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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáVivimos la era de los derechos individuales. Aparece uno nuevo a cada rato. Salen como hongos.
Y todos refieren a la libertad. Sí, pero ¿cuál libertad? Bueno, según se cree, a mi libertad: libertad para elegir la raza y el sexo, para cerrar calles, ocupar edificios, pensar y opinar lo que se me ocurre...
Queremos ser más y más libres. No atarnos a un trabajo, ni a una persona, ni a un país... Libres. Libres de todo. Como dicen los gringos: me first; do your own thing.
Pues, encandilados con todo eso, no nos damos cuenta de que vivimos cada vez más prisioneros.
Prisioneros de nuestros códigos, prisioneros de nuestras ignorancias, prisioneros del voluntarismo en que ha caído nuestra cultura y nuestra convivencia. Desde no poder tener sal en la mesa de un restaurante, hasta la avalancha de rombos cautelares en lo que queremos comprar sin cargos de conciencia, pasando por los constreñimientos (¿o serán las constreñimientas?), para hablar correctamente y la exuberancia del creacionismo legislativo, que no contento con reglamentar minuciosamente nuestras vidas (nuestra salud, nuestra educación, alimentación, trabajo, ingresos, vivienda, prestación de servicios, producción primaria, industrial...) se mantiene vigilante y ansioso, queriendo imponer talles y medidas para la vestimenta y el calzado, regulaciones y tasas para el manejo de productos agroveterinarios y hasta inscripciones para poder criar gallinas en el fondo. Además de cortapisas al voto, por cuotas sexuales. Entre otras cosas.
Es que atrás de la euforia por los derechos individuales y por regular la vida de los demás, está el mismo voluntarismo.
Y la misma ignorancia.
Acerca de qué es la libertad y de quién es el hombre. Que ni uno ni otro se agotan en sí mismo. No hay libertad fuera de un orden de libertades, que apunta a un fin y no hay ser humano que se explique por su sola creación y su individualidad cotidiana. No somos meramente para existir.
No es este un pensamiento neoliberal. Ni siquiera conservador. Mujica lo ha entendido y lo dice todo el tiempo, aunque no se ha animado a dar el paso de la trascendencia (y eso que –como yo– está en un momento oportuno).
No es de extrañar que, por estos caminos en búsqueda de sensaciones y emociones, no encontramos mucha paz y caemos en la necesidad de definirnos por oposición a los demás (oposición siempre agresiva, como corresponde a quien, en el fondo, no se siente muy seguro).
Buena cosa es, en estos tiempos, pisar la pelota un poco, enfriar nuestro partido y buscar en nuestro interior. Encontraremos cosas fantásticas.
Ignacio De Posadas