. Ayer miércoles, el ex crack de la albiceleste reveló que “podría ser” el próximo técnico de la selección de Venezuela. Pero aclaró que antes debe hablar del asunto con Maduro, sugiriendo que será el propio mandatario quien definirá el nombramiento por sobre la Federación Venezolana de Fútbol (FVF).
El programa de Maradona también es transmitido por la TV Pública argentina. La gran expectativa que existe en ese país por la posibilidad de ganar el Mundial contrasta con el panorama sombrío que enfrenta en materia financiera ante el riesgo de una nueva cesación de pagos el 30 de julio y en materia política tras el procesamiento del vicepresidente Amado Boudou por un caso de corrupción.
La presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, es quizás la que mayor cautela ha tenido en el aliento a su selección desde el inicio del Mundial. En su país los medios sostienen que declinó una invitación de Rousseff para viajar a Brasil para evitar el riesgo de ser tachada de “mufa” como pasó en los 90 con su antecesor Carlos Menem. Pero el día previo al puntapié inicial usó su cuenta en Twitter para promover el programa de Maradona y Morales y pedir “que la copa quede en la Patria Grande”.
El analista político argentino Manuel Mora y Araujo sostuvo que quizá Fernández también piense que “le viene bien” un éxito de la Albiceleste ante todos los problemas que enfrenta. Sin embargo recordó que Argentina ganó su primera Copa del Mundo en 1978, organizada en el propio país por una dictadura militar que buscaba legitimarse, y la segunda en 1986 durante la presidencia de Raúl Alfonsín, y en ningún caso el triunfo aumentó el apoyo popular al gobierno.
“Si uno analiza la historia de los mundiales y los países involucrados, casi nunca ha tenido un efecto relevante sobre la situación política”, dijo Mora y Araujo a Búsqueda. “Hay un supuesto de que la gente es un poquito tonta, entonces un éxito futbolístico se traslada a la política. Y no es así: la gente sabe muy bien que son dos cosas distintas”.