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Con los libretistas Luigi Illica y Giuseppe Giacosa, el italiano Giacomo Puccini (1858-1924) formó una exitosa sociedad artística que en ocho años dio a luz las tres óperas del compositor más representadas en el mundo: La Bohème en 1896, Tosca en 1900 y Madame Butterfly en 1904. La pieza teatral la Tosca, del dramaturgo francés Victorien Sardou, escrita para el lucimiento de la famosa Sarah Bernhardt y estrenada en París en 1887, es la obra en que se basan Puccini y sus dos libretistas. La ubicación del drama en un cierto contexto histórico es un recurso que Sardou venía utilizando con éxito en varias de sus obras y la Tosca no es la excepción. Es la Italia de las guerras napoleónicas, tironeada entre Napoleón y el Imperio austrohúngaro. Específicamente, la acción transcurre a mediados de junio de 1800 durante la batalla de Marengo, que al principio parece favorecer a los austríacos pero en la que finalmente triunfan las tropas de Napoleón. Esa ida y vuelta en la información sobre el resultado del enfrentamiento se traslada a la obra misma, donde el primer acto finaliza con un Te Deum y se agradece a Dios el triunfo de los austríacos, y en el segundo acto se desata la ira de Scarpia cuando se entera de que en realidad el que había ganado la batalla era Napoleón Bonaparte.
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Los personajes centrales de la obra son tres: el Barón Scarpia, jefe de la Policía romana (Darío Solari, barítono); Floria Tosca, una cantante de ópera (Joanna Parisi, soprano) y Mario Cavaradossi, un pintor (Xavier Moreno, tenor). La trama mezcla en dosis similares el romance y la persecución política, porque Cavaradossi es un republicano militante que esconde en su casa al prófugo Cesare Angelotti, excónsul republicano, perseguido por Scarpia. Además, es el amante de Tosca, mujer deseada por Scarpia. Este manda detener y torturar a Cavaradossi para que confiese dónde está Angelotti, pero al mismo tiempo pretende hacer un trueque con Tosca, desesperada por el sufrimiento de su amante: la tortura cesará si ella se entrega a Scarpia.
Es un obra dura, lejos del constante lirismo y la belleza melódica de La Bohème, donde la intensidad de las pasiones amorosas y políticas en juego se traslada a la música con un punto alto en el enfrentamiento del segundo acto entre Scarpia y Tosca, donde se alcanzan cimas de violencia y complejidad armónica que han hecho decir a algunos musicólogos que hay aquí una insinuación temprana del expresionismo en música, que aparecerá claramente cinco años después con la Salomé, de Ricardo Strauss.
La puesta a la que concurrió Búsqueda el viernes 18 no fue mucho más allá de la corrección. En el papel de Cavaradossi, el tenor catalán Xavier Moreno fue a nuestro juicio el personaje más redondo. Correcto en lo escénico, exhibió un bellísimo timbre y un generoso caudal. Se lució con holgura en su Recondita armonía del primer acto y en E lucevan le stelle del último. La Floria Tosca de la soprano italo-norteamericana Joanna Parisi exhibió una línea de canto poco flexible, con escasa gama de matices, donde casi siempre lanzó más decibeles de los debidos. Recién en el aria Vissi d’arte, que sorteó muy bien, mostró alguna delicadeza de fraseo. Escénicamente más bien estática, redondeó así una Tosca de cierta frialdad. Tengo dudas sobre si el excelente barítono que es nuestro compatriota Darío Solari, es la voz adecuada para Scarpia, cuyo personaje habría necesitado un caudal mayor y un timbre más oscuro. Teatralmente tampoco Solari transmitió la crueldad y la lascivia de Scarpia, personaje que es un verdadero demonio y que en una caracterización correcta debe terminar concitando el odio y el desprecio de todo el teatro. En papeles menores y correctos, están los barítonos Alfonso Mujica (Angelotti) y Daniel Romano (Sacristán), este con una bienvenida desenvoltura escénica.
La dirección de escena del brasileño-libanés Jorge Takla fue un punto flojo del espectáculo. No se percibió una dirección de actores que sacara más jugo a los cantantes en los personajes clave (Floria y Scarpia). En el primer acto hace cantar en un extremo del escenario a Cavaradossi y en el otro a Angelotti, cuando por lo que se están diciendo es más lógico que se ubiquen más próximo uno del otro. Lo mismo, y más grave aún, ocurre en el segundo acto, cuando Scarpia y Tosca se cantan de un sillón a otro también en los extremos del escenario; cero dramatismo cuando la trama requiere ir acercando a esas dos fieras y apretando el pedal de la tragedia.
La planta escenográfica del argentino Nicolás Boni mantiene en los tres actos un piso dividido al medio en dos planos inclinados desde los costados hacia el centro, que rompe la uniformidad de un escenario parejo todo al mismo nivel. La solución es correcta y funciona adecuadamente en los desplazamientos. Poco atractivo el diseño de los telones de fondo del primer y último acto. No se sabe cuál es el sentido del humo durante el Te Deum del final del primer acto y en el último acto, previo a la ejecución de Cavaradossi.
El vestuario del argentino Pablo Ramírez es estilizado, elegante y sobrio. Un punto alto en el Te Deum con la multitud de monjas en blanco y negro y de monaguillos en blanco y rojo. Otro acierto en el predominio del negro en general, incluyendo el vestido de Tosca en el segundo acto, que no puede ser más negro en su trama.
Las luces del uruguayo Sebastián Marrero son en general correctas sin llegar a ser demasiado sugerentes o creativas en función de la acción. Durante todo el primer acto, un desafortunado haz de luz dio de lleno contra el cartel de los subtítulos y dificultó sobremanera su lectura.
El Coro del Sodre cantó sin fisuras en los dos primeros actos, en el segundo lo hizo desde los corredores de los palcos para obtener una sonoridad más acorde y menos frontal que desde el escenario. Ligia Amadio es una profesional muy competente, que generalmente exhibe un temperamento vehemente que a esta obra no le viene nada mal. No obstante, un par de detalles pueden haber escapado a su control: en algunos tutti un destaque algo excesivo de los bronces, que habríamos preferido menos sobresalientes y más empastados en el conjunto. Y por otra parte, un cuidado mayor del balance con las voces, que varias veces fueron sepultadas por la orquesta.