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Por supuesto que es un juego de palabras, pero la idea es experimentar con el tiempo tal como lo hizo Robert Zemeckis en “Volver al futuro” (1985-1990, cuya segunda parte, la de 1989, era verdaderamente ingeniosa), y en mucho menor medida Ashton Kutcher en “El efecto mariposa” (2004), que era más complicada. Retroceder en el tiempo para corregir alguna cosa que trae malos recuerdos es algo que todos quisieran hacer. Acá es Bill Nighy quien le revela a su hijo Domhnall Gleeson, el día en que cumple 21 años, que los varones de su familia pueden viajar en el tiempo. “No puedes acostarte con Helena de Troya ni matar a Hitler”, le advierte, pero el único interés del muchacho es conseguirse una novia, porque es tímido y tiene tendencia a meter la pata.
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Así comienza esta comedia romántica de Richard Curtis (creador de la serie “Mr. Bean”, libretista de “Cuatro bodas y un funeral” y “Un lugar llamado Notting Hill”, director de “Realmente amor”) y, tal como está concebida y armada, es más romántica que otra cosa. Propone que el joven Gleeson se enamore a primera vista de la bonita Rachel McAdams (que ya supo excitar locamente a Ryan Gosling en “Diario de una pasión” y a Eric Bana —que era otro viajero del tiempo— en “Te amaré por siempre”) y subsane sus metidas de pata rehaciendo los hechos para mejorar su imagen y parecer más canchero. Lo logra merced a su tenacidad, a pesar de que su padre le había dicho que esa mágica cualidad no haría que alguien se enamorara de él.
Cumplido ese primer tramo, el chico decide emplear su hereditaria habilidad en cambiar cosas que no le gustan, lo cual traiciona evidentemente la más pura lógica (bueno, ¿importa eso algo?) porque como ya vimos que le ocurría a Michael J. Fox en las películas de Zemeckis, cualquier modificación que se haga en el pasado va a alterar inevitablemente el presente, porque cada vida está ligada a otras vidas (como demostró Frank Capra en “¡Qué bello es vivir!”, 1946) y la reacción en cadena puede ser tremenda. Pero no hay que preocuparse, porque a fin de cuentas esta es una comedia liviana que presume de ingeniosa, así que unas cuantas paradojas temporales no van a cambiar su esencia. El público solo quiere divertirse mientras come pop y espera a ver qué va a pasar.
Y pasa de todo. Con el ingenuo recurso de encerrarse en un armario oscuro y apretar los puños, Gleeson puede modificar cuántas veces lo desee cualquier situación molesta, hasta que de pronto comprueba dolorosamente que algo cambió cuando no debía cambiar, es decir, la intención era cambiar una cosa para mejorarla y eso trajo aparejado la modificación de otra que estaba bien y ahora no. Se podía haber explotado mejor toda esa compleja arquitectura temporal, pero la superficialidad del libreto es tal, que nadie se toma demasiado en serio nada, empezando por el director y terminando por el más distraído de los espectadores en la sala, que ya se bajó toda la bolsa de pop y está deseando irse para su casa.
En una palabra: películas como esta funcionan si se procede con cierto rigor, o más precisamente, con una equilibrada lógica interna. Pero Curtis parece más interesado en el romance eterno de Gleeson-McAdams que en el asunto de viajar en el tiempo, un recurso que aparece y desaparece en forma por demás caprichosa y que nunca es el motivo central del filme. Acá se muestra la historia de una familia que crece, se multiplica, cumple un ciclo vital, transcurren los años, y así la película podría durar nueve horas y media mientras el protagonista vuelve atrás y la hace comenzar de nuevo, a riesgo de que los espectadores vayan abandonando la sala a medida que las horas (o los días) vayan pasando y la historia amenace con no terminar nunca.
Por suerte dura “apenas” dos horas y tres minutos, que ya es demasiado. Una miniserie hubiese sido tal vez el formato más apropiado, pero hay que reconocer que el elenco está bien y logra mantener la atención sin que se noten los baches del argumento ni el estiramiento en demasía de algunas escenas que se hubieran beneficiado con la virtud de la síntesis. Ah, y los mejores chistes ya estaban en la sinopsis, lo cual termina por ser una medida publicitaria eficaz pero de resultado contraproducente.
“Cuestión de tiempo” (About Time). Gran Bretaña, 2013. Escrita y dirigida por Richard Curtis. Con Domhnall Gleeson, Rachel McAdams, Bill Nighy, Lydia Wilson, Lindsay Duncan, Tom Hollander, Richard Cordery. Duración: 123 minutos.