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    Pisando el umbral de la campaña

    N° 1962 - 22 al 28 de Marzo de 2018

    Quien haya seguido con atención la confrontación de ideas y debates políticos que se han dado tras el restablecimiento democrático en 1985 advierte que el país está ante un cruce de caminos y que en la próxima elección los uruguayos deberemos decidir entre la continuidad de un proceso de socialización o un cambio que retome los fundamentos de la economía de mercado y los principios republicanos.

    La “inesperada” protesta de los ruralistas “autoconvocados” tuvo la virtud de poner en primer plano sus propias dificultades y las que enfrentan otros sectores productivos. Dio visibilidad también a situaciones que afligen a la inmensa mayoría de trabajadores y pasivos.

    Pero además, la lenta, torpe, espasmódica reacción del oficialismo, enamorado de su gestión (notorio en la cadena televisiva del 28 de febrero), mostró que no atina a entender cómo y por qué un tercio de los electores que le votaron hace tres años se expresa distante, insatisfecho. Constatación que torna impredecible el resultado de la próxima elección legislativa y presidencial.

    Los insistentes reclamos de los sectores productivos nacionales que se quejan de la excesiva presión impositiva, del alto costo de la energía, del “atraso cambiario”, de la baja o nula rentabilidad en su actividad, del aumento del endeudamiento para  mantener viva la ilusión de un país floreciente, así como los beneficios otorgados a “grandes inversores” que las empresas locales no reciben, han ido generando un cambio en el clima político en el país.

    También contribuyen a ello el sentimiento de indefensión de los ciudadanos ante la ola de violencia criminal, la desilusión y la pérdida de esperanza de miles de trabajadores y pasivos que advierten que las mejoras de sus salarios y pasividades no cambiará sus vidas. 

    Si esto fuera todo, lo que ya es bastante, la cosa no sería tan preocupante para el oficialismo.

    Ocurre que a todo esto se han ido sumando en estos trece años (en realidad 27 si se incluyen situaciones vividas en el gobierno departamental de Montevideo) de promesas incumplidas, negocios a pérdida, irregularidades administrativas y abusos de poder varios, casos de corrupción, nepotismo y clientelismo político. Y la soberbia de desestimar toda propuesta opositora y de creer que no hay mejores políticas y decisiones que las suyas.

    En realidad nada que no se haya visto u oído antes. Pero el caso es que ahora está todo a la vista de quien quiera verlo y que el Frente Amplio llegó al poder autoinvestido de una aureola de eficiencia, honestidad administrativa, de moralidad y defensa de principios éticos. No puede sorprender por tanto que muchos de sus votantes se pregunten: ¿qué queda en pie hoy de todo ello?

    ¿De la “revalorización de la democracia”, anunciada post dictadura, cuando sectores radicales simpatizan o apoyan abiertamente a gobiernos autoritarios y/o corruptos de la región y otros asumen ominosos silencios por interés o por temor a perder posiciones de poder alcanzados en estos años?

    Si algo faltaba, el pronunciamiento esta semana del fiscal Luis Pacheco respecto de los negocios de Ancap durante la presidencia de Raúl Sendic no hizo sino confirmar cuestionamientos y denuncias opositoras.

    Este notorio cambio de clima político que vive el país, que el discurso oficialista no puede ocultar ni ignorar, al tiempo que acentúa la preocupación y el nerviosismo en filas oficialistas ha retemplado el ánimo de la oposición, particularmente en filas del nacionalismo, que, al leer las encuestas, se siente el gran contendiente del FA para octubre 2019.

    Aunque conscientes de que este nuevo clima político les abre una ventana de oportunidad, las principales fuerzas de la oposición no creen necesario constituir un frente electoral común.

    Pese a que en estos años han compartido cuestionamientos a decisiones y políticas gubernamentales y exhibido coincidencias en temas relevantes (seguridad pública, educación, inserción económica internacional, infraestructura vial, etc.), consideran (no todos) que la mejor estrategia es participar aisladamente en octubre —comicio en el que se define la integración del Parlamento— aún a riesgo de que el FA pueda beneficiarse por mejores restos en la adjudicación final de bancas.

    Las encuestas de los últimos dos años indican que ese tercio de votantes insatisfechos del FA no engrosa las filas de otros partidos, definiéndose como indecisos. Por ahora no emigran hacia otros lemas. Pero siendo el sufragio obligatorio y sancionada la no participación, en última instancia habrán de acompañar —con adhesión o por rechazo— alguna de las ofertas (partidos, candidatos) presentadas.

    Aunque no hay información disponible ese tercio de votantes del FA insatisfechos (unos 150.000 electores) es razonable suponer que no es un grupo homogéneo ni por edad, ni por educación o situación económica, ni por lugar de residencia, grado de politización o ideología. Cada uno de ellos tiene sus motivos de inconformismo. La importancia y profundidad de ese sentimiento determinará si en su hora volverán a votar por el FA o lo castigarán. Por izquierda, por centro o por derecha. La experiencia histórica indica que, más allá de partidarismos, no hay electores cautivos.

    En las últimas tres elecciones (2004, 2009, 2014) el Partido Nacional ha sido la fuerza opositora mayoritaria y por tanto es la que hoy por hoy luce con más chance para desplazar a la coalición de izquierda. Lo ha sido por su fuerte arraigo en el interior del país pero también por el “castigo” de muchos electores que responsabilizaron al Partido Colorado de la crisis económica de 2002.

    Si bien hay votantes blancos y colorados cuya adhesión, basada en la historia y sus tradiciones, es muy fuerte, desde la implantación del balotaje en 1996 hay evidencia de que muchos de esos electores no sienten ningún conflicto en votar por un candidato del otro lema “tradicional”.

    Ese perfil común, opuesto radicalmente a las ideas socialistas de la izquierda, se ha manifestado y fortalecido desde 1999 en cada segunda vuelta, así como en elecciones departamentales en las que no rige el balotaje.

    Así las cosas, la eventual candidatura de Ernesto Talvi por el Partido Colorado incorpora un ingrediente nuevo en el panorama electoral. Porque tras años al frente del Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social, tiene una visión de conjunto de la problemática del Uruguay y de su gente, de lo que ha dado muestra en sus conferencias de Ceres y en los Encuentros Ciudadanos con los que ha recorrido el país en los últimos dos años. De incorporarse a la política como candidato, Talvi no solo aportaría un planteo coherente, maduro, inteligente. Quizás también un equipo de gente nueva, incontaminada de tics y mañas políticas. 

    En este nuevo escenario político que se perfila no se visualiza aún la capacidad de atracción de la propuesta socialdemócrata del Partido Independiente, quizás un tanto distante del grueso del electorado. Tampoco el apoyo que recibirá el “outsider” Edgardo Novick y su Partido de la Gente, y más aún el de la oposición por izquierda de la Unidad Popular.

    Hay una interrogante que estará sobre la mesa durante la campaña. ¿Si la oposición derrota al Frente Amplio, podrá acordar un programa de gobierno común y llevarlo a cabo? No es un tema menor y a eso los opositores deberán dar respuestas claras y convincentes.