N° 1940 - 19 al 25 de Octubre de 2017
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáMe prometí no volver a escribir sobre el tema catalán y trataré de mantenerme firme en mi propósito. Lo que sí me resulta inevitable, es sacarlo a colación para hablar de cómo circula la información en estos días y de cómo, en general, se lee para confirmar prejuicios antes que para desmontarlos.
Uno de los consejos periodísticos más viejos y útiles es aquel que recomienda contar con tres fuentes independientes antes de dar por buena una noticia. Es decir, con tres fuentes calificadas y que no pertenezcan a la misma casa matriz, que hayan sido contrastadamente serias en la información que brindan. Esa recomendación para periodistas, que ciertamente no siempre parece ser tomada en cuenta por los profesionales, es bastante buena también para los lectores que estén interesados en algún tema y quieran formarse una opinión más o menos sólida al respecto. Ya que el lector no va a salir a buscar fuentes primarias para su lectura, puede intentar leer la misma información en dos o tres medios distintos y, si tiene interés, buscar algo más en el blog de algún profesional consistente.
De ninguna manera debe entenderse consistente como “aquel que dice lo que quiero oír”, sino como aquel que ha dado señales estables de ecuanimidad en los temas que trata. Es decir, gente con la que a veces uno puede estar de acuerdo y otras veces no. Y ese acuerdo o desacuerdo provienen no tanto de lo que uno puede confirmar en lo que lee sino de aquello que, bien expuesto, bien argumentado, resulta más o menos convincente en su lógica.
El problema que tiene este método es que exige cierto tiempo, interés y dedicación. A mí me ocurre que, por ejemplo, si el tema me interesa poco, digamos, quien metió los goles en la clasificación mundialista de Islandia, no voy mas allá de lo que salga en un diario, el que sea que me encuentre. Cosa distinta es si el tema me interesa, como ocurre por diversos motivos con el tema catalán. Ahí voy y busco el dato en distintos medios, algunos que sé que son pro y otros que sé son contra. Y algún tercero, que no tengo claro a qué juega. Y, luego de haber filtrado toda la morralla que sé que siempre tienen sus textos, trato de ubicar los datos duros, el núcleo de la noticia. Just the plain facts. Luego, aderezado con reflexiones que puedan aportar politólogos, historiadores y otros técnicos, intento construir una foto más completa que me permita contextualizar esos hechos que dejé pelados tras las primeras lecturas. Es decir, trato de ser un lector tan serio como creo son los temas que me interesan.
Por supuesto, esta columna no tiene la pretensión de dar lecciones sobre cómo se debe leer la información. Lo que sí intento dejar asentado es que, pese a la constante queja sobre lo difícil que es distinguir actualmente la paja del trigo, en realidad basta con un poco de periodismo de primero de UTU para lograr armar ese mosaico que es la noticia. Es decir que cuando un lector o un periodista no se toman esa molestia, no es porque sea imposible escapar de la maraña de mentiras del “sistema”, sino básicamente por mera pereza. O porque temen encontrar aspectos de la información que pueden contradecir su idea previa sobre el asunto. Lo que últimamente se viene llamando “sesgo de confirmación”: la tendencia a recordar cosas e informaciones que tienden a confirmar las creencias previas.
De ahí que, volviendo al ejemplo de la crisis catalana, la mayor parte de quienes están convencidos de que España es la Estrella de la Muerte liderada por el fantasma de Franco (por más que en cualquier ranking democrático esté entre los veinte países más consolidados) crean cualquier información parcial o sesgada que lo confirme. Por poner un ejemplo reciente, una nota de un semanario uruguayo decía en su primera línea que el gobierno español había hecho caso omiso a la marcha atrás del presidente de la Generalitat y “enseñaba los dientes”. La aseveración del periodista omitía detalles tan claves como que la marcha atrás de los separatistas catalanes no incluía abandonar la idea de una DUI (Declaración Unilateral de Independencia) o que el “referéndum” del 1º de octubre fue considerado ilegal no por el gobierno, que no tiene potestades para ello, sino por el Tribunal Constitucional. Ese mismo semanario publicaba en ese mismo número una nota sobre las elecciones en Venezuela y leyéndola, uno podría creer que se trataba de unas elecciones tranquilas en un país tranquilo donde el Estado no muestra los dientes. Lo malo es que los datos son tercos y los muertos, que además de gente también son un dato, pasan en Venezuela los 120.
Yo tengo la tendencia a creer que la única forma de que la prensa no venda mercadería averiada es que los lectores no la compren. Es decir, en la medida en que los lectores sean capaces de contrastar la información y alcanzar conclusiones propias, el problema de comprar fruta podrida resulta más acotado. Por eso, para identificar esos hechos que nos son escamoteados, es que resulta conveniente siempre leer varias fuentes de distintos colores.
Pero que el sesgo de confirmación exista entre los lectores no representa el mismo problema que su existencia entre los periodistas. Y es que una cosa son las opiniones sobre un asunto y otra los hechos de ese asunto. Omitir cosas como que una de las partes del conflicto catalán está instalada en la más flagrante ilegalidad desde el pasado 6 de setiembre, es más que un error. Es un sesgo que se puede entender entre lectores, pero que resulta inadmisible entre profesionales del periodismo. Otra cosa es la opinión que se desee construir a partir de esos hechos, pero eso es harina de otro costal.
Ampliando un poco el foco, una cosa es el derecho que tienen todas las opiniones a ser expresadas y otra su calidad. Es decir, aun en la sociedad más abierta, esa que admita la expresión de todas las opiniones, estas siguen teniendo diferentes calidades. Y la medida de su calidad no es, no puede ser, su cercanía a nuestras creencias previas. El sentido de la información, del acto de estar informado es, precisamente, tener material para cuestionar nuestro prejuicio. Es darse herramientas para sacar la cabeza del balde, no para meterla más profundamente en él. Responsabilidad de periodistas y lectores, pero sobre todo, de periodistas.