En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
César di Candia, un floridense que no precisa presentación debido a su extenso y notable trabajo en la prensa nacional, entrega esta vez una ficción en forma de relato extenso basada en una anécdota real que le fue confiada por un entrevistado de quien el autor prefiere no revelar su identidad debido a que hay familiares vivos relacionados con el infausto suceso que se narra.
¡Registrate gratis o inicia sesión!
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
Gurisote transcurre durante la dictadura y cuenta la historia de un hombre que recibe una carta que le dice que debe ir a buscar el cuerpo de su hijo muerto a un cuartel lejano donde se encontraba recluido.
Pero este hombre humilde debe concurrir provisto de un féretro y agenciarse con un medio de transporte. Las peripecias comienzan ahí, de la mano de la imaginación de Di Candia, quien crea personajes pintorescos y diálogos que alivianan una anécdota cruel, restándole un porcentaje importante de amargura.
El que sigue es el comienzo de la obra, que estará en librerías a partir de mañana, viernes 5, a $230, y que se presentará en la Feria del Libro el sábado 13 a las 21 horas en el Salón Rojo de la Intendencia Municipal de Montevideo.
“El viejo se desplomó en el sillón de paja y allí quedó, con los ojos perdidos, mirando únicamente su propia pesadumbre. En su mano derecha, temblaba el papel como un pájaro aterido. El soldado que se lo trajo le había pedido una constancia, pero, sin los lentes, le había hecho un garabato que podía no decir nada o decir todo. Cuando cerró la puerta comenzó a buscarlos, a la luz atontada de aquella mañana de otoño nublada que asomaba por su ventana. ¿Dónde los dejaba siempre? ¿Sobre el televisor en blanco y negro? ¿En la cocina? ¿En el cajoncito de cerveza que usaba como mesa de luz? Una vez los había encontrado dentro de la lata de yerba y hasta allí volvió a buscarlos, sin tener suerte. El viejo vivía solo. El mismo día que Aquella se había ido, llevada por la enfermedad del nombre raro, por la misma puerta, había entrado el embarullamiento. Durante los primeros meses de la prisión del Gurisote, la esperanza era una mariposa negra que a veces daba vueltas por la casa, golpéandose contra los muebles en las horas de la madrugada. Pero los últimos años apenas habían sido un arrastrar de cansancios. Cuando finalmente encontró los lentes, en la repisa del baño, se acercó a la ventana y leyó, con miedo: “El sedicioso Alcides Mutt murió ayer. Que un familiar venga de inmediato a retirar el cuerpo. Comandante Omar Albertini”. Era una carta, pero parecía una orden.
Confundido, el viejo pensó que debía comunicar la muerte del hijo común a doña Trinidad, pero Aquella seguramente dormía tapada hasta el cuello y, como siempre, un leve temblor en los párpados estaría denunciando que su descanso era intranquilo. ¿Con qué soñaría? ¿Con la chacra de su tío Hugo, cuando juntaba uvas descalza? ¿Con el perro Payaso, aquel cuzco color tierra que dormía en sus faldas cuando desgranaba arvejas? ¿Con la primera vez que fue al cine y vio un beso de verdad? ¿Con Gurisote, preso en el cuartel por haberse agarrado a tiros con unos milicos? Tal vez ni siquiera soñara y a su edad todo lo vivido fuera como un caldo chirle en cuya superficie de vez en cuando aparecía algún trozo de zanahoria. Ya se encaminaba a su cuarto a contarle la visita del soldado cuando recordó lo penoso de su entierro. Los nichos gratuitos de los jubilados eran los de más arriba y, cuando el aparato mecánico que subía el cajón lentamente y como sin ganas ya estaba llegando, se le zafó un engranaje y comenzó a bajar dando saltitos, como arrepentido.
—Otra vez empezó a fallar el cricket —dijo uno de los funcionarios. Su voz tenía adherida una costra de indiferencia burocrática imposible de quitar”.