La primera escena es alucinante. Tres imágenes silenciosas, tres visiones al rayo del sol, como fotos de elevaciones rocosas. Un paisaje árido, duro, en el medio de la nada. En silencio también, un pantalón vuela por el aire, en cámara lenta, se inflama y cae en el pavimento de una angosta carretera solitaria. Es una visión delirante, desconcertante. Evidentemente, esto pasa en una zona desértica, donde uno no se imagina la presencia humana, mucho menos, un pantalón por el aire. La quietud es rota por una casa rodante que corre a mil por hora por la carretera solitaria. El vehículo se bambolea peligrosamente. El conductor está desnudo y lleva una máscara antigás. Mira el cuerpo de su acompañante, también con máscara, pero desmayado o muerto. En el pasillo dos cuerpos sin vida resbalan en un charco hacia el fondo; corren dos armas tiradas, frascos y botellas, un desorden que combina con esa carrera desenfrenada. La rueda pisa el pantalón. El conductor intenta controlar el vehículo pero termina incrustado en una roca al borde de la carretera. El conductor baja en calzoncillos blancos, de viejo, completamente asexuado. Es un cuerpo maduro pero delgado. Se saca la máscara, se pone los lentes, prende una cámara de video y comienza a hablar. En un mensaje testimonial, el protagonista le dice a su familia que los quiere, que deben entender por qué hizo lo que hizo. Este sujeto agitado, sudoroso, habla en un primer plano arrollador. Toma un arma, se pone una camisa y camina unos pasos. Se escuchan sirenas. El hombre apunta a su rostro, se arrepiente y dirige su arma hacia adelante, donde supuestamente viene la Policía. Corte. Tres semanas antes, en la casa de este hombre, se celebra el cumpleaños de este insulso y fracasado profesor de química de liceo, de cara poco expresiva. El contraste es fantástico. Una esposa embarazada y demasiado atenta, un hijo adolescente minusválido, un concuñado policía un poco fanfarrón (“sabemos que tenés una inteligencia superior, pero vamos a hacer como si no lo supiéramos”, dice en el brindis y luego saca su arma de reglamento para que todos la toquen). La familia tiene algunos problemas para pagar las cuentas, el hombre tiene que lavar autos en sus horas libres, se reprime, se aburre. La viva imagen del fracaso. Algo tiene este sujeto que cumple 50 y mira con dolor un diploma que certifica su participación en un proyecto de neutrones que ganó un Premio Nobel. Usa ropa sin gracia, habla poco, permite que alumnos y amigos se burlen de su estilo apocado y opaco. Se llama Walter White (Bryan Cranston) y está a punto de cambiar su vida para siempre. El diagnóstico de un cáncer de pulmón, aparentemente incurable, lo impulsará a un quiebre radical. También el encuentro con un ex alumno llamado Jesse Pinkman (Aaron Paul), que trafica con metanfetaminas y es adicto.