N° 1936 - 21 al 27 de Setiembre de 2017
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáTreinta y seis millones de dólares. ¿Cuántos emprendimientos productivos se podrían hacer si alguien tuviera, cada año, 36 millones de dólares libres para destinarlos a inversiones de provecho para el Uruguay y los trabajadores?
Pues 36 millones de dólares es lo que cada año gasta (no se puede decir “invierte” y casi debería decirse “tira”) el Estado uruguayo para subsidiar la producción de etanol basado en caña de azúcar en la ciudad de Bella Unión, cuyos 13.000 habitantes viven directa o indirectamente de este cultivo zafral.
Es una locura que se arrastra sin ningún sentido lógico desde hace décadas a 625 kilómetros de Montevideo y que recibió un empujón adicional desde el año 2006, cuando el primer gobierno del Frente Amplio puso en marcha, bajo la bendición tupamara, un “proyecto sucroalcoholero” y la creación de la empresa estatal Alur (Alcoholes del Uruguay), que es y será eternamente deficitaria.
A la entrada de Bella Unión, un cartel da la bienvenida a los visitantes. “Capital de la caña de azúcar”, dice. La gente que allí reside parece estar orgullosa de vivir de una cosa tan improductiva como plantar trigo en el Amazonas o poner una fábrica de hielo en Alaska. (A costillas de Juan Pueblo, por supuesto, que es quien pone la plata por medio de impuestos y tarifas altas para que el “orgullo sucroalcoholero” reine en el noroeste de Artigas).
La única razón que podría sustentar la decisión política de seguir adelante con esta insanía es la nostalgia por los albores de la lucha guerrillera de los tupamaros. Porque las marchas que encabezó Raúl Sendic (padre) en apoyo a los reclamos de los cañeros (“peludos”) bajaban hasta la capital bajo la consigna “UTAA, UTAA, por la tierra y con Sendic”. Pero no puede salir tan terriblemente caro para los uruguayos un sentimiento de nostalgia.
¿Por qué es imposible que algún día resulte rentable el negocio de la caña de azúcar en Uruguay? Por simples motivos geográficos y climáticos. Los lugares donde la plantación de caña de azúcar es realmente un negocio son zonas tropicales. Como Uruguay no está en ellas, todo el proceso es ineficaz, ineficiente y cuesta arriba.
Un informe de Búsqueda publicado el jueves 14 (Nº 1.935) es bien contundente en este sentido. Según datos oficiales, el metro cúbico de etanol que produce la planta de Alur en Bella Unión cuesta 2.100 dólares. Ancap lo compra a 1.995 dólares porque distribuye el resto del sobrecosto en el precio que paga por el etanol de Paysandú, que adquiere a 1.379 dólares cuando podría pagar mucho menos. En otros países, los que están más cerca del trópico, el metro cúbico de etanol cuesta 700 dólares. Solo en 2016, Ancap pagó 36 millones de dólares por sobrecosto del etanol de Bella Unión.
Estos elementos básicos de la naturaleza (la geografía y el clima) tienen un obvio impacto en el rendimiento de cada hectárea plantada: mientras en Uruguay es de 52,5 toneladas por hectárea, en las otras áreas del planeta el promedio es el triple (150 toneladas por hectárea).
“¿Y qué hacemos con la gente de Bella Unión?”. Esa es la excusa que siempre se coloca por delante para frenar cualquier intento de innovación y reconversión laboral. “La gente vive de la caña de azúcar; si se le saca eso, se muere”. Gran mentira.
Para empezar, hay que recordar el atraso en que viven esos trabajadores en pleno 2017. En Uruguay, los cañeros todavía emplean el hacha, cortador o “peludo”, un sistema manual que se ha dejado de utilizar en casi todo el mundo, donde se mecanizó la producción para abaratar costos, mejorar tiempos y reconvertir a los operarios a otras tareas más sanas y menos sacrificadas. Pero en Uruguay, esa mecanización, como máximo, podría llegar al 30% del área de cosecha porque las condiciones climáticas exigen un tipo de riego que impide la formación de grandes cuadrantes de campo para el ingreso de las máquinas. Como consecuencia de eso, cada uno de los 1.400 cortadores de caña reclutados por Alur tienen que cubrir 500 metros de surcos y cargar al hombro unos 2.500 kilos de caña por día. Es un trabajo muy duro.
¿Qué hacemos con la gente de Bella Unión? Contra lo que se suele pensar, los obreros están dispuestos a cambiar de vida. El presidente de UTAA (Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas), Jorge Roda, declaró que si los políticos quisieran “terminar con toda la industria azucarera y los proyectos alcoholeros está muy bien, pero dennos una salida laboral a las miles de personas que vivimos de la caña”. A su vez, Jorge Franchini, secretario general del Sindicato de Obreros de la Caña de Azúcar, dijo: “Hoy dependemos de la caña de azúcar para sobrevivir. Y no da para todos. Entonces busquemos alternativas, pero que sean reales”.
¿Cuál es la razón por la que toda esta gente, sus hijos, nietos y bisnietos deberían quedar condenados a un trabajo semiesclavo, atrasado, deficitario, improductivo y extenuante? Salvo la nostalgia tupamara, ninguna. Y no hay nostalgia que valga frente a la posibilidad de mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos.
¿Por qué no pensar en cambiar de raíz una situación que nunca va a avanzar? ¿Qué es lo que impide a Bella Unión transformarse, por ejemplo, en un mini Silicon Valley, la zona sur de la bahía de San Francisco donde se instaló poco a poco el gran emporio mundial de empresas de tecnologías de la información?
Uruguay tiene “empleo negativo” en el área de la tecnología de la información. Es decir, no solo tiene pleno empleo sino que le faltan programadores, creativos, diseñadores, contadores, administradores de empresas y economistas para la gran oportunidad que le ofrece el mundo a efectos de exportar software.
Miguel Brechner, presidente del Plan Ceibal, me dijo cuando le pregunté sobre esto que el país precisa unos 10.000 programadores más para satisfacer la demanda que están teniendo las 350 empresas del sector, que ya exportan 300 millones de dólares por año. Cuando lanzó el plan Jóvenes a Programar, hubo 12.000 inscriptos. Quedaron 1.100 haciendo el curso.
Irlanda, un país de apenas 70.000 kilómetros cuadrados y 4,5 millones de habitantes, tiene un PBI de 324.000 millones de dólares (seis veces mayor que el uruguayo) y es uno de los principales exportadores de software del mundo. El PBI per cápita en Irlanda es de casi 70.000 dólares; en Uruguay apenas supera los 16.000 dólares.
Según Leonardo Loureiro, presidente de la Cámara Uruguaya de Tecnologías de la Información (Cuti), Uruguay podría tener hoy mismo una performance mucho mejor vendiendo software. En lugar de vender 300 millones de dólares y seguir rechazando pedidos por escasez de personal calificado, podría estar exportando miles de millones, asegurando empleos genuinos y bien remunerados para miles de uruguayos, entre ellos los habitantes de Bella Unión.
Cuando a su antecesor, Álvaro Lamé, lo interrogaban sobre esto, él decía que en lugar de plantar árboles había que “plantar gente”, lo que suponía capacitarla primero y después lanzarla a un mercado laboral hambriento.
Para efectivizar un cambio cultural serio entre el poblado y los trabajadores de Bella Unión, se precisaría mucho menos dinero que los 36 millones de dólares que el Estado vuelca año tras año con el ilusorio propósito de generar una esperanza vana. Basta con destinar parte de esos ingentes recursos para que los cañeros actuales y, sobre todo, sus hijos y nietos, se recapaciten en otra actividad redituable y escapen del calvario que sufren hace tanto tiempo.
Claro que para eso hay que cambiar los paradigmas, hacer cosas serias, concretas y rápidas, y dejar la guitarra en el ropero. La nostalgia es para los 24 de agosto. Y, si aún quieren mantener algo de ella, el nombre de la primera empresa de software en Bella Unión podría ser Peludos Inc. Pero para competir con Google, Facebook, Whatsapp, Twitter, Instagram o Snapchat. No con la fantasía de ubicar a Uruguay en el Caribe y pretender que la naturaleza, el clima y la geografía se adapten a la ignorancia de unos pocos políticos descerebrados.